En la cartografía de un país, si se mira con detenimiento, es posible leer su historia, las marcas y cicatrices que por adición lo han ido conformando. Los límites de sus fronteras, los nombres de sus ciudades, su arquitectura e infraestructuras. Retales que explican cuál ha sido su evolución y dan respuesta a la orografía y al clima dejando una huella en el territorio. Es posible distinguir lugares remotos o inaccesibles, su relación con los países vecinos, el modo de vida, los centros de poder, las desigualdades, su economía… El caso de Mongolia, situada en un enorme altiplano atravesado por los montes Altai y delimitado al sur por el Gobi (desierto en mongol) y al norte por la zona montañosa limítrofe con Siberia, es especialmente curioso. Un mapa por completar, un gran vacío sin apenas marcas lo inunda todo como si la historia se hubiese olvidado de este lugar, como si jamás hubiese sido éste la cuna de alguna de las culturas más influyentes de la humanidad.Tres grandes imperios dominaron gran parte del mundo conocido desde este desolado rincón del planeta. Los Hunos, un pueblo nómada, llegaron a dominar gran parte de Asia central hasta el siglo IV d.C. Algunos de aquellos grupos se asentaron por diferentes partes de India y Europa en busca de nuevos pastos y conquistas llegando a crear un nuevo imperio en el siglo V d.C. que bajo las órdenes del temible Atila (y su caballo Othar, aquel a cuyo paso no volvía a crecer la hierba) se extendió desde los Urales a Alemania llegando incluso a amenazar a la todopoderosa Roma. Posteriormente en el siglo VI d.C, tribus de origen turco extendieron su dominio llegando hasta las costas del mediterráneo y ya el siglo XIII d.C el imperio Mongol bajo el mando de Chinggis Khaan se lanzó a la conquista del mundo creando el imperio más extenso que jamás se haya conocido. Chinggis Khaan, fue cruel en la guerra y magnánimo con los pueblos conquistados. Sus leyes basadas en la práctica y no en la ideología o la religión, sus oficiales incorruptibles y la protección y libertad de religión fueron los principales factores de su éxito. Apenas dejó vestigios de su paso, no dejó monumentos, ni grandes ciudades, ni tan siquiera un cuerpo. Por deseo propio fue enterrado en algún lugar indeterminado no lejos de donde nació bajo el “cielo azul” de su tierra, sin ninguna marca o señal que pudiera identificarlo. Su legado, su huella, fue un territorio de impresionantes paisajes continuos y cielos siempre azules y una forma de vivir y de sentir que perdura intacta en el tiempo como en ninguna otra parte del mundo. Un país de temperaturas extremas y tediosos caminos, de gente dura y afable donde miles de caballos campan a sus anchas y viajar es una prueba de resistencia. Un país magnifico que merecería más de una visita.
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