De la sanidad, la educación, el paro o la economía que se olvide por completo, todos esos asuntos se resolverán solos cuando la república esté proclamada, constituida, consolidada y forme parte del Consejo de Seguridad de la ONU. Esos problemas no son otra cosa que zarandajas con las que los españolistas quieren impedir el avance del "procès" y en cuyas trampas hay que evitar caer por todos los medios. El esfuerzo debe centrarse en el "procès" y nada más que en el "procès". Para empezar se coloca un gran lazo amarillo en la fachada de la Generalitat para que el enemigo tenga claras cuáles son nuestra intenciones y no se llame a engaño. Lo siguiente es proponer y adoptar leyes y medidas que vayan de forma clara contra la Constitución Española y el resto del ordenamiento jurídico, incluido el propio de Cataluña.
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A los partidos españolistas representados en el Parlament hay que hacerles la vida imposible, arrinconarlos, saltarse sus derechos y ningunearlos y todo ello envuelto en guante de seda para demostrar que a demócratas no hay quien nos gane. Tampoco necesita el ungido sentarse a diario con sus colaboradores y asesores de cabecera para que le aconsejen qué hacer o qué decir ante esto o aquello. Lo que sí tiene obligación ineludible de hacer es llamar puntualmente cada mañana a Berlín para que el jefe de la tribu le lea el orden del día con las oportunas instrucciones para su correcta aplicación. Así, con un currículo que reúna los requisitos señalados anteriormente y no olvidando hacer la llamada diaria a Berlín para recibir instrucciones de gobierno, un señor como Quim Torra, de acendrada trayectoria supremacista y xenófoba, no debería tener grandes dificultades para desarrollar su misión divina con plenas garantías de éxito.Pero, como el enemigo es taimado y solo quiere acabar con el "procès", si hubiera algún problema sabe que puede salir de naja y refugiarse en Bruselas, Berlín o cualquier otro lugar en función de sus preferencias gastronómicas. Eso es lo que hizo en su momento el jefe de la tribu y algunos de sus discípulos más aventajados y por ahora, salvo por el hecho de que no termina de encontrar el camino de vuelta a casa, tampoco le ha ido tan mal. Eso sí, solo una cosa le está vedada al entronizado: ocupar el despacho del Ausente, santuario sacrosanto que deberá presidir hasta su regreso una imagen a tamaño real de su legítimo dueño. Cumplido este último requisito, ya puede un señor apellidado Torra continuar la sagrada misión de convertir a Cataluña en una mala caricatura de sí misma.