Revista Cocina

La importancia de llevar una bragas bonitas

Por Dolega @blogdedolega

La importancia de llevar una bragas bonitas

Por Dolega 19 agosto, 2013 Con humor No hay comentarios

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Hace unos dias leía una entrada en un blog amigo y le comentaba que me había traído a la memoria uno de esos episodios inolvidables y que lo postearía al día siguiente…de eso hace como una semana, pero en fin.

Hace muchos, muchos años yo era una chica que tenía buen tipo, buen culo y llevaba una ropa interior realmente preciosa, mérito del Consorte que es quién la ha comprado siempre. Él sabía mi talla de braga y sujetador, yo ni idea. Hoy, ni él ni yo somos capaces de calcular semejante volumen.

El caso es que por aquella época me había traído de Paris un conjunto de esos carisisísimos y preciosisísimos de encaje color fresa absolutamente sexy y espectacular como todo lo que tiene esa marca carisísima de lencería.

Ese fin de semana nos llamaron unos amigos, para quedar a comer con ellos, así que nos pusimos todos de punta en blanco y yo aproveché para estrenar mi maravilloso conjunto de ropa interior. Nos fuimos a un mesón en Manzanares el Real, pero los niños eran pequeños (El Niño tenía como seis años) y para que su comportamiento en el restaurante fuera correcto, les prometimos ir a dar una vuelta luego por el pueblo para que desfogaran energía.

Cuando terminamos de comer se les ocurrió decirles a los niños que mejor que al pueblo era ir a La Pedriza que está al lado.

La pedriza es un parque natural que los fines de semana alberga a medio Madrid dispuesto a pasar un día de campo, comer, beber y como dice EL Niño “Dominguear de lo lindo”.

Yo me negué en redondo aduciendo que no estábamos vestidos para ir entre peñascos, yo iba con falda, top y con sandalias de tacón y de una cuantía como para cuidarlas, pero los niños se pusieron como locos a gritar y a correr hacia el coche dispuestos a tener su ración de desfogue campestre así que no quedó más remedio que ceder.

Llegamos, aparcamos y vimos en un mapa que había cerca una especie de chiringuito así que decidimos tomar café allí y así los niños podrían retozar a gusto.

El sitio estaba lleno de gente por todas partes. Al ser un emplazamiento básicamente de piedras, los grupos se aposentan en lo alto como las cabras, sacan las viandas y a disfrutar del paisaje, los riachuelos y las pozas. Ese día la proporción de gitanos era enorme, debía de haber lo menos la mitad de los clanes de todo Madrid.

Empezamos a andar y nos dijeron que el sitio estaba del otro lado del rio.

-Venga vamos por la orilla y allí que está más vado y hay piedras pasamos- decía el consorte con su alma de niño explorador.

A esa altura de la película mis sandalias tenían quince centímetros de polvo y las tapas de los tacones debían estar por el camino, pero cuando escuché lo de atravesar el rio me quedé traspuesta.

-¡Pero tiene que haber un puente!

Protestaba yo que no estaba dispuesta a hacer la cabra como iba vestida.

-¡Uy el puente, el puente está a tomar por saco!

Decían los dos maridos con grandes aspavientos.

Así que como mandan los cánones, ellos pasaron los primeros y se fueron delante a descubrir nuevos mundos.

Mi amiga y yo hicimos una fila india ella al principio, los cuatro niños en el medio y yo al final.

La que escribe no estaba dispuesta a exponer sus sandalias a que pudieran terminar en el fondo del rio así que me las quité y procedí a pasar el maldito rio de piedra en piedra y tiro porque me toca.

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Desde mis operaciones de columna, mi cerebro ha desarrollado una extraña cualidad. Cuando me voy a caer, hago una serie de contorsiones dignas de un miembro del circo del sol para evitar caer de espaldas y joder el invento, así que cuando sentí que mis dos pies resbalaban por encima de las piedras y que el peso de mi cuerpo iba al suelo sin remedio, mi cerebro empezó a hacer su trabajo circense.

Lo primero fue abrir las piernas mientras la falda, que tenía mucho vuelo, se elevaba por encima de mi cabeza en una especie de paracaídas inverso, mientras mi cuerpo giraba para situarse de lado, por supuesto del lado donde había más público y así evitar el temido machaque de tornillos y vértebras sanas. Lo siguiente fue sumergirme en el agua para empaparme las bragas, la falda, el top, el pelo…vamos todo. Bueno, todo no. Mi brazo izquierdo se mantenía en todo lo alto sosteniendo las sandalias para salvarlas del agua.

Luego vinieron esos segundos que se hacen eternos en los que estas ahí, abierta de piernas con la falda en la cabeza, las bragas en todo su esplendor y eres consciente de que cientos de ojos están atentos al final de la historia. Tú no quieres moverte, no te queda dignidad, ni vergüenza, ni nada. Lo único que te consuela es que estás monísima con esas bragas, diminutas pero preciosas y que cuando te levantes y el agua ajuste el tejido del top al sujetador, también podrán admirar su diseño y lo bien que te queda.

Te imaginas una enorme plaga de ladillas gigantes entrando por la entrepierna del capullo que se ha ido delante olvidándose de los niños y de ti…Mejor ladillas gigantes hambrientas.

Moví la falda unos centímetros y entre los cientos de ojos clavados en mí, lo ví en lo alto de la piedra. Estaba absorto mirándome y partiendo una patata con el canto del tenedor. Aquel gitano viejo en bañador con la piel color aceituna y unos profundos ojos negros no podía dar crédito a lo que veía. Me llamó la atención que nadie se reía, que es lo lógico en estos casos, por lo que deduje que el número tenía que haber sido antológico.

Yo creo que todos estaban convencidos que había muerto allí tirada en el río entre las piedras y con el brazo en alto sujetando las sandalias.

-¡Mamá, mamá!

El Niño estaba intentando levantarme mientras mi amiga ponía a salvo al resto de niños para irme a ayudar.

-¡Los zapatos, coge los zapatos! Del resto ya me encargo yo-Dije decidida.

Ahora venía lo más difícil…ó no.

En esta vida si hay que hacer algo por fuerza, por lo menos que sea inolvidable, así que me levanté, me subí la falda hasta la cintura y con toda mi parsimonia procedí, en la mitad del rio, a escurrirla. Ahí ya el personal sacó las pipas y no se escuchaba ni una mosca, hasta que el Consorte llegó dando saltos y gritos de los suyos.

-¡¡Que ha pasado, que ha pasado!! ¡¡Pero qué coños haces, bájate la falda!!

Dolega en modo bomba atómica de quinientos kilotones.

-¿Porqué? Si el culo ya me lo ha visto toda la pedriza. Por lo menos no iré calada el resto del camino.

-¡¡ Que sí que hay puente, que lo hemos encontrado!!

-¡Pues claro que tiene que haber puente, no van a hacer un chiringuito al que haya que llegar a nado, coño!

-¡Pero es que está aquí al lado!

Inmediatamente reconsideré la opción; mejor ladillas gigantes, hambrientas, mutantes y juré que las bragas no se estrenaban antes de dos semanas.

Las imágenes has sido tomadas de las siguientes webs:


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