Ya hace un tiempo, en La Verdad Obrera, rebatimos los diversos argumentos que sostiene la Iglesia en contra del derecho al aborto. No viene mal refrescarlos cuando, no sólo la oposición derechista de Macri y Carrió, sino también la centroizquierda y el gobierno nacional vienen cerrando filas con el Vaticano y el flamante Papa argentino, un firme enemigo de que las mujeres tengamos derecho a decidir.
Si los inventores de la Inquisición son pro-vida…
La Iglesia que torturó y quemó en las hogueras de la Inquisición a millones de personas, en su mayoría mujeres; la Iglesia que envenenó y asesinó a sus propios líderes espirituales por oscuros intereses; la que acompañó la conquista de América e impuso la fe católica a sangre y fuego a los pueblos originarios, destruyendo sus templos y aplastando sus culturas; la misma Iglesia que bendijo las armas y estuvo junto a los nazis durante la II Guerra Mundial; la que, en Argentina, fue cómplice y partícipe del genocidio perpetrado por la dictadura militar; la misma que alberga en sus filas a centenares de curas pedófilos y abusadores… esa Iglesia dice que está en contra de la legalización del aborto porque está a favor de la vida. Y hasta el santo desconfía.
¿De qué vida hablamos cuando hablamos de vida?
A pesar de su historial, la Iglesia insiste en definirse como defensora de la vida. Esa ubicación en los debates, le permite tildar a quienes defendemos el derecho al aborto de “asesinas”, de que estamos “en contra de la vida”. Pero el debate es falso. En primer lugar, porque la principal causa de mortalidad de mujeres gestantes en Argentina son los abortos clandestinos, muy por encima del promedio mundial. Que la interrupción voluntaria del embarazo no sea legal, no es motivo para que no se practique: los abortos se duplicaron en la última década y las mujeres que dejan su vida en el intento son las más pobres y jóvenes. En segundo lugar, tendríamos que plantear que no hay consenso científico acerca de cuándo comienza la vida humana. Quienes sostienen un enfoque genético, plantean que desde la fecundación del óvulo por el espermatozoide hay que hablar de vida humana. Pero hay otros que sostienen que sólo puede hablarse de vida humana cuando se desarrollan los órganos que permiten pensar y sentir o cuando el feto es capaz de sobrevivir fuera del útero, de manera independiente del cuerpo materno. Si hay diversas ideas sobre la vida humana.
¿Por qué, entonces, la idea de algunos debe imponerse, como dogma incuestionable, sobre la legislación que debería abarcar a todas las personas? La legalización del aborto no obliga a abortar a ninguna mujer embarazada que no quiera hacerlo; pero permitiría que aquellas que necesitaran o quisieran recurrir a la interrupción voluntaria del embarazo, pudieran hacerlo sin riesgos de enfermedad o muerte. En cambio, mientras la Iglesia presiona al Estado para que no se legalice el aborto, impone a todas las mujeres –católicas, judías, ateas, etc.- la clandestinidad y el riesgo de vida para las más pobres.
Es necesario nacer para ser una persona
En el Derecho, una “persona” es alguien susceptible de adquirir derechos y contraer obligaciones. Y mientras nuestras leyes consideran la existencia desde el momento de la concepción, sólo reconocen como “persona” a los nacidos vivos. Los embriones y fetos se consideran “personas por nacer”, es decir, si mueren antes de nacer, para la ley nunca existieron. Por ejemplo, si una mujer pierde un embarazo –lo que se denomina, aborto espontáneo-, ese embrión no recibirá un nombre, ni será anotado en el registro civil, ni será considerado un cordero del rebaño por la Iglesia. De hecho, para las leyes, no es el mismo castigo el que recibe quien comete un homicidio que alguien que comete un aborto, que tiene una pena mucho menor.
Contradicciones clericales
Si para la Iglesia, desde el momento mismo de la concepción, tenemos allí un “niño”, ¿por qué no se bautizan las “panzas”, no se bautiza a los embriones y no se les da cristiana sepultura a los abortos espontáneos? La Iglesia no siempre tuvo la misma postura frente al aborto. En la Edad Media, San Agustín y Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, planteaban que el aborto temprano no era un homicidio, porque entendían que el feto se transforma en humano cuando recibe el alma, y eso sucedería muchos días después de la concepción. Pero varios siglos más tarde, en plena Revolución Industrial, el Papa Pío IX cambió drásticamente esa postura. Es que el aborto era un método contraceptivo muy popular entre las trabajadoras y la burguesía necesitaba de la fuerza de trabajo de hombres, mujeres y niños. ¡Allí estaban los curas para ponerse al servicio de las clases dominantes! Pero recién en 1917, cuando la Revolución Rusa instauraba el derecho al aborto libre y gratuito por primera vez en la historia, la Iglesia establece definitivamente la idea de que existe vida humana inmediatamente después de la concepción. Y mientras en la década del ’70, sectores de la Iglesia debatían sobre anticoncepción, fue en la época de la restauración conservadora –durante el “neoliberalismo”- que el Vaticano instauró el Día del Niño por Nacer.
¡Que no mientan más! Quienes están contra la legalización del aborto, no están a favor de la vida… están a favor del aborto clandestino.