Ilka Oliva Corado
Hoy, en la madrugada mientras sonada la alarma del reloj despertador, encendí mi teléfono celular, como es habitual, me encontré con una fotografía en las redes sociales de Roberto Márquez, voz principal y uno de los fundadores del grupo chileno, Illapu. Aparecía junto a un grupo de gente manifestando con un cartel donde se leía No+AFP (Administradora Privada de Fondos de Pensiones).
Dejé el celular en mi cama y corrí las cortinas de mi ventana; los brochazos color flor de fuego en el horizonte anunciaban el amanecer de uno de los últimos días del agónico verano estadounidense. Agosto marca el fin de la época del estío.
Encendí la regadera, tenía que alistarme para irme a trabajar. En mi mente se quedó la imagen de Roberto Márquez, tan del pueblo como cualquier hijo de vecina, sin ínfulas de artista de carácter estafador. Voy conduciendo mi automóvil y coloco el disco de Illapu, Con sentido y razón, que compramos con mi hermana el año pasado cuando vinieron en concierto junto a Colombina Parra, es una gira donde rendían homenaje a mi amor de amores, la Violetona Parra.
Tuvimos la maravillosa oportunidad de asistir al concierto de Illapu en la Old Town School of Folk Music. Recuerdo que yo tenía la ilusión de entrevistarlos pero parecía algo imposible, no soy una persona que esté en los medios de comunicación; es decir no tengo acceso exclusivo (o como dicen VIP) a ningún lugar a donde las fotos y los contactos son lo primordial. Sin embargo fui preparada con mi grabadora y mi libreta.
En el concierto me encontré con varias personas de la comunidad chilena y latinoamericana (jactanciosas de ser revolucionarias ellas) con quienes he compartido en otras ocasiones, se sorprendieron de vernos con mi hermana; no pudieron evitar el asombro, era algo así como de preguntarse, ¿qué hacen estas guatemaltecas, empleadas domésticas aquí, entre la crema y la nata? Porque ahí para ellos yo no era escritora, ni poeta, ni articulista, como cuando mi invitan a eventos para recaudación de fondos. Ahí me bajaron al grado de empleada doméstica, debido al nivel del evento y el lugar donde se realizaba. Era como preguntarse, ¿qué saben éstas de arte? Nos lo dijeron claro con la mirada, estábamos de más, usurpando un lugar que no nos correspondía.
Por supuesto, los saludos de beso y abrazo no faltaron, pero los gestos, el tono de voz, y la expresión corporal nos lo dijeron con claridad. Nos saludaban porque no había de otra. Mi hermana notó el sinsabor en mi rostro, porque no puedo ocultar cuando algo me molesta, recuerdo que me dijo que levantara la cara porque no tenía nada de qué avergonzarme y que había llegado a hacer la entrevista a Illapu y que no nos iríamos de ahí sin lograrlo.
Pregunté a varios de la comunidad chilena si sabían si existía alguna forma de poder acercarse a Illapu porque yo tenía la ilusión de entrevistarlos, me dijeron que no, que no había ningún modo. Yo tenía entre ceja y ceja la entrevista y cuando sucede algo así no desisto hasta poder realizarlo. Tengo más de 25 carnets de medios internacionales en los que me acreditan como articulista y corresponsal, sin embargo nunca los he utilizado, prefiero presentarme con mi nombre y con mi oficio de escritora y poeta, si mucho doy el nombre de mi blog.
Aquello era un mundo de gente subiendo y bajando del sótano en donde se encontraba el camerino donde estaba Illapu. Me acerqué a uno de los guardias de seguridad que custodiaba las gradas y el elevador y me presenté y le dije que quería entrevistar al grupo, tuvimos la suerte con mi hermana que hasta la puerta del elevador abrió y nos indicó en dónde estaba el camerino.
Para mi sorpresa me encontré con todos, descansando un poco y tomando agua, pregunté si los podía entrevistar y me dijeron que sí pero después de que terminaran de dar autógrafos, que nos pusiéramos cómodas y que nos quedáramos ahí esperándolos. En lo que estuvimos ahí vimos desfilar a la comunidad chilena que había asistido, los mismos que nos dijeron que no había modo de tener acceso a ellos.
Se sorprendieron cuando nos vieron sentadas cómodamente con mi hermana, como si hubiéramos llegado también de gira con el grupo, así en esa complicidad. No duraron en preguntar, ¿y ustedes qué hacen aquí? Es decir; ¿ustedes sirvientas guatemaltecas indocumentadas, qué hacen aquí en el área VIP revolviéndose con nosotros? Porque por supuesto, nunca falta la visita del cónsul con su comitiva, aquellos que se autodenominan representantes de sus países en el extranjero. Ir al lado del cónsul les da cierto nivel…
Para ellos nosotras no teníamos cabida ahí, estorbábamos por no tener el glamour, el porte, la educación y esos modales bien marcados de quienes se creen de distinta clase social. De quienes se creen iluminados, semidioses e intocables.
Junto a nosotros se sentaron con aquella humildad sorprendente Colombina Parra y su hermano, sobrinos de Violeta Parra e hijos del gran anti poeta Nicanor Parra. Nos trataron como si hubiéramos crecido en la misma cuadra, como si nos hubieran conocido de toda la vida.
