Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
De la presencia de los carmelitas descalzos en la ciudad de Ávila existen muchas historias científicas y popularizadas; pero quedan flecos de la gran historia que los lectores quieren conocer porque son “curiosidades”, no meras anécdotas, que transmiten las viejas crónicas. Tengo la suerte de encontrar en el archivo del convento una crónica, breve pero muy jugosa, escrita por un fraile en el año 1667, obedeciendo a un mandado del capítulo general de la orden de 1664, “por el mes de mayo”, de escribir la historia de la fundación, los “milagros y vidas de los religiosos señalados que hubieren fallecido en ella”.
El cronista anónimo comenzó a escribir la historia desde la primera fundación de la orden en la ciudad de Ávila que, como es sabido, fue el año 1600, y, al no encontrar testigos oculares de los hechos, se vio obligado a “revolver papeles antiguos conservados en el archivo” de la casa. ¡Sentido histórico de los antiguos hijos de la madre Teresa, la gran historiadora!
Dejando para otras ocasiones las “curiosidades” de las tres primeras fundaciones de los carmelitas descalzos en Ávila desde 1600 a 1630, me fijo en un suceso que el piadoso cronista da por milagroso y que dejo a la consideración de los lectores el pensamiento libre para sus propias elucubraciones. Se trata de un árbol gigantesco, “prodigioso”, dice el cronista, que proveyó de madera para muchas de las necesidades de la nueva edificación que algunos críticos y observantes frailes asimilaron al monasterio de El Escorial (¡!). No era para tanto ni por la extensión ni por el coste económico ni por las estructuras construidas. Fue un convento concebido para ser habitado por unos sesenta religiosos, nada fuera de lo permitido en aquellos momentos en las leyes de la orden. El cronista se refiere a un “nogal” muy particular, “milagro de la naturaleza” del que cuenta una curiosa historia que reproduzco literalmente.
“Criose (¡!) en la serranía de Ávila, en un lugar que llaman Navalacruz y salió de tan extraña grandeza que fue posesión de tres familias las cuales tenían su hacienda en los frutos que rentaba [¡!]. Últimamente vino en poder de uno solo a quien Nuestro Señor llamó después a la Religión [los carmelitas descalzos] por medios bien extraordinarios. El cual lo dejó a esta casa [de Ávila, todavía en construcción] al tiempo de la profesión”.
“De este nogal solo -sigue diciendo- se hicieron las rejas de la capilla mayor y capillas particulares que son nueve, las puertas de la portería, iglesia y cancel y otras muchas que están en piezas comunes que todas pasan de treinta; los bancos del coro y de la iglesia; las mesas del refectorio; los cajones de la sacristía, que solo los de los ornamentos tienen treinta navetas y cajones donde hay tablones de más de seis varas de largo y cerca de dos de ancho”.
“Y demás de esto, sobraron tres carros de tablones que se dieron a diferentes partes. Todo lo cual salió de este prodigioso nogal. Voz era común entre los religiosos que se manifestaba, y a verdad mirando la multitud de piezas que de él se hicieron, aunque era tan grande, no parece posible que sirviese para tanto sin que Dios lo multiplicase. Providencia que nos da bien a entender la que Su Majestad tenía con esta casa” (Libro de la fundación -1568-1658. Y Libro de Difuntos 1607-1836, 10r-v. Archivo conventual, armario 1, B-3).
De hecho, en el actual convento de “La Santa” se conservan la cajonería de la sacristía de madera de nogal, se supone que de un nogal de enormes dimensiones, a juzgar por la cobertura de la cajonería; además, los bancos del coro de la comunidad, también de nogal. Lo mismo que las rejas de la capilla mayor y de las ocho laterales, que eliminaron en 1864 los capellanes, carmelitas exclaustrados en 1836 (Cf. Daniel de Pablo Maroto, Iglesia y convento de “La Santa” en Ávila, Carmelitas Descalzos, 2014, p. 84).
El cronista citado narra, con motivo de su muerte, la santa vida del protagonista de esta historia: el Hno. Pedro de San Juan, el dueño del famoso nogal. Dice de él que fue “uno de los principales ministros de la obra de esta casa”. Fuerte como “un roble”, trabajaba “día y noche” (¡!). Fue conventual de Segovia, Valladolid y el convento de “La Santa” en la que colaboró como un trabajador acarreando “toda la madera” de la sierra de su pueblo y “gran parte de la piedra” en “doce carretas” que tenía a su cargo (se supone que con ayuda de trabajadores contratados). Murió de “tabardillo” (tifus), muy común entre los frailes, según leo en las vidas de otros frailes aquí enterrados. Fue el año 1640 y está enterrado en la cripta del convento, debajo del altar mayor. Con gusto he recordado con memoria agradecida a este hermano lego que tanto trabajó en la edificación de esta hermosa iglesia y grandioso convento que ahora disfrutamos los herederos y visitantes (Libro de la fundación, 13r-14v).