Revista Cocina

La Humillación

Por Dolega @blogdedolega

La Humillación

Entró en el salón dando un sonoro portazo. Su cara demudada y el movimiento desacompasado de su pecho hacían presagiar un ataque de cualquier cosa en cualquier momento.

-¡Mamarracho!

Bramó al hombre que de pie, miraba impasible por la ventana.

Sus pantalones blancos de lino, su camisa a juego y los zapatos Black and White brillantes como estrellas, daban la imagen de un hombre elegante y tranquilo.

-¡Sinvergüenza, desgraciado, mal nacido!

Gritaba Alicia fuera de sí, mientras sus azules ojos se llenaban de lágrimas y sus manos retorcían compulsivamente el enorme lazo rosa que llevaba a la cintura su maravilloso vestido de encaje color beige.

Leandro seguía impasible mirando a través de las persianas venecianas de madera. Miraba fijamente las enormes azaleas, y pasaba la lengua por su fino bigote mientras enlazaba sus manos en la espalda, como quién se dispone a reflexionar sobre algo realmente importante.

-No permitiré que me humilles de esta forma, no toleraré ni una mofa a mi dignidad ni a mi persona, ¡Te enteras! Mi padre será avisado puntualmente de tu comportamiento y tendrás tu merecido. ¡No lo dudes!

Dijo acercándose a Leandro con los puños cerrados y pestañeando repetidas veces, mientras escupía las palabras .

Se había secado las lágrimas con un delicado pañuelo de hilo de Holanda ribeteado de guipur. Mientras hacía el gesto, el brillo del impresionante diamante que adornaba su anular derecho, se había reflejado en la lámpara traída expresamente de Venecia, para vestir el salón.

Leandro, se volvió despacio, muy despacio y le sostuvo la mirada a duras penas.

-Me dan igual tus amenazas, querida. La amo y estoy dispuesto a dar mi vida por ella. Así que ya puedes avisarle a tu padre para que envíe a sus matones cuando quiera.

En ese momento, la pesada puerta de caoba se abrió y Alicia rompió nuevamente en sollozos mientras corría a abrazar a la recién llegada.

-¡Mamá, mamá, qué vergüenza! Me quiero morir. Me lo ha dicho la foca de Luzmila Navarrete en plana calle, delante de todas las Damas Guadalupanas. ¡Qué vergüenza! Además ya sabes lo malvada que es y cómo le gusta humillar a todo el mundo.

La enorme mujer se limpiaba la falda malva que Alicia había llenado de lágrimas en su efusividad. Mientras abrazaba a su hija, miraba con profundo odio a Leandro.

-Cómo has podido hacerle esto a mi niña. ¡Desgraciado! No esperes que te perdone en la vida. ¡JAMAS! Y con semejante grito, hasta la enorme lámpara del salón, se movió en redondo y las lágrimas de cristal, cantaron su melodía.

-Si me hubieras visto mamá, allí de pie en la calle sin saber qué decir. Y si la hubieras oído:

“ ¡Oh, Alicia, qué horror! Toda la ciudad sabe que Leandro tiene de querida, a la hija de Teófilo, el barbero…”

Dijo imitando una voz aflautada y ridícula.

-Y yo allí humillada, vilipendiada. Todas aquellas hurracas mirándome y esperando mi reacción. ¡Ahhhh!

Y Alicia volvió a empezar a llorar, Leandro suspiraba con ademán de cansancio y la mujer de violeta intentaba que su hija no acabara de arruinar con sus lágrimas la delicada falda que vestía, así que le dió un chal que había en el respaldo del sofá donde estaban sentadas, para que limpiara las lágrimas y lo que considerase conveniente.

-Calma hija, calma. Que esto lo soluciona tu padre rápidamente. Manda a Nicolás a que le dé su merecido al mequetrefe este con quién te empeñaste en casarte.

Leandro se encaró sin mucha convicción, con la mujer que lo amenazaba.

-Me da igual lo que diga señora, estoy dispuesto a dar mi vida por mi amor y…

-¡Calla imbécil! Que amor ni que amor. ¿Y el honor de mi hija? ¿Y su dignidad? Lo único que has hecho es convertirla en el hazmereir de toda la ciudad. Y eso lo tendrás que pagar, no lo dudes.

Dado que no conseguía que su hija, le dejara la falda tranquila, optó por ponerse en pie.

Un enorme estruendo se oyó del otro lado de la gran puerta de caoba. Al minuto, ésta se abrió y apareció Maximiliano, vestido de negro de arriba abajo, portando un enorme revolver con la culata repujada en plata. Miró fijamente a Leandro y a continuación se sentó a consolar a su hija.

-Vamos pequeña, cuéntame qué ha ocurrido, que lo quiero oír de tus propios labios para que pueda tomar una decisión.

-¡Ay Papá, que humillación! Iba yo por la calle Real, con las Damas Guadalupanas y de repente por el otro lado, viene con su madre la víbora de Luzmila Navarrete. Cruza a paso ligero a nuestra acera, nos saluda y entonces dice con esa voz de rata almizclera que tiene y con ademanes de simular escándalo:

“ ¡Oh, Alicia, qué horror! Toda la ciudad sabe que Leandro tiene de querida, a la hija de Teófilo, el barbero…”

-Y yo allí papá, humillada y todas las Damas Guadalupanas mirándome y cuchicheando “Ohhh Dios mío, la hija de Teófilo el barbero” ahhhh ¡Que humillación!

Alicia se echó llorando en brazos de su padre, secándose profusamente los ojos contra las mangas de la camisa negra de lino de su progenitor.

En ese momento Leandro se acercó al sofá donde se hallaba su esposa y ésta sin que nadie lo pudiera evitar, cogió el revólver de la mano de su padre, apuntó a Leandro y le gritó desaforadamente:

-¡Jamás te voy a permitir que me humilles de esa manera, ¿Me entiendes? ¡¡¡Si hasta los criollos Mendoza tienen una querida más blanca y joven que la nuestra!!!

Y a continuación vacíó el cargador sobre aquel hombre vestido de lino blanco de arriba abajo, a excepción de unos zapatos Black and White brillantes como estrellas.

 


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