Illapu subió al primer piso a firmar autógrafos al público al filo de la media noche, los músicos iban y venían y cada vez nos preguntaban si necesitábamos algo, que por favor no nos fuéramos a desesperar porque pronto estaría con nosotros Roberto Márquez, el vocalista y uno de los fundadores que era quien daba las entrevistas. Conversamos con ellos, nos contaron de la gira, de Chile, del cansancio, de las horas que llevaban sin comer y de lo que les esperaba el siguiente día.
Al filo de la una de madrugada apareció Roberto Márquez, solo quedábamos en el recinto, ellos, su representante, mi hermana y yo. Y a esas deshoras después de un día arduo de trabajo, Roberto Márquez me dio la que puedo decir que es la entrevista de mi vida. Le expliqué que no conocía mucho de ellos pero que escuchaba su música (la historia de cómo di con Illapu tiene que ver con mi destino de migrante) y que quería entrevistarlos porque quería conocer más y saber su opinión política de lo que estaba sucediendo en Chile en ese momento.
El hombre se sentó con toda la tranquilidad del mundo y con una humildad sorprendente me resumió la historia de Illapu, desde sus inicios hasta ese momento. La historia de Chile, de todo lo que sucedió con Allende, de las luchas de los estudiantes por una educación gratuita. Me contó de la lucha Mapuche. El hombre me dio cátedra. No tuve tiempo y no quise anotar nada, me quedé con la grabadora encendida y los oídos bien abiertos, prestando atención a aquel maestro rural que me hacía sentir en el salón de una universidad.
Lo explicó todo con tanta naturalidad, que en el mismo tono habló de desaparecidos, torturados, del exilio forzado, del retorno, del tejido social, de la importancia de la cultura y de la acción política de cada ser humano desde su lugar en la sociedad.
Fue tan armoniosa aquella conversación que de entrevista no tuvo nada, fue como sentarme con un maestro de aquellos que tienen doctorados y maestrías y explican todo de las forma más sencilla para que el estudiante aprenda, conozca y sobre todo formule su propio criterio.
No estoy idealizándolo, estoy contando lo que realmente pasó y era algo con lo que no me iba a quedar y a guardar en silencio. Pero quería que eso que pasó antes y después de la entrevista no interviniera en su publicación, por eso lo cuento hasta ahora, un año y meses después.
Pocas veces en la vida uno tiene la oportunidad de conocer seres humildes, enteros y ‘ activos en la necesidades de sus pueblos. Personas que en el caso de Roberto Márquez hacen de la música, de la poesía y de la palabra una denuncia constante que acompaña la lucha por la equidad de género, la libertad de los pueblos y la igualdad social.
Nunca voy a olvidar esa entrevista, nunca olvidaré esa conversación con Roberto Márquez, la forma en la que nos trató el grupo a mi hermana y a mí, un grupo reconocido mundialmente y con la humildad que solo tienen los seres extraordinarios. Sin lugar a dudas les han realizado infinidad de entrevistas en todo el mundo, han visto a infinidad de articulistas y periodistas, no pretendo que me recuerden, yo estoy contando lo que me sucedió desde mi calidad de paria cuando tuve el anhelo de entrevistar a un grupo como Illapu.
A Roberto no le importó que no fuera corresponsal de ningún medio reconocido, que mi nombre no fuera reconocido como articulista, él vio en mí a una persona que tenía hambre del saber y me dio del pan del conocimiento y la experiencia. Y ni se inmutó cuando me presenté y le dije que limpiaba casas y era indocumentada, me vio a los ojos sin parpadear.
La conversación duró casi una hora, en la que habló sin prisa, con toda la paciencia y con todas las ganas de que yo aprendiera y conociera. Los maestros están en todos lados, no solo dentro de un salón.
Fuimos los últimos en salir del recinto, ellos tomaron para un lado de la calle y nosotras con mi hermana para el otro. Mientras manejábamos en la autopista cruzando la ciudad, pusimos el cd que acabábamos de comprar y lloramos las dos emocionadas, por la letra de la canciones que son del pueblo para el pueblo, pero más que eso por la lección de humildad que nos habían dado esa noche Illapu y Roberto Márquez.
Desde aquella noche dejé de asistir a eventos sociales organizados por la comunidad chilena y latinoamericana que asistió a aquel concierto. En cambio sigo a Illapu a todos lados desde la redes sociales y me siento orgullosa de esos hombres que con su humildad transforman y motivan a no desistir en la lucha por las causas invisibles, por las causas perdidas, por la identidad y libertad de los pueblos.
Hasta Chile mi abrazo y mi reverencia a Roberto Márquez y a Illapu por esa humildad a pesar de la fama y el reconocimiento mundial, de esta empleada doméstica, guatemalteca, indocumentada a la que en ningún momento denigraron.
Cabe decir que conocer Chile y andar por las veredas donde caminó Violeta Parra, mi amor de amores, es uno de los sueños de mi vida. Ella es la culpable de mi amor por Chile y por el Sur.
[email protected] @ilkaolivacorado