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La imposibilidad de abarcar Haití

Publicado el 17 enero 2010 por Fragmentario
Haití

Haití

La catástrofe unió a tirios y troyanos bajo la bandera de la solidaridad. Su máxima expresión está en la decisión de Cuba de abrir su espacio aéreo a los aviones norteamericanos que llevan ayuda al país devastado (otro dato: Cuba tiene 400 médicos en Haití y otra cantidad similar de profesionales haitianos que estudiaron gratuitamente en La Habana). Trabajadores del petróleo en Venezuela hacen jornadas de trabajo comunitario mientras su gobierno alista buques con comida. Argentina envía sus Hércules, verdaderas ciudades voladoras repletas de insumos sanitarios para su hospital reubicable, uno de los tres que existen en el mundo. Los médicos únicamente están destinados a atender a las once mil personas que les asignaron, pero hacen el mejor uso que jamás se dio de la viveza criolla: deciden regirse por la ley de su país, que obliga a atender a cualquier persona que lo necesita, y prestar ayuda a todos. Un reducido personal de menos de cincuenta personas realiza ochocientas intervenciones en las primeras veinticuatro horas.

Varias estrellas norteamericanas hacen donaciones abultadas y conducen maratones musicales para recaudar fondos. Francia pide al club de París condonar la deuda externa. Las comunidades judías, católicas y protestantes movilizan a sus miembros. Google abre una página que permite buscar o enviar datos sobre personas, actualiza sus mapas para colaborar con los rescates y dona más de un millón de dólares de sus ingresos. Skype libera de costo las llamadas desde Haití, supliendo a las líneas telefónicas destruidas. Youtube jerarquiza videos de promoción de agencias humanitarias. Las donaciones de ciudadanos comunes se incrementan por millones cada minuto que pasa.

El desastre despertó la épica universal de la salvación ajena, tan vieja como el mundo. Por suerte. Pero la realidad que muestran los cables es otra: las buenas voluntades apenas pueden actuar, muy poco coordinadas, en un país que ya no tenía economía ni instituciones y ahora no tiene edificios, ni comida, ni agua. Uno de los pobladores graficó la situación con una frase que seguramente pasará a la historia: Haití ya no existe.

Cuando intentaba comprender la magnitud de algún genocidio, hacía un ejercicio mental. Me imaginaba a una persona única. Luego lo identificaba joven, adulto, con hijos, soltero o separado. Le adjudicaba un carácter, gestos, modos de relacionarse, utopías, proyectos personales. Luego imaginaba diez personas. Treinta. Cien. Quinientas. Mil. Detenía el conteo muy temprano, superado por mi propia limitación.

Los medios hablan de ciento cuarenta mil muertos y cien mil desaparecidos a punto de considerarse muertos. La imposibilidad de abarcar Haití es la mejor excusa para tratar de ayudarlos.

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