En la medida en que son mal percibidas, infravaloradas y separadas unas de otras, todas las crisis de la humanidad planetaria son, al mismo tiempo, crisis cognitivas. Nuestro sistema de conocimientos, tal y como se nos inculca y fija en la mente, conduce a importantes desconocimientos.
Nuestro modo de conocimiento no ha desarrollado suficientemente la aptitud para contextualizar la información e integrarla en un conjunto que le dé sentido. Sumergidos en la sobreabundancia de informaciones, cada vez nos es más difícil contextualizarla, organizarla y comprenderla.
Sobreabundacia de Información
La fragmentación y la compartimentación del conocimiento en disciplinas que no se comunican nos impide percibir y concebir problemas fundamentales y globales. La hiperespecialización rompe el tejido complejo de lo real, el predominio de lo cuantificable oculta las realidades afectivas de los seres humanos.
Nuestro conocimiento parcelado produce ignorancias globales. Nuestro pensamiento mutilado conduce a acciones mutiladoras. A ello se añaden las limitaciones:
- del reduccionismo, que reduce el conocimiento de unidades complejas al de los elementos, supuestamente simples, que las constituyen.
- del binarismo, que descompone en verdadero/falso lo que es parcialmente verdadero o parcialmente falso o, a la vez, verdadero y falso.
- de la causalidad lineal, que ignora los bucles retroactivos.
- del maniqueismo, que no ve sino oposición entre el bien y el mal.
La reforma del conocimiento exige una reforma del pensamiento. La reforma del pensamiento exige, por su parte, un pensamiento capaz de relacionar los conocimientos entre sí, de relacionar las partes con el todo y el todo con las partes, un pensamiento que pueda concebir la relación de lo global con lo local, de lo local con lo global. Nuestras formas de pensamiento deben integrar un vaivén constante entre dichos niveles.
Es Necesario Cambiar el Pensamiento
Además, debemos dejar de creer que hemos llegado a la sociedad del conocimiento. De hecho, hemos llegado a la sociedad de los conocimientos separados unos de otros, lo que nos impide relacionarlos para concebir los problemas fundamentales y globales, tanto de nuestras vidas personales como de nuestros destinos colectivos.
Una tradición de pensamiento bien arraigada en nuestra cultura y que forma las mentes desde la escuela elemental nos enseña a conocer el mundo a través de “ideas claras y distintas”; nos insta a reducir lo complejo a lo simple, es decir, separar lo que está ligado, a unificar lo que es múltiple, a eliminar todo lo que aporta desorden o contradicciones a nuestro entendimiento.
Ahora bien, el problema crucial de nuestro tiempo es el de la necesidad de un pensamiento capaz de rocoger el desafío de la complejidad de lo real, esto es, de captar las relaciones, interacciones e implicaciones mutuas, los fenómenos multidimensionales, las realidades solidarias y conflictivas a la vez (como la propia democracia, que es un sistema que se alimenta de antagonismos a la vez que los regula).
Todas las ciencias avanzadas, como las ciencias de la Tierra, la ecología, la cosmología, son ciencias que rompen con el viejo dogma reduccionista de explicación por lo elemental: consideran sistemas complejos en los que las partes y el todo se generan y organizan mutuamente y, que, en el caso de la cosmología, contempla una complejidad que está más allá de todo sistema.
Ya ha comenzado, al mismo tiempo, el examen crítico de la pertinencia de nuestros principios tradicionales de inteligibilidad: la racionalidad y la cientificidad deben redefinirse y contemplarse en toda su complejidad. Este examen no afecta sólo a los intelectuales, afecta a nuestra civilización:
todo lo que se ha efectuado en nombre de la racionalización y ha conducido a la alienación en el trabajo, a las ciudades dormitorio, al “trabajo-transporte-sueño-y-vuelta-a-empezar”, al ocio fabricado en serie, a la contaminación industrial, al deterioro de la biosfera, a la omnipotencia de los estados nacionales dotados de armas de destrucción masiva, ¿es verdaderamente racional?, ¿no es urgente acaso replantearnos una razón que ha producido en su seno a su peor enemigo: la racionalización?
El pensamiento complejo también debe servirnos para tomar conciencia de las contradicciones lógicas que debemos afrontar:
- el orden también comporta desorden.
