NO HABRÁ MÁS PENAS NI OLVIDO (1983)
Por Juan Carlos VinuesaFICHA TÉCNICA:Título original: No habrá más penas ni olvido. Año: 1983Duración: 80 min.País: ArgentinaDirector:Héctor OliveraGuión: Héctor Olivera y Roberto Cossa en la adaptación de la Novela de Osvaldo Soriano.Música: Óscar Cardozo Ocampo Fotografía: Leonardo Rodríguez SolísReparto:Federico Luppi, Ulises Dumont, Rodolfo Ranni, Víctor Laplace, Miguel Ángel Solá, Lautaro Murúa, Artuto Maly, Julio De Grazia, Héctor Bidonde, Graciela Dufau, Patricio Contreras, Salo PacikProductora: Aries Cinematográfica Argentina.
Premios:Festiva de Berlín de 1984: Oso de Plata Premio Especial del Jurado, FIPRESCI y C.I.C.A.E.
La vuelta a la democracia en Argentina, hizo oportuna esta película de Héctor Olivera, rodada en los últimos años de la dictadura, y que es un ajuste de cuentas con aquel peronismo que posibilitó el golpe miliar de los Videla y compañía. No habrá más penas ni olvido obtuvo un Oso de Plata en la Berlinale y estrenándose un año después en España. Es lástima que el último cine argentino, el mejor, el de Aristaráin, Fernando Ayala y Olivera,sea poco conocido en nuestro país, aunque Campanella haya acercado este al gran público. Y lo digo, porque merece la pena.
La película de Héctor Olivera es adaptación de la novela homónima de Osvaldo Soriano, cuyo título es una frase del célebre tango de Gardel “Mi Buenos Aires querido”. Es el relato tragicómico de una escabechina entre peronistas, situada en un pueblo pequeño, Colonia Vela, en setiembre de 1974, meses antes del golpe que derrocó a Isabelita Perón. Al principio todo parece un incidente chusco, propio de sainete. Pronto degenera en esperpento para concluir en una sangría de sangre estúpida.
En plena inestabilidad social, llega a Colonia Vela, a una facción “oficialista” del peronismo local, la orden de “depurar de bolches” la organización. Todo el pueblo es peronista y se elige como “cabeza de turco” a un secretario de la alcaldía, un chupatintas sin demasiada importancia. Pero el alcalde Ignacio Fuentes no está dispuesto a esa componenda sin sentido. Se niega a cumplir la orden. Entonces, el “oficialista” decide entrar en acción interpretando a rajatabla un comentario del intendente Guglielmini. Empieza la balasera. El alcalde se atrinchera en el Ayuntamiento, vienen los “matones” de la capital y la refriega va subiendo de tono. Estamos en el esperpento. La llegada en persona del propio intendente acaba, a base de incompetencias y medio serio medio en broma, por desencadenar la tragedia. Otros grupos, entre ellos el de jóvenes peronistas, intervienen en la trifulca. El “incidente” degenera en una brutal matanza. Unos y otros mueren y matan al grito de “Viva Perón”.
No está lograda esa transición de lo bufo a lo dramático, porque el guión no es muy riguroso en la construcción y escenas cómicas (fuera de lugar) se suceden hasta casi el final cuando la virulencia de los hechos hiela ya la risa, tal es el caso, por ejemplo, del aviador interpretado por un Ulises Dumont, demasiado apegado a su habitual estereotipo cómico. Pero esa mezcolanza de lo ridículo con lo sangriento produce la sensación apetecida por Olivera: mostrar la insania, el fraccionalismo estúpido y sin concierto del peronismo, escindido en grupúsculos sin clara diferenciación ideológica, puro aparato de poder con luchas intestinas saldadas a tiros en el más puro estilo pistolerista y mafioso. Mientras tanto, el pueblo crédulo sigue acudiendo a un reclamo puramente verbal: la invocación del hombre de Perón como símbolode un mesianismo ya sin sentido. No habrá más pena ni olvido testimonia además el clima de violencia latente en la Argentina de 1974. Todos están armados o tienen acceso fácil a explosivos. Todos están dispuestos a dirimir sus diferencias utilizando la fuerza. La violencia se ha convertido en la forma habitual de resolver los problemas. La vida humana carece ya de valor y el orden público es inexistente. Se está a merced de autoridades venales.
Si Alfonsín y sus radicales no hubieran derrotado al peronismo en elecciones libres, uno podría pensar que Héctor Olivera hace con su película el caldo gordo a los militares, justificando por el caos ciudadano imperante el golpe. Pero el film es antiperonista, no anti-demócrata. Como lo fueron otros films argentinos (entre ellos, La hora de los hornos) que denunciaban la corrupción y el fascismo latente en el aparato del partido (y sindicatos). Pero esta tan escasa la información[1] que el público tiene sobre la situación política argentina y su evolución concreta, fue tan brutal la represión militar, que uno se siente tentado a tomar por mártires a quienes fueron, en algunos casos, verdaderos asesinos. Eso es lo que el film de Olivera nos muestra ahora: la degeneración de la democracia en Argentina por causa de un partido irresponsable, dirigido por incapaces e indeseables.
Como muchos films políticos, y No habrá más pena ni olvido lo es claramente, el planteamiento es unilateral y la toma de posesión neta. Es lógico, pues, que los peronistas nieguen veracidad a Olivera. Evidentemente no todo el peronismo fue así y no es justo elevar a categoría, a descalificación global, a un partido y unos militantes. Al margen de que se dé la razón a unos y otros, a la película le faltan matices. Es una requisitoria inmisericorde.
Quizás lo más brillante del film sea la interpretación, excelente casi siempre, y algunos logradísimos “gags”, de neta y genuina inspiración populista, al igual que el trazado de ciertos personajes secundarios como el milico/cabo/sargento García. Aún siendo irregular como obra cinematográfica, No habrá más pena ni olvido es film destacado, que merece respeto. Es cine “comprometido” al fin y a la postre, y aun “rebajado” por la presencia del humor en su habitual “trascendencia”, acaba por incurrir en sus virtudes y defectos, los del cine de denuncia y tesis.