La Capilla Bautismal está a los pies del templo junto al retablo de la Virgen de Araceli. Está cerrada con una reja de hierro que se abre cada vez que se va a celebrar un bautizo.
Se cree que su origen está datado a finales del periodo medieval, encontrándose en unas reformas que se realizaron en el siglo XVIII, la tumba de Don Jerónimo Suárez de Maldonado, a la sazón Consejero de Carlos V y prelado quien fue sepultado aquí en el año 1545. El cuerpo se encontró incorrupto.
El retablo es de estética neoclásica y en el centro del mismo podemos ver una pintura de "La Santísima Trinidad". Fue realizada por Virgilio Mattoni de la Fuente en 1904 en un estilo ecléctico. La técnica utilizada es de óleo sobre lienzo y tiene una medidas de 2,48 metros de alto por 1,66 metros de ancho.
De planta cuadrada, se cubre con una bóveda de crucería cuyas nervaduras arrancan de ménsulas con forma de cabezas. En el centro de la capilla está la pila bautismal.
Vida de D. Jerónimo Suárez de Maldonado. Prelado y consejero de Carlos V.
Natural de Sevilla, hijo de Diego Jiménez y Catalina Suárez. Inició sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, en donde se licenció en Cánones.
En noviembre de 1515 fue admitido en el salmantino colegio mayor de San Bartolomé, y así entró a formar parte de la elite de letrados castellanos que procuraban mejorar sus conocimientos y preparación después de pasar por la universidad. No en vano, éste y los otros colegios mayores eran centros de formación de expertos en derecho civil y eclesiástico, cuyos destinos preferentes eran después la administración real y los obispados. Ambos tipos de ocupaciones tuvo a la postre Jerónimo Suárez de Maldonado, cuya trayectoria fue tenida en dicha institución como paradigma del encumbramiento político-social que se alcanzaba gracias a los méritos que eran adquiridos en ella. Durante su estancia en el colegio mayor parece que ejerció el oficio de juez metropolitano, pero no llegó a opositar al grado de catedrático. Asimismo, fue nombrado provisor del obispado de Cuidad Rodrigo por Juan Pardo de Tavera, que ocupó esta mitra entre 1516 y 1523. Este hecho habría de resultar fundamental en la proyección administrativa de Suárez Maldonado, pues pasó a gozar de la protección de quien se convertiría en una de las cabezas del gobierno durante la primera mitad del reinado de Carlos V.
Su estancia en el colegió terminó simultáneamente a su entrada en la administración real cuando, a comienzos de 1517, fue enviado a Valladolid como juez de comisión para tratar de apaciguar la ciudad tras los sucesos provocados por la oposición que había causado la formación de milicias por parte de Cisneros.
Su promoción se produjo este mismo año, ya que Suárez de Maldonado comenzó a ejercer labores como oidor de la Chancillería de Valladolid. Aquí afianzó sus relaciones con Juan de Tavera, que en 1522 fue enviado a presidir este tribunal. El puesto de oidor de cualquiera de las chancillerías acostumbraba a dar experiencia y solía ser un paso previo antes de acceder a algún obispado o a alguno de los consejos de la monarquía.
En efecto, en mayo de 1524 Suárez de Maldonado cambió de destino al ser nombrado consejero de Inquisición.
En este organismo mantuvo durante los años siguientes frecuentes discrepancias con el inquisidor general Alonso de Manrique, quien, por su parte, era enemigo político de Tavera, que también había llegado a la Corte con nombramiento de presidente del Consejo de Castilla en septiembre de 1524.
La posición de Suárez de Maldonado al frente del Consejo de Hacienda se afianzó con ocasión del viaje de Carlos V a Niza y el consiguiente establecimiento de la pertinente regencia. El 22 de abril de 1538, el Consejo de Hacienda, carente de presidente desde la muerte de Francisco de Mendoza, recibió nuevas instrucciones y, expresamente, se situó a Suárez de Maldonado en su cabecera al citarle como el primero de los consejeros.
Un año después, al partir Carlos V a Gante expidió nuevos mandamientos que complementaron la Instrucción de abril de 1538.
Además, Suárez de Maldonado había asumido en 1536 otro importante puesto dejado vacante por Francisco de Mendoza, la presidencia del Consejo de la Emperatriz, encargado de administrar su patrimonio y de asesorarla cuando Carlos V se encontraba ausente.
Esta presidencia del Consejo de la Emperatriz se prolongó después del fallecimiento de Isabel de Portugal en 1539, pues hubo que solucionar diversos temas relacionados con su herencia y disposiciones testamentarias.
Precisamente, en el funeral de la emperatriz, oficiado en San Jerónimo de Madrid, el obispo Suárez de Maldonado dijo el oficio de vísperas.
En efecto, cuando en 1539 Juan Pardo de Tavera dejó la presidencia de Castilla para ocupar el cargo de inquisidor general, recomendó a Carlos V que Suárez de Maldonado fuera nombrado presidente del Consejo de Inquisición, un oficio creado ex profeso por la confianza que le inspiraba. Su principal atribución consistió en encargarse de los asuntos relacionados con los temas de justicia, mientras que en cuanto inquisidor general Tavera, que además tenía una activa participación en el gobierno de Castilla, atendía a las materias referidas a las provisiones y gracias. Hay que precisar que en los años siguientes se endureció la censura inquisitorial, se adoptaron medidas de vigilancia y control de los moriscos, y finalizaron diversas causas contra alumbrados iniciadas años antes.
Sabiendo que dejaba el manejo de la Hacienda bien cubierto con la presencia de Cobos, desde junio de 1544 se produjo la ausencia de la corte de Suárez de Maldonado, que partió para ocuparse de su obispado, en donde permaneció más o menos un año. Tan prolongada estancia se debió a que, con anterioridad, jamás había visitado su sede episcopal a pesar de llevar tantos años como su prelado. Acaso su decisión también se debiera a la creciente influencia de Fernando de Valdés, que, de manera progresiva, fue afectando a todos los protegidos del inquisidor general Juan de Tavera. Éste intentó todavía que Suárez de Maldonado retuviera título y ejercicio de consejero de Inquisición a pesar de estar alejado de la Corte, alegando que había pocos consejeros y bastante ineficaces en temas inquisitoriales, hecho motivado por ancianidad o por inexperiencia. Pero Tavera falleció en agosto de 1545. La vida de Suárez Maldonado no excedió mucho a la de quien con tanto denuedo había sido su patrón. Había regresado a la Corte, sita en Valladolid, y aquí al poco falleció, el 8 de septiembre.
Así desaparecía toda una generación de consejeros que se había iniciado en el gobierno en los primeros años del reinado de Carlos V. Suárez de Maldonado ordenó ser sepultado en Sevilla, su ciudad natal. El expolio de sus bienes episcopales pasó a nutrir las arcas de la Hacienda real.
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