- la ciencia ilumina y ciega.
- la civilización contiene la barbarie.
- la razón pura es sinrazón; la razón y la pasión se necesitan mutuamente.
- el uno comporta su propia multiplicidad.
Un pensamiento complejo, cuyos principios hemos definido, permite desarrollar la aptitud para reaccionar de forma pertinente en una situación nueva. Los “analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir, sino los que no puedan aprender, desaprender y reaprender”.
Hasta el siglo XIX, la ciencia se construyó sobre tres pilares de certidumbre:
- El primero es la creencia en el determinismo absoluto, que hizo decir a Laplace que un demonio dotado de un espíritu superior podría conocer los acontecimientos del pasado y también los del futuro.
- El segundo pilar es la separabilidad: la convicción de que para conocer mejor un objeto, basta aislarlo de su medio de origen colocándolo en un medio arficial.
- El tercer pilar radica en el razonamiento por inducción y deducción, que proporciona un método de prueba, así como el rechazo a la contradicción.
Las reformas del conocimiento y del pensamiento no pueden sino apoyar y apoyarse en las dos grandes revoluciones científicas que han marcado el siglo XX:
- La primera, inaugurada en física por el segundo principio de la termodinámica, y más tarde culminada con la microfísica y la cosmofísica, derrumbó el primer pilar; el principio del determinismo debe ahora asociarse con un principio de desorden y un principio de indeterminación.
- La segunda, en la segunda mitad del siglo XX, establece relaciones entre disciplinas hasta entonces separadas. Ocurre en las ciencias de la Tierra, en la cosmología y, sobre todo, en la ecología científica, que debe combinar conocimientos físicos, geológicos y meteorológicos con conocimientos biológicos (biología mocrobiana, botánica y zoología), junto con conocimientos de ciencias sociales, puesto que la humanidad transforma, cada vez más, los ecosistemas y la biosfera.
A estas dos revoluciones complejizadoras, que aún no han terminado, cabe añadir la revolución epistemológica, anticipada por los pensamientos de Heráclito (“despiertos duermen”, “vivir de muerte, morir de vida”), de Pascal (sobre el tejido de contradicciones que es el ser humano), de Hegel (“nuestro pensamiento debe abrazar a los contrarios”), de Marx (“las ciencias de la naturaleza abrazarán las ciencias del hombre, las ciencias del hombre abarcarán las ciencias de la naturaleza”).
Simultáneamente, los científicos deberían incluir la reflexividad en su formación, como reclamaba Husserl hace más de ochenta años. En efecto, el científico, como ser humano, es un individuo-sujeto inmerso en una cultura que le influye, aunque haya desarrollado los medios más sutiles y refinados para conocer el mundo exterior, es ciego sobre sí mismo y sobre el propio devenir de la ciencia.
Sería necesario, pues, proporcionar a los científicos una cultura que englobales los trabajos de filosofía de la ciencia (de Bachelard y Popper a Lakatos y Kuhn), así como una cultura en ciencias humanas que les permitiese concebir, no sólo la penetración de las ciencias en las sociedades y en la historia humana, sino también las prodigiosas transformaciones que aportan a las sociedades y a la historia de la humanidad.
Finalmente, la disyunción entre ciencia y ética, necesaria en los primeros siglos de la ciencia occidental, ya no puede seguir manteniéndose, dados los profundos problemas éticos y políticos planteados por los desarrollos contemporáneos de las ciencias.
Se impone una nueva deontología científica, para la física, desde el arma nuclear (1945), y para la biología, desde el descubrimiento del ADN (1950), de la inseminación artificial (1973), de la creción de quimeras (1974), del bebé probeta (1978), de la clonación y de la manipulación de células madre.
En cuanto a las reformas de las ciencias humanas, sería preciso un autoexamen del investigador, que le permitiría tomar conciencia de que los humanos objeto de sus investigaciones no son oligofrénicos culturales, sino que disponen también de un saber propio; y le llevaría a trabajar sobre lo concreto y lo complejo y no sólo, o principalmente, sobre muestras de poblaciones. Esa mirada introspectiva alumbraría, seguramente, nuevos y más eficaces métodos a seguir para tratar el presente y el devenir.
Fuente: LA VÍA PARA EL FUTURO DE LA HUMANIDAD (EDGAR MORIN)
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