Orlando Delgado Selley
Luego de insistentes presiones para que los gobiernos de países desarrollados comprometieran acciones para reducir el déficit fiscal, los mercados sorprendidos reaccionaron a la baja ante los anuncios de Bernanke y King, responsables de los bancos centrales de Estados Unidos y del Reino Unido, reconociendo que la recuperación de sus economías será más lenta de lo previsto. Casi simultáneamente, la información económica del segundo trimestre de 2010 mostró que el comportamiento del producto en países fundamentales para la economía mundial fue mejor de lo esperado. A los mercados este anuncio los ha tenido sin cuidado.
Para quienes el interés económico fundamental es obtener rendimientos con la compra de papeles financieros lo que importa son las expectativas inmediatas y a plazos de tres a seis meses. Lo sucedido en los meses recientes es historia y con eso no se gana dinero. Estos mercados, administrados con la lógica de la ganancia rápida –aunque con riesgos variados– frecuentemente son presa de sus propias acciones. Tan pronto la recuperación económica iniciada en el segundo semestre de 2009 pareció consolidarse, empezaron a preocuparse por la viabilidad del refinanciamiento de las deudas públicas.
Las calificadoras, cómplices de la debacle de 2007, modificaron sus puntuaciones castigando a países que pudieran enfrentar ese encarecimiento de sus pasivos. El resultado fue que los principales gobiernos europeos decidieran reducir sus compromisos de gasto, asociados a estímulos que se consideraron necesarios para detener la recesión y reanimar el consumo interno. Estos recortes han afectado a cientos de miles de familias, que se mantenían de los pagos que el Estado entrega a los desempleados por la crisis.
La recuperación, expresada en indicadores como el promedio de cotizaciones de la bolsa de valores, el PIB o la inversión, no había llegado a la población trabajadora. El desempleo no ha cedido y las remuneraciones han caído en términos reales, de modo que el deterioro de su calidad de vida ha continuado. La recuperación para quienes siguen desempleados no ha existido, aunque se les siga diciendo que una luz aparecerá al final del túnel. Socialmente era indispensable mantener la política fiscal que había servido para detener la recesión. El FMI, el Banco Mundial y la OCDE señalaron repetidamente que no era el momento de empezar a reducir el gasto.
Los mercados, en cambio, insistieron en que lo que importaba no era si para la gente la recesión seguía, sino que la rentabilidad de los papeles financieros pudiera afectarse. La preocupación era que el riesgo financiero se incrementara y los rendimientos previstos no se lograran. Impusieron un punto de vista basado en una teoría económica que la crisis cuestionó completamente. Con el cambio de política, se modificaron las expectativas y, con ello, el riesgo se alteró. Los mercados fueron los que provocaron esta situación. Sorprenderse es ignorar las consecuencias de sus propias iniciativas.
Lo notable no es que, por supuesto, los mercados sean ignorantes. Lo que sorprende es que quienes los manejan lo puedan seguir haciendo, pese a que el dominio de los intereses de corto plazo típicos de estos mercados ha afectado las condiciones de vida de millones de personas. El cambio en las expectativas de los mercados provoca una profundización de la desesperanza de aquellos que dependen solamente de su capacidad de trabajo para subsistir. El gobierno económico de los mercados es antitético a la democracia. Nadie los eligió y, sin embargo, gobiernan.
En su programa sólo importan sus intereses, lo que sería inadmisible en cualquier propuesta política. No se someten a las reglas del mercado político, ya que ellos son el mercado económico y en la economía está el verdadero gobierno. Dos poderes que, en realidad, no son de la misma calidad: uno está formado por electores, partidos políticos, instituciones y autoridades; el otro son los poseedores de dinero en busca de los mayores rendimientos posibles en el menor plazo. El primero debiera prevalecer sobre el segundo, pero ocurre lo contrario. La democracia debe, y puede, cambiarlo.
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Tomado de La JornadaUna mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización