La ignorancia: El origen de los problemas

Hace unos días se realizó el 20° Encuentro Interreliogioso Monterrey 2017: “Educando en amor y compasión”, en donde se abordó el papel de la espiritualidad en la formación de las personas. Hubo expositores de distintas corrientes ideológicas y religiosas, en donde se puso de manifiesto la gran importancia de enseñar a las personas desde niños el valor del amor y la compasión a los demás que sean distintos a nosotros.
Pero hubo una frase que me pareció la más importante y expuso directamente el problema tan grande que esta viviendo la humanidad. “La causa principal de los conflictos en el mundo es la ignorancia, y la ignorancia lleva a la injusticia”; esto fue pronunciado por Mohammad Ayub Khan, representante del islam en el evento y quien es maestro del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, quien fue directamente en el meollo del asunto.
Los grandes problemas que se viven a nivel mundial es por la ignorancia, ya sea voluntaria o involuntaria, pues existen de los dos tipos; hay quienes no saben la realidad de un asunto porque sus posibilidades o su situación no le permite tener acceso a ese conocimiento, o están los que aunque tengan acceso al dicho conocimiento, no lo quieren saber pues esta en contra de sus ideas preconcebidas y preestablecidas, basadas en intereses personales y particulares.
Así surgen los fanáticos de todas las religiones, ideologías, políticas y demás rubros, por la ignorancia y el deseo de hacer prevalecer lo que unos creen “cierto” por encima de lo que los demás quieren, o por encima de la realidad misma. Incluso hay quienes se sienten orgullosos y soberbios de su ignorancia. Presumen saberse de memoria los versículos de un libro religioso, pero no saben como funciona el mundo real ni los fenómenos naturales.
Los que son honestos, al tener conocimiento de lo que es real, cambian de actitud antes las cosas, su punto de vista cambia y hasta colaboradores se prestan con los demás para la solución de conflictos generados por diferencias que no tienen ningún valor por si mismas. Así es como hoy en día podemos ver sentados en la mesa a judíos, cristianos de distintas definiciones, islamistas, budistas, y hasta agnósticos, dialogando en paz y armonía para buscar solucionar problemas reales, no basados en simples creencias.
Pues al tener conocimiento de como son los demás y forma de pensar, nos permite tener una mayor comprensión de ellos, y de como poder acercarnos a los demás de manera respetuosa y con tolerancia, sabiendo, no creyendo, que lo que nos unifica es la búsqueda del bienestar de todos, no la supervivencia de una creencias.
El creer que somos mejores que los demás no vale nada si los demás no lo notan en tus buenas acciones en favor de la comunidad, de la sociedad misma. Una creencia no te hace mejor que los demás, si no aporta ningún valor o ninguna virtud humana, en realidad no vale nada. Hay quienes hablan mucho del amor, pero no se compadecen de los que sufren, de los que padecen para seguir adelante en sus vidas, no hacen nada por ellos. Y es ahí donde te das cuenta que valen mucho más mil acciones que mil oraciones.
El amor solo puede surgir del conocimiento y la comprensión, no de la ignorancia y la intolerancia. Si queremos que esta humanidad progrese en todos los sentidos tenemos que poner a funcionar el cerebro y dejar a un lado creencias basadas en caprichos, odio e ignorancia. El mundo tiene que ser unido, global e integrador si quiere sobrevivir a las crisis ideológicas y existenciales que esta pasando la humanidad. Pero todas ellas es por la ignorancia, no reconocer la responsabilidad que tenemos en los problemas que ocurren en el mundo, pero sobre todo nuestra obligación y capacidad para resolverlos de una manera funcional y practica para todos.
En el discurso el echarle la culpa a los demás y dejar que otros lo solucionen es lo más sencillo y lo más patético que hay. Debemos actuar con hechos reales, las divisiones se deben de resolver. Si los problemas nos dividen ellos vencerán, solo unidos y en paz podremos solucionarlo todo.
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