Revista Libros
Ayer descubrí este vídeo (aquí) a través de un contacto de Facebook (aunque las redes sociales estén llenas de banalidades, de vez en cuando se encuentran contenidos interesantes). Miradlo. Es una conferencia muy amena que invita a reflexionar sobre el poder del marketing, sobre los recursos utilizados para que el consumidor se haga una imagen del producto que no se corresponde con la realidad. Este ejemplo va de pollos y vacas, del contraste entre la apacible pradera asociada al término «granja» y la realidad de los animales confinados en pequeños compartimentos. Los prados verdes del imaginario colectivo están creados por la publicidad, por la empresa que no quiere que sepamos lo que sucede de verdad. La conferenciante dice que su gran aliada es la «ignorancia voluntaria» (palabras textuales) del consumidor, que prefiere mirar hacia otro lado para ahorrarse remordimientos. Lo mismo ocurre cuando le venden un artículo como nuevo y es, de hecho, el mismo producto con un envoltorio diferente.
El mensaje, dejando a un lado el maltrato animal, se puede aplicar a otros ámbitos, como el marketing editorial. La imagen que se transmite del libro (y del escritor) no es nunca neutral, sino que se construye a conciencia por la editorial y los medios de comunicación. Si quieren promocionar a un autor como una joven promesa, lo repetirán hasta la saciedad hasta que los lectores estén convencidos de leer a una joven promesa. Lo mismo ocurre con cualquier otro valor: autor reivindicativo, autora feminista, autor divertido. Estas etiquetas pueden convertirse en un encasillamiento incómodo para el escritor y en una verdad a medias para el lector. Las estrategias aún resultan más escandalosas cuando se refieren a productos comerciales de gran tirada, como los géneros que están o han estado de moda (histórica, chick-lit, erótica). ¿Cuántas veces han intentado vender como «nueva», «única» o «diferente» una historia cargada de clichés, de vacas que pacen tranquilas en el campo?
La ignorancia voluntaria (en este caso es más bien falta de capacidad de análisis) tiene parte de la culpa de que estas técnicas funcionen, pero no hay que responsabilizar únicamente al consumidor/lector (en esto, el título traducido del vídeo resulta bastante sensacionalista), porque si ignora, si se cree esos anuncios, esas frases promocionales, se debe en buena medida al hecho de que el marketing lo «amansa» para que no se haga demasiadas preguntas, para que no desarrolle su olfato crítico y, de este modo, compre el producto. No hay más que fijarse en las reseñas que reproducen con exactitud las mismas ideas que la contracubierta o la nota de prensa. La publicidad trabaja con sutileza, claro: mensajes latentes para que el público no sea consciente de la mentira. Eso es lo peor, que no son conscientes o lo son de forma vaga. Más que de ignorancia voluntaria, se podría hablar de ignorancia inconsciente. ¿Cómo superarla? Ellos, tratándonos como a personas inteligentes. Nosotros, demostrando que lo somos.