El conjunto arquitectónico del convento e iglesia del Espíritu Santo de Sevilla muestra en buena parte de su exterior una apariencia de ladrillo desnudo fruto de la restauración de los años setenta del siglo XX, intervención que eliminó los originarios muros enlucidos y encalados. Sobre uno de los muros de la calle Dueñas destaca un retablo cerámico de un calvario del siglo XVIII del que hablamos más adelante.
En el acceso correspondiente al colegio de las Niñas de la Doctrina aparece la inscripción "Erigió a propias expensas y dotó con liberal mano el eminentísimo y reverendísimo señor cardenal don Manuel Arias, arzobispo de esta ciudad de Sevilla. Año de MDCCXIV".
La iglesia, abierta a la calle del Espíritu Santo, es edificio barroco de sencilla planta conventual, una sola nave, bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos y coro a los pies que separa la clausura. Sufrió importantes daños en el terremoto de Lisboa de 1755, conociendo su última gran remodelación en 1790, gracias al mecenazgo del obispo Marcos Alonso Llanes.
Todavía en el siglo XIX conocería nuevas intervenciones como la colocación en 1866 de un nuevo zócalo de azulejos. Su única portada aparece en su muro derecho, fechándose en 1790. Entre el caserío del barrio se yergue la espadaña, decorada con azulejos del siglo XVIII, una espadaña difícil de apreciar desde la estrecha calle Espíritu Santo y que sin embargo tiene una preciosa vista desde la plaza de la calle San Juan de la Palma a la altura de la iglesia del mimo nombre.
Como decíamos más arriba, sobre la puerta la entrada del convento de la calle Dueñas hay un retablo cerámico del siglo XVIII que representa a un calvario, pero es una representación un tanto hui generis por dos razones. La primera es que las figuras de San Juan y la Virgen están invertidas a como las vemos representadas normalmente, es decir, la Virgen debe estar a la derecha de Cristo y San Juan a la izquierda. La segunda es que el arte de INRI está pintado sobre una tela y no sobre una tabla como ese ve comúnmente.
Finalmente tenemos que resaltar una anomalía física que no es fácil distinguir desde el suelo: el pie derecho de Cristo tiene seis dedos.
En el retablo cerámico también se representa al Sol, presencia que tiene su valor simbólico. En las escrituras, concretamente en los versículos de Isaías (9,1 y 24,23) y Malaquías (3,20) que predicen la venida del Salvador, se compara dicha venida con la elevación de un astro que vendrá a iluminar a Israel. Posteriormente, San Agustín alude, entre otros, a un texto de S. Lucas (I, 78-79) cuando recuerda que en otros lugares de la escritura, Cristo recibe alegóricamente el nombre de Sol: "Noster sol justiciae Christus". Posiblemente estos textos debieron también inspirar a los artistas y la simbología se propagó a lo largo de los siglos.
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