En octubre de 2018, la ciudad de Lisboa acogió una manifestación de protesta ante el auge y las expectativas que había generado el dirigente brasileño Jair Bolsonaro. El hoy jefe del Estado de la República Federativa del Brasil acababa de imponerse en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. En la concentración lisboeta, el fotógrafo portugués Horacio Villalobos realizó una instantánea de un grupo de mujeres manifestantes que portaban varias pancartas. En una de ellas se leía una particular versión de la fábula de la cigarra y la hormiga del literato griego Esopo. Algo así como que una hormiga, por rabia contra la cucaracha, votó al insecticida; y que todo el mundo murió, incluido el grillo, que se abstuvo de votar.
Aquello se popularizó de forma viral, tanto en España como en Latinoamérica, a través de las redes sociales, ese reguero que todo lo extiende como la pólvora. La utilicé el otro día con motivo de la ampliación, desde este lunes, del estado de alarma en nuestro país por la crisis del coronavirus, en torno a los apoyos o no que esta iniciativa recibiera en el Parlamento. Hubo quien la entendió desde el primer momento, también quien no, incluso quien la interpretó a su manera y forma. De no haber salido adelante esa prórroga, con sus virtudes y sus defectos, no sé si el caos, pero me temo que el desbarajuste y el desconcierto se hubieran apoderado de nuestro país.
En Portugal, por ejemplo, donde gobiernan los socialistas, la oposición de derechas está llevando a cabo un comportamiento ejemplar durante esta crisis. El vecino país nos viene sorprendiendo desde hace tiempo por su ejemplar comportamiento cívico y, lo que es aún más importante, por sus resultados palpables en lo económico y, ahora, además, en el campo sanitario. Caso similar ocurre en Alemania, con la conservadora Angela Merkel al mando y el SPD en la oposición. O en Francia, donde el ‘insumiso’ Mélenchon, desde su izquierdismo alternativo, se ha brindado a respaldar la gestión del presidente Macron porque “no es el momento del choque frontal”. Lo de Italia es otra historia. Nada que ver con lo que estamos viviendo en España, con un Gobierno al que le falta el tacto suficiente para negociar, dialogar y consensuar con quienes debieran apoyarlo, y una oposición de derechas intentando, día sí y día también, sacar tajada electoral con su tacticismo de este drama universal, mientras en privado se regocijan de que no les haya tocado a ellos pasar por este trance si estuvieran en el poder. Es evidente que esta tragedia no nos ha sorprendido a los españoles con los mejores gobernantes de la historia sentados en los escaños del Congreso. Y también que el Ejecutivo vigente, con sus compartimentos estanco, podría ser otro si Ciudadanos, que ahora parece que permuta su estrategia, lo hubiera querido en su día. No fue así, por lo que tenemos, no sé si lo que nos merecemos pero sí lo que tenemos, con los “socialcomunistas” sentados en el Consejo de Ministros, como gusta decir con la boca llena al caudillo Abascal
Entre tanto, la derecha, como viene siendo tradicional, utilizando la táctica zafia de ridiculizar al rival de izquierdas o a sus colaboradores más inmediatos. Recuérdese, por ejemplo, lo de las camisas de Felipe, las chaquetas de pana de Guerra, los chistes de Morán o la ceja de Zapatero. Ahora, la supuesta incompetencia política y mental de Sánchez y, más últimamente, el pim-pam-pum dirigido al epidemiólogo Fernando Simón, un experto en virología al que colocó en el puesto donde está un tal Mariano Rajoy.
‘El arte de la mentira política’ fue un tratado publicado en el siglo XVIII por Jonathan Swift y John Arbuthnot. La definieron como el arte de hacer creer al pueblo “falsedades saludables y hacerlo a buen fin” porque entendían que la gente no tenía derecho a conocer toda la verdad de las cosas. Y, por lo que se ve, pasados más de dos siglos, seguimos en las mismas, teniendo la sensación permanente de que unos y otros nos hurtan sus verdaderas intenciones.