El más humilde de los asientos que se conocen, el más incómodo y, probablemente, uno de los primeros que se usaron, es el hoy apreciado taburete. Antiguamente se distinguía la categoría de la persona por el lugar que ocupaba para sentarse, de ahí que los tronos fueran para los reyes y los taburetes para los vasallos. La incomodidad para el que tomaba asiento tenía su razón de ser, no creáis... Al no poder adoptar posturas cómodas, el súbdito no podía dormirse, y ese mismo argumento se trasladó al estudiante o a los operarios que trabajaban sentados. Los taburetes tienen también la ventaja de poder ser colocados bajo las mesas, de modo que una habitación puede presentar asiento para numerosas personas y quedar despejada cuando no se hace uso de ellos. Pero, aparte de estas cuestiones trascendentales y de utilidad, lo que a nosotras nos encanta es el banquito en cuestión, y por eso le hemos querido dar hoy protagonismo, ¡ea!
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Seguro que más de un@ de vosotr@s tiene uno en casa, y no precisamente escondido...
Aprovechamos para agradecer a Nena Kosta, del blog, Vintage, el glamour de antaño, por haberse acordado de nosotras al otorgarnos el premio Bor Litarcihis Blogger. Estamos encantadas, aunque seguimos con nuestra tónica de no continuar la cadena, por falta sólo de tiempo. ¡¡Mil gracias, Nena!!