¿Qué tiene la Patrulla-X de Claremont y Byrne?
Se le pregunte a quien se le pregunte, desde el aficionado más gafapastoso hasta el marvelzombie más declarado, todos tienen un espacio en su corazoncito para la saga que firmaron estos dos autores y que relanzó a esos hombres de nombre con incógnita matemática que por estos lares recibían el sobrenombre más policial de “la Patrulla X”. La encarnación original de Lee y Kirby tenía el encanto de los desclasados, de esa particular forma de entender el drama adolescente que tanto era del agrado de Lee pasado por el tamiz épico del gran dibujante, pero esta nueva versión era algo diferente. Y no era una simple cuestión de cambio de trajes o de nombres, porque los famosos Vengadores ya nos habían acostumbrado al baile continuo de miembros. No, era otra cosa. La escuela de “jóvenes talentos” seguía ahí, el calvo telépata y el sentimiento de exclusión también. ¿Qué era la diferencia? ¿Qué habían encontrado Claremont y Byrne? Es evidente que Byrne era un alumno algo rezagadillo de Neal Adams en lo gráfico, pero brillante en su fuerza narrativa, atento siempre al golpe dramático y al efecto… pero no justifica ese común encanto. Posiblemente la clave es tan sencilla que a veces se pasa por alto: Claremont llevó al cómic-book los mecanismos del culebrón. Si los autores de los años 40 pusieron su vista en el cine para incorporar elementos de narrativa cinematográfica en las tiras diarias, Claremont se fijaba en el medio por antonomasia de los 70 para enlazar aquello que tenía éxito en la narrativa por entregas televisiva en su equivalente en los kioscos. Y bien que lo hizo: sus tebeos son, evidentemente, de temática superheroica, pero a poco que uno rasque un poco se da cuenta de que el vehículo de esa temática ya no es la propia reflexión sobre los poderes, el conflicto del héroe que tanto había remarcado Stan Lee en todas sus creaciones. El foco se había desplazado del drama interior a una tragedia de relaciones personales, de conflictos emocionales y amorosos que jugaban en el filo del melodrama más exagerado, pero acertando plenamente en tocar todas esas cuerdas que hacen del “soap opera” un fenómeno adictivo: la muerte de Jean Grey ya no es tan importante por el sacrificio heroico de la mutante, sino por el drama que descubrimos en Cíclope al perder a su amada; la relación entre Cíclope y Fénix no será un seguido de problemas por sus responsabilidades, sino por la presencia de Lobezno… Los problemas se proyectan y Claremont tejió con habilidad endiablada un tapiz enmarañado de relaciones personales con los sinsabores de los amores posibles e imposibles en primer término. Aparentemente, nada había cambiado, el género seguía funcionando milimétricamente y los villanos y los héroes se enfrentaban continuamente para evitar que el mundo fuera destruido, pero el edificio que los contenía se transformaba radicalmente. Si casi una década antes Vértice se curaba en salud ante las posibles malediciencias de la censura con aquél curioso subtítulo de “Historias gráficas para adultos” para tebeos pensados para adolescente, ahora acertaban casi de pleno ante unos tebeos que maduraban en su mecanismo interno con los métodos de adultos importados de la televisión, obligando a su vez a madurar los temas y comenzando ese camino sin retorno que llevó el género de un lector infantil y juvenil a otro adulto.
Leído hoy, con más años y experiencia, los trucos de Claremont son tan palmarios y manifiestos… como terriblemente eficaces. Da igual que uno reconozca el ardid y la vuelta de tuerca imposible: vuelve a caer enganchado por la pericia de estos dos pícaros embaucadores que en su día nos embelesaron y que hoy, quizás, juegan además con la baza extra de la nostalgia.
Partida ganada señores Claremont & Byrne.
(Eso sí, alguien debería decirles a los señores editores que esta manía de los tochazos de más de 600 páginas es lo más incómodo que jamás se ha visto. Son volúmenes candidatos al eterno reposo en estantería…)