LA MUERTE DE MIKEL (1983)
Por Juan Carlos VinuesaFICHA TÉCNICA:Título original: La muerte de MikelAño: 1983Duración: 88 min.País: EspañaDirector:Imanol UribeGuión: José Ángel Rebolledo & Imanol UribeMúsica: Alberto IglesiasFotografía: Javier AguirresarobeReparto:Imanol Arias, Amaia Lasa, Montserrat Salvador, Xabier Elorriaga, Alicia Sánchez, Ramón BareaProductora: Aiete Films / Cobra Films / José Esteban Alenda Tercer largometraje de Imanol Uribe, quizás el más dotado de los cineastas vascos. La muerte de Mikel es un alegato contra la intolerancia, situado en la Euskadi de los años 80. Vagamente inspirado en un hecho real que ocurrió en la localidad guipuzkoana de Oiarzun[1], el fulminante del drama es la homosexualidad de un joven farmacéutico que milita en la izquierda abertzale. Es la suya una “muerte anunciada”, pues ya desde las primeras imágenes conocemos el desenlace. Nunca llegaremos a saber, en cambio las circunstancias de su defunción, si fue suicidio, muerte natural o provocada. Poco importa, Uribe no ha querido aclarar este particular, porque su propósito era lanzar una acusación general a la sociedad vasca. Todos son culpables, en esta historia. Hasta el propio Mikel.
Curiosamente esta idea no fue bien captada por el público ni por gran parte de la crítica, más pendientes del anecdotario político (como se presenta a la Policía y Guardia Civil, al PNV, a la izquierda abertzale) o de la misma homosexualidad, que no es en el film sino un pretexto para la reflexión en profundidad. Eso confirma hasta qué punto la excelente realización de Uribe “tapa” los agujeros de un guión bastante inconsistente, que en su propósito de acusar de intolerantes a todas las fuerzas presentes en Euskadi acaba por ser superficial y discursivo a partes iguales.
A Mikel lo “victiman” los demás, pero él mismo también tiene de qué acusarse. Las relaciones con su esposa Begoña, una chica bastante normal, para lo que hoy se estila, acaban en un brutal agresión. Tampoco juega limpio con el resto de la familia ni con los homosexuales travestidos que demasiado casualmente empieza a frecuentar. La revelación de su identidad sexual es quizá la más débil de la historia. Da la impresión de ser muy rápida, lo mismo que su aceptación tras su brevísimo período de rechazo.
Pero las tintas se ennegrecen mucho más al pintar a los colectivos. No se salva, desde luego, la izquierda nacionalista que, tras rechazar la candidatura a concejal de Mikel, quiere instrumentalizar su detención y muerte en beneficio propio, propiciando con su actitud la carga final de la Guardia Civil. Esta y la Policía aparecen como la instancia represiva por antonomasia. Matan a una pareja en un control deficientemente señalizado, “disuelven” manifestaciones pacíficas e interrogan haciendo uso de torturas. La moral tradicional vasca, su rigorismo encuentra en la madre su representante más cualificado. No cabe duda de que ese conservadurismo es un hecho, pero doña María Luisa aparece con todos los rasgos de la inflexibilidad y la adustez, intransigente e intolerante al extremo. El mismo plano del final, tan largo, que la tiene como protagonista en la terraza de su casa, resulta excesivo y recuerda más a la Bernarda Alba lorquiana que a una etxekoandre[2]. Mucho más simploide es la actitud pactista y pancista del hermano mayor, claramente identificable con el Partido Nacionalista Vasco. El retablo se completa con el párroco, el único que parece practicar un poco la tolerancia, y con Martín, el médico exiliado chileno, afincado en Euskadi, colaborador en el pasado de ETA y hoy convertido en delator por miedo a las torturas.
Seriamos injustos con Uribe si no recordásemos los estrechos márgenes en que se podía mover un cineasta vasco que quiere hablar de su pueblo en los llamados ahora “años de plomo”. Ha de medir al milímetro lo que puede decir y cómo respecto a éstos o aquéllos. Ha de evitar susceptibilidades “peligrosas” o descalificaciones globales (que a pesar de los equilibrios no le han faltado). La autocensura salta a la vista en secuencias enteras. Uribe se ve forzado a aguar el vino y disparará a bulto. Poner nombre y apellidos, bajar a pormenores o matices sutiles, hubiera sido un riesgo innecesario, que hubiera comprometido la realización misma del film. Así que tenemos que contentarnos con su genérica acusación sin más explícitos.
Pero si temáticamente no ha podido mojarse, estilísticamente demuestra su honda talla de realizador. Narra con notable soltura, pone la cámara en su sitio, desarrolla bien las escenas, dirige estupendamente a los actores (excelente por primera vez Imanol Arias), tiene sentido del encuadre y el montaje, arma con eficacia la estructura. Le ayuda decisivamente la extraordinaria –hay que recalcar el epíteto– fotografía de Javier Aguirresarobe, fenomenal en exteriores, haciendo sensorial el bello marco de Lekeitio, donde está filmada en su mayor parte la película. El trabajo del fotógrafo es, con diferencia, lo más perfecto de La muerte de Mikel.
Con una amplia filmografía en su haber, Imanol Uribe forma parte, por derecho propio, del cine vasco. Sus largos han tenido siempre una temática vinculada a Euskadi. Este film fue financiado en su cuarta parte, por el Gobierno Vasco y se estrenó en doble versión, hablada en euskera y en castellano, en el País Vasco.
[1]Fue el caso de un médico con adicción a la droga, militante de Herri Batasuna, que fue detenido e interrogado. Se denunciaron torturas. A los siete días de quedar libre, murió en extrañas circunstancias.[2] Ama de casa.