Dudé durante mucho tiempo si apuntarme este cuatrimestre a la asignatura de Género y Política, pensando quizás que una materia versada de manera especializada sobre la igualdad de género y el papel de los sexos a lo largo de la historia me aclararía ciertas dudas o, por lo menos, me ofrecería nuevos puntos de vista desde los que enfocar este polémico tema. Resulta que me equivoqué: los debates sobre género son tantos y tan variados que entiendo que la profesora entre tan confiada en clase cada día, quizás sabiendo que con lo descolocados que estamos sobre el tema jamás lograríamos pillarla a pie cambiado. Al revés, puede que los estudiantes planteamos las cuestiones de género desde posiciones tan básicas como consecuencia de nuestro poco recorrido en el tema que no es sino ella quien logra aprender de nosotros cosas que se le pudieron pasar por alto en su día.
El artículo de hoy nace a raíz de una publicación falsa de 2009 que la Guardia Civil ha dado por oficial, provocando la indignación en muchos de los que leyeron en el momento la comparativa de hombres agrediendo a mujeres y mujeres haciendo lo propio con hombres. Pensé que todas aquellas personas que defendían la igualdad de género día sí y día también se complacerían de poner al mismo nivel la violencia en todas sus formas, acabase esta contra un hombre o una mujer, pero veo que me equivoqué. Debí haberme quedado en el guión, pidiendo a “los y las” followers que por favor criticasen conmigo al unísono la osadía de igualar la violencia, provenga de quién provenga y afecte quien afecte, pero no lo consideré justo. Nací pasa desentonar.
Vivimos en una sociedad que se deja llevar por la corriente de lo que le dicen que está bien y lo que está mal, y que no piensa en si esto o aquello es bueno o malo realmente. Haremos cola en Change.org para pedir la inmediata supresión de alguna campaña de Ryanair que rebaje a la mujer a un mero trozo de carne, pero no reaccionaremos cuando Abercrombie&Fitch utilice hombres sin camiseta para promocionar la apertura de alguna de sus tiendas. Criticaremos con fervor la actitud de muchos hombres de acudir a discotecas asumiendo que la mujer representa su diversión pasajera, pero jamás de que estas mismas entren gratis en esos locales para ser utilizadas de cebo para con estos. Nos reiremos todos juntos de los anuncios de Adopta Un Tío exhibiendo hombres como si fueran una selección de catálogo de un canal cualquiera dedicado a la tele-tienda, y bramaremos contra ese mismo formato el día que decida hacer lo mismo con mujeres, presentándolas en un escaparate para que uno a uno los hombres vayan eligiéndolas como quien elige manzanas antes de pesarlas en el supermercado. Ahora mismo, y lamentándolo mucho, la sociedad no es más que un rebaño de ovejas a la que fuerzas de la verdad creadas por ella misma dirán qué hacer o qué pensar en cada caso.
No domino la disciplina, ni quiero, pero para tratar de explicar por qué derroteros quiero llevar mi explicación o defensa mejor será que contextualice con el campo de estudio que menos mal se me da: la ciencia política y la política activa. Me parece necesario relacionar igualdad de género y política, para así hacer ver por qué considero que en casos concretos la primera llevada al extremo ha hecho estragos en la segunda.
Hemos llegado a un nivel tan básico que pensamos que comparar el número de mujeres y de hombres en un sector nos dará la verdad absoluta sobre si este discrimina a uno u otro sexo, y no es así. Una lista electoral solo será igualitaria cuando el número de hombres y mujeres se aproxime, el Vicente Calderón pasará a ser un estadio de fútbol machista el día que a un partido acudan muchos más hombres que mujeres y el club no haga nada para que acudan más mujeres al estadio o una carrera cualquiera de las que se ofertan ahora mismo pasará a ser discriminatoria con los hombres en caso de representar un porcentaje muy bajo con respecto a las mujeres en las aulas que conforman esos estudios. No, las cosas no funcionan así.
Un ejemplo real: a principios de este año se conformó el gobierno griego, y para sorpresa de mucha gente (me incluyo) todos los ministros acabaron siendo hombres. Cabría esperar una queja generalizada recordando que muchas mujeres son más válidas que algunos de estos ministros y merecían estar en el ejecutivo, pero no. El argumento más difundido para pedir la paridad en las redes sociales se reducía a un “si no hay mujeres en el gobierno en Grecia no se logra la igualdad”.
La igualdad de género no nace de la paridad entre hombres y mujeres a la hora de repartir carteras en el gobierno, sino en la igualdad de ambos sexos para acceder a cada puesto. Si en Grecia contamos con una decena de ministerios y las diez personas más preparadas para hacerse cargo de ellos son mujeres, acabar incluyendo hombres en ese gobierno no será más que una suerte de discriminación positiva, aconteciendo la misma en caso de darse la situación contraria. Quiero para legislar en sanidad o justicia a la persona más preparada en esos campos, no tener que descartar candidatos solo porque jugamos a encajar hombres y mujeres en los despachos ministeriales para dar una imagen cara al exterior de que somos un país igualitario. Así no.
Dicho esto sobre gobiernos, dicho lo mismo sobre las listas electorales. Pretendo que las 21 personas que me representen en mi municipio sean los mejores entre los mejores, seleccionados por capacidad y no por un sexo que no han podido elegir. Así, me parecerá horrendo que cualquier partido en mi ciudad que cuente, por ejemplo, con un ejército de mujeres preparadas para dar guerra y mejorar día a día mi municipio tenga que dejar fuera de la lista a algunas de ellas porque una ley obliga a que no se superen determinados márgenes entre hombres y mujeres. Mujeres que, casi con total seguridad, acabarán sustituidas por hombres menos preparados pero que por caprichos legislativos acabarán en muchos casos obteniendo cargos que no merecen.
Se ha escrito tanto y de manera tan concisa sobre el tema que no creo aportar nada que no se haya dicho antes, pero a veces debemos dejar ver la luz ese pedazo de nosotros que nos dice que esto o aquello no es justo, que debe ser cambiado. Puede gustar lo que he dicho, puede desagradar también, pero habrá conseguido en cualquier caso que muchos indaguen sobre el tema o cambien de parecer con respecto a ciertas creencias que creían inamovibles desde un principio. Pensemos, y no dejemos que piensen por nosotros.