Publicado en HeraldPost.es
Las huelgas han tenido consecuencias positivas en muchas ocasiones. El derecho a no ir a trabajar, responsabilizándose luego de las consecuencias, el derecho al pataleo conjunto, la libertad de expresión y de acción son inexcusables en una sociedad del siglo XXI, y deben ser protegidas por todos nosotros, siempre que se responda. Cierto es que cualquier acción, por inocua que parezca tiene su haz y su envés, su mal y su bien, su pan y su vino, y a veces también el pecado, el Dios y el asesino. Las huelgas no son inocuas, todo lo contrario, se pensaron como mecanismo para modificar el comportamiento patronal, con diversos resultados, y a veces con consecuencias muy negativas. No es necesario extenderse mucho más en esto. Libertad de expresión, responsabilidad de los actos ejercidos libremente.
Con el tiempo, el primitivo sentido de la huelga, aquel que llevó a los trabajadores a decidir que no trabajaban para forzar un cambio de rumbo en el devenir de sus fábricas e industrias y así obtener mejores condiciones de trabajo, ha resultado en teatrillo bochornoso las más de las veces. El que suscribe ha ejercido, megáfono en mano, su libertad de expresión por La Castellana y ha osado quemar en plaza pública proyectos de ley que no le parecían de su conveniencia. Todos tenemos pasado y justo por eso, algunos nos escandalizamos bien poco por poses fingidas y actos rimbombantes o histriónicos. Aquellos actos, no obstante, pecadillos de juventud o inalienable ejercicio del derecho de cada cual, según preguntes, buscaban un fin, que hoy se me revela bisoño. Las canas.
Esta semana miles de estudiantes, millones, cientos de miles de millones, depende de la fuente, han hecho huelga. Han hecho huelga para forzar a un gobierno en funciones a que cambien unas leyes, que según los huelguistas son un desastre. Y quieren un cambio, que para eso hacen huelga. El cambio de unas leyes, algunas de ellas, que por cierto vienen de un poco más arriba. Tocaba ponerse al día europeo en la formación universitaria y con tal fin lo del 2+3. Lo de la LOMCE también es un asco, pero va por otra ventanilla, aunque ya que pasamos por aquí, leña al mono que Wert es de goma.
Protestar contra alguien que no tiene posibilidad de cambio se me antoja una pérdida de tiempo. Evidentemente los que tengan derecho al voto, votarán en contra de aquellos contra los que protestan. Esta vez parece claro, aunque no es un asunto baladí. Ya saben, lo de taparse la nariz. Otro punto de vista que me hace tilín es el siguiente: unos mendas en una fábrica que deciden no trabajar pueden fastidiar bastante al maléfico propietario, y por lo tanto forzar el cambio. Si el maléfico propietario es una empresa estatal, o sea pública y de calidá, entonces cabe la posibilidad de que el ciudadano usuario final se cabree un poco bastante, y eso puede que moleste pelín a los políticos de turno que dirigen el cotarro, y acaben por doblar también. Pero en el caso estudiantil, donde es el propio estudiante el único que se puede ver afectado por su no asistencia a clase, – es la formación de cada cual y la de nadie más la que está en juego – donde los ciudadanos no nos percatamos ya si nos afecta, pues nuestro bolsillo paga todo lo que puede pagar y no acabamos de ver diferencias si unos mantas van o no a Matemáticas II, donde a nadie le importa un pimiento morrón, más allá de algún padre preocupado, si Pedro está en el aula o en la cafetería de psicología fumando canutos, ¿dónde está la postura de fuerza?
Si pretenden salir a la calle en laica procesión a rezar a sus dioses como los sevillanos se van de Madrugá es una cuestión. Si pretenden mostrar a sus líderes ideológicos que los cachorros están listos para destetarse es otra. Que el Estado es una religión y que una manifestación no es más que una procesión laica yo lo doy por descontado. Simbología y cantos, saetas a pleno pulmón o nosotras parimos nosotras decidimos a pleno megáfono. Si solo fuera pataleo, me valdría. Para cambiar nada, es del todo inútil. La fuerza que se muestra no es la que se pone sobre una mesa de negociación, es la que exhibe el joven cachorro cuando ya prefiere la sangre a la leche.