Por Rubén Darío Buitrón
(Tomado del libro, Agente Wrett, de Rubén Gallardo Buitrón, pp. III-V)
Cuando escucho que alguien (generalmente adulto) dice que “los jóvenes ya no leen” suelo reirme. La realidad lo desmiente de manera frontal porque cuando hace pocos años se decía lo mismo, la serie de novelas de Harry Potter, escrita por la autora J.K. Rowling, con un promedio de 600 páginas cada una, mostró que los niños, los adolescentes y los jóvenes sí leen, pero cuando se les entrega un producto literario de calidad –entretenido, apasionante, novedoso, sorprendente–, no queda duda de que habrá millones de lectores que busquen disfrutar de esas nuevas fantasías que fue capaz de crear la autora británica.Harry Potter es una de las series más trascendentales de la literatura juvenil. Según el Libro de Récords Guinnes, es la más leída de la historia. Desde la primera novela, en 1997, alcanzó una masiva popularidad, críticas positivas y un éxito comercial inédito en el mundo.
Según datos de grandes empresas productoras de libros, hasta julio de 2013 se vendieron entre 400 y 450 millones de ejemplares de los siete libros, traducidos a más de 65 idiomas, incluso al latín y al griego antiguo.
En 1999, la productora de cine Warner Bros. adquirió los derechos para adaptar los siete libros a una serie de películas. La última de ellas, Harry Potter y las reliquias de la muerte–Parte 2, se estrenó el 15 de julio de 2011 y con ocho películas realizadas, la serie se convirtió en la franquicia más exitosa del cine en concepto de recaudaciones de taquilla.
Los viejos maestros suelen decir que para escribir bien hay que leer mucho, lo que quiere decir que sin un joven escribe una novela se debe a que ha leído otras, a que desde pequeño le apasionó la literatura y a que, pesea a que su futuro todavía depende de muchos factores, muestra una formación sólida que viene desde dos vertientes: su entorno familiar y su contexto académico.
Rubén Alfredo Gallardo Buitrón nos sorprende con una novela que venía dibujándola, pensándola y trabajándola dede que era adolescente.
Y cuando digo que venía dibujándola es porque entre los múltiples talentos del autor se destaca su capacidad de imaginar mundos y vidas con un lápiz.
Así, entre personajes que cobraban vida en un papel como si fueran retratos de seres reales y personajes que imaginaba a partir de sus experiencias cotidianas en su ambiente escolar y colegial, Rubén Gallardo Buitrón fue armando una historia fantástica basada, como toda historia, en sus percepciones de la vida, en sus experiencias cotidianas, en sus maneras de ver el mundo, en sus sensaciones y en sus sentimientos, en sus fantasías y en sus sueños, en sus pesadillas y en sus momentos de mayor felicidad y lucidez.
Esta obra demuestra que está naciendo un escritor. El camino es largo. Y, si Rubén lo decide, será un camino interminable, que no terminará nunca, que tendrá que andar para siempre como una condena y como una obsesión.
Hoy nos congratulamos de esta primera novela del autor: si de adolescente fue capaz de elaborar una historia tan entretenida, tan intensa, tan fantástica y a momentos tan alucinante, lo lógico es esperar de él, en los próximos años, más historias, más mundos, más visiones.
Un chico que tiene la capacidad de dibujar, de escribir, de diseñar, de entender la música, de aprehender cómo trabajar la imagen desde distintas perspectivas, desde el cine hasta la literatura o viceversa, es una persona que ha construido, quizás sin proponérselo, su destino.
Y ese destino ya no es suyo sino nuestro, de todos. Porque cuando lo que escribes en la mayor intimidad se transforma en un libro y ese libro llega a otras manos, a otras conciencias, a otras percepciones, a otros lectores, este libro ya no le pertenece porque es de la sociedad.
Tras leer la obra de Rubén Gallardo Buitrón, muchos jóvenes y adolescentes querrán escribir como él y empezarán a explorar nuevas formas de decir las cosas, nuevas maneras de contar la vida.
Eso es lo que ha sembrado él con esta novela. Y eso es lo que hoy empieza a cosechar demostrando, de manera simultánea, que el mito de que los jóvenes no leen es eso, un mito. Porque la realidad jamás descansará en buscar narradores de sí misma y si son nuevas voces, mucho mejor que se multiplique.
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