La Iglesia católica española debe pedir perdón y habilitar urgentemente una oficina donde los miles de españoles víctimas de indignos sacerdotes y frailes pederastas puedan denunciar sus casos en espera de justicia. La época del silencio forzoso ha pasado y la justicia obliga a que el cáncer de la pedofilia, que corroe la entrañas de la jerarquía católica y que aparta a miles de cristianos de las iglesias, salga a la luz y sea extirpado con urgencia.
El arzobispo de Viena y presidente de la Conferencia Episcopal, Christoph Schönborn, máximo responsable de la Iglesia austriaca, ha marcado el camino al pedir perdón públicamente y agradecer a las víctimas que hayan roto su silencio denunciando los casos de abusos.
El camino contrario al que debe tomar la Iglesia española es el señalado por Bernardo Álvarez, obispo tinerfeño, que reconoce que han existido casos de abusos sexuales en la Iglesia, pero también ha asegurado en una entrevista a Radio Club Tenerife que algunos de estos casos se cometieron hace 50 años y el hecho de que ahora se aireen "esconde intereses diabólicos" contra la Iglesia.
Los abusos, si han existido, aunque se hayan cometido hace 50 o más años, merecen que la Iglesia pida perdón por ellos y que sus autores paguen por sus pecados y abusos.
La petición de perdón y la apertura de esa oficina de denuncias deben ser iniciativa de la propia Iglesia española y tienen que anticiparse a la iniciativa del gobierno de Zapatero, que, animado por su odio al catolicismo, podría aprovechar la ocasión para estimular las denuncias y capitalizar desde el gobierno socialista el descontento de miles de ciudadanos y de familias ante la impunidad de los sacerdotes que han abusado de niños españoles.
El asunto es urgente, si la Iglesia quiere evitar una oleada de casos nauseabundos, aireados a diario por la prensa sometida al gobierno socialista.
Existen evidencias firmes que demuestran que la Iglesia ha intentado ocultar la existencia de sacerdotes abusadores detrás de un imponente muro de silencio. Las pocas víctimas que se atrevieron a denunciar en el pasado fueron amanazadas y, en algunos casos, obligadas a jurar ante los evangelios que no airearían jamás su caso. Hoy, esa política es suicida y la propia Iglesia debe tomar la iniciativa para que los casos de pederastia salgan a la luz y las víctimas reciban al menos la satisfacción moral de ver los nombres de sus verdugos con sotana aireados y cubiertos del oprobio que merecen por sus actos obscenos.
Sólo si la Iglesia toma la iniciativa y gestiona con firmeza y decencia los casos de pedofilia, podrían garantizarse la justicia y la transparencia que la situación requiere. Una intervención del gobierno, teniendo en cuenta los antecedentes de manipulación y mentira del gobierno Zapatero, sólo garantizarían una bochornosa, arbitraria y politizada utilización del drama.
En España, gracias a la complicidad del "Franquismo", los abusos de los sacerdotes y frailes en las décadas oscuras de los cincuenta y sesenta quedaron tapados por el miedo al poder eclesiástico. Esos y los más escasos de los años setenta y posteriores pugnaron por salir a la luz, pero se estrellaron contra una Iglesia que no quiso nunca asumir su terrible culpa.
Hoy, cuando una oleada de indignación atraviesa el mundo católico de parte a parte, alimentada por los numerosos casos probados de pederastia en Estados Unidos, Canadá, Irlanda, Alemania y otros países, ya es imposible mantener en pie el muro del silencio en países más profundamente católicos, como Italia, España y Portugal, entre otros, todos ellos con demasiados casos silenciados.
Muchos españoles conocen algunos de esos casos ocultos. Personalmente, conozco varios de ellos y estoy ya en la cola para denunciar ante la Iglesia al menos uno de ellos, realmente sucio y triste, protagonizado por un sacerdote "cerdo", todavía vivo, que ejerció en la provincia de Cádiz, en los años sesenta.
Es lamentable y doloroso que la Iglesia Católica, que, a pesar de sus fallos y pecados, es una de las instituciones más dignas y nobles del panorama español, se vea dañada por la terrible mancha de la pederastia, pero está obligada a dar ejemplo y a demostrar que "el que la hace la paga" ante otras instituciones que, encabezadas por el gobierno y los partidos políticos, se mantienen impunes a pesar de que son cien veces más culpables y merecedoras de oprobio y castigo por sus injusticias, violencias, corrupciones, despilfarros, arrogancias, expolios, privilegios y por los muchos dolores y daños que causan a los ciudadanos.