Por Eduardo
Montagut
La Italia que había concluido su largo proceso de
unificación encontró en la Iglesia un rival muy potente, dado el alto número de
católicos italianos. Roma no aceptó esta unificación porque le arrebató los
Estados Pontificios. A partir de 1870 y hasta la firma de los Acuerdos de
Letrán en tiempos de Mussolini las relaciones entre el Estado italiano y la
Iglesia fueron muy difíciles.
El Papa Pío IX llevaba decenios condenando el
liberalismo, especialmente después de la Revolución de 1848 y la experiencia de
la República Romana. En el Syllabus de 1864 había hecho una
relación de todas las ideologías, opiniones y planteamientos que la Iglesia
consideraba erróneos. De esta manera, los católicos liberales italianos
quedaron en una situación difícil.
Pero, además, el pontífice se opuso a Cavour y sus
políticas internas en el Piamonte, antes de que se culminase la unificación,
especialmente en relación con la secularización de las propiedades eclesiásticas.
Por fin, en el Concilio Vaticano I se definió la
infalibilidad papal en 1870, que no casaba con ningún tipo de espíritu
conciliador. El Papa cuando hablaba ex-cathedra en cuestiones de doctrina en
relación con la fe, pero también con las costumbres, no se equivocaba, ya que
estaba en posesión de la infalibilidad que Cristo había concedido a la Iglesia.
Este Concilio es importante, además, porque
estableció el marco en el que debían ser las relaciones entre la Iglesia y los
Estados. En primer lugar, el Estado debía reconocer a la Iglesia. En segundo
lugar, la Santa Seda tendría el derecho a sentenciar y censurar los actos de
los gobiernos, de los poderes temporales. Por fin, la Iglesia tendría derecho a
controlar la educación. Otros privilegios que el Estado debía conceder a la
Iglesia eran los siguientes: exención del servicio militar para sus miembros,
poder fundar sin límite nuevas órdenes y congregaciones religiosas, y poder
adquirir todo tipo de propiedades, bienes y rentas. En este sentido, podemos recordar
que unos años antes el Estado español y la Santa Sede firmaron un Concordato,
en tiempos de la Década Moderada, donde gran parte de estas cuestiones se
contemplaba, además de garantizar la financiación de la Iglesia
española. Pero
el caso italiano era más complejo porque el Papado se había quedado sin los
Estados Pontificios. El 1 de noviembre de 1870, Pío IX excomulgó al gobierno y
al rey de Italia por haber invadido Roma y rechazó la Ley de Garantías, por la
que el Estado italiano en 1871 le ofrecía concesiones, entre ellas la renuncia
de Roma como capital de Italia. La tensión siguió subiendo hasta mediados de la
década, ya que en octubre de 1874 el Papa, a través del documento Non
Expedit, prohibió a los católicos la participación activa en la vida
política italiana.
Posteriormente, Francesco Crispi intentó acercar
posturas con la Iglesia. En principio, parecía que León XIII era más flexible y
conciliador. En este sentido, demostró una gran habilidad diplomática con
Bismarck en relación con los problemas entre el Estado alemán y los católicos,
o con la Francia republicana laica. Además, había cambiado la posición de la
Iglesia en relación con los problemas sociales al definir la doctrina social
católica en la Rerum Novarum de 1891. Pero León XIII se
mantuvo inflexible y siguió sin reconocer al Estado italiano.