Cuando publiqué mi primer libro, un amigo me regaló una estupenda estilográfica Waterman. Aquella fue mi primera pluma, y con ella comencé a firmar torpemente los primeros ejemplares que vendí. La primera vez que firmé un libro, no sabía ni qué poner. Lo normal sería ceñirse a la escueta fórmula "De (autor) a (lector), con cariño", pero aquello me parecía tan impersonal que casi rozaba el ridículo. ¿Quién era yo para limitarme a poner algo tan manido y soso? Entonces me dediqué a escribir dedicatorias especiales, cada una diferente a la anterior. Si era a un conocido, le recordaba alguna anécdota que habíamos vivido juntos, y si por el contrario era alguien que no conocía de nada, escribía dedicatorias elaboradas, de varias líneas, deseándole una feliz lectura y mis mejores deseos para el futuro.
A mi modo de ver, es muy importante hacer dedicatorias especiales, ahora que aun se puede. Los escritores más reconocidos tienen en ocasiones que firmar libros para una larga cola de seguidores, y no se van a complicar mucho la vida. Sin embargo, yo no soy uno de ellos. Estoy empezando en este mundillo, y cada lector supone un reto y a la vez una oportunidad de causar una buena impresión. Si le firmas a alguien una dedicatoria bonita y original, es muy probable que la enseñe a sus amigos, lo cual es una publicidad que no tiene precio.
Personalmente siempre intento que cada dedicatoria sea única, aunque haya ocasiones en las que me he quedado en blanco y he escrito lo primero que se me ha pasado por la cabeza. Espero que en Septiembre tenga muchos libros que firmar y muchas ideas para hacerlo.