“La justicia es igual para todos” decía hace un año y poco el rey en un sentido discurso navideño dirigiéndose a la cámara, a los ciudadanos. No podría haber elegido una afirmación más falsa el monarca. Desde entonces hemos visto como su yerno pasaba por los juzgados sin pena ni gloria, su hija sigue sin ser imputada, el expresidente de los empresarios experto en hundir empresas y familias evadía capitales, el vicepresidente pagaba en negro a sus empleados para poder pagarse sus más de 100 coches de lujo, se han indultado banqueros, policías y políticos, imputado al Juez Garzón por tocar el sacrosanto tema del franquismo y la financiación ilegal del PP, que el partido del Gobierno mantiene empleados a personas imputadas que gastan miles de euros en confeti con dinero de tramas mafiosas y que el Presidente está en manos de un tesorero, Bárcenas, que entre sobre y sobre tiene tiempo de irse a esquiar a Suiza, Canadá o donde le plazca con un maletín bajo el brazo lleno de millones de euros.
¿Y ha pasado algo? Pues no. Nada. Porque todo eso no habría sido posible si sus protagonistas no supieran de antemano que no les pasaría nada. En el momento de cometer presuntamente esos delitos eran conscientes de que nunca irían a la cárcel o cumplirían ningún tipo de pena por ello. Recuerdo un programa de Salvados en el que Jordi Évole entrevista a Jose Mª Mena, ex Fiscal Jefe del TSJ de Catalunya, en la que afirma con rotundidad que “la justicia debe ser igual para todos, no es igual para todos y eso lo sabe todo el mundo” y que las posibilidades de que una persona humilde con pocos recursos fuera a la cárcel son mayores que las de las personas ricas y bieneducadas. Esa es la realidad de la Justicia en España.
La impunidad materializada en una imagen
La impunidad con la que actúan los corruptos poderes económicos y políticos tradicionales son la verdadera marca España. Una impunidad histórica que se traslada a nuestros días con una fallida transición en la que esa élite político-económica franquista se encargó de que todo cambiara para que nada cambiara, o lo hiciera sólo en apariencia, con el único objetivo de garantizar su condición de privilegiada. No olvidemos que en España, a diferencia de la derecha democrática europea, la derecha piensa que el poder le pertenece per se y, cuando en alguna ocasión no ha sido así, la historia muestra lo que son capaces de hacer para conservarlo. El poder es suyo y “lo público” más aún. Recuerdo al Presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Divar meapilas de misa diaria, cuando dimitió afirmando que tenía la convicción moral de que no había cometido ningún delito a pesar de haberse gastado miles de euros de los contribuyentes en viajes personales, cenas y hoteles de lujo (perdón como el dijo no eran de lujo, eran 4 estrellas).
Esa impunidad de desprecio por la legalidad, por los ciudadanos, de saber que serán absueltos, prescribirán los delitos o cualquier otra argucia legal que les evitará la cárcel, es el vértice sobre el que se estructura una oligarquía que se disfraza bajo etiquetas políticas como demócratas cristianos, liberales, conservadores o centro reformistas pero que esconden tras esas denominaciones al fascismo, clasista y ultracatólico de toda la vida. Porque, como la energía, el poder ni se crea ni se destruye sólo se transforma. En este caso camaleónicamente bajo las falsas apariencias de convicciones demócratas “de toda la vida”.
Cuando nos piden esfuerzos y esfuerzos mientras ellos, patriotas de hojalata, se llevan el dinero al extranjero, evaden impuestos o quiebran empresas dejando a familias sin ingresos llevándose pingues beneficios, recuerdo constantemente la adaptación al cine de Los Santos Inocentes. No se ha cambiado tanto. Es muy descriptiva de estos tiempos la escena de la comunión en la que la marquesa sale al balcón y dice que que el niño no puede salir a saludar porque está cansado ante los vítores de los jornaleros, que no tienen derecho al descanso aún cuando estén enfermos. Existe una fiesta, pero a nosotros no nos han invitado.
Se hacen con un poder que nunca abandonaron con los votos de una ciudadanía desclasada y, aprovechando los entresijos de un sistema diseñado ad hoc en su propio beneficio, imponen su voluntad de forma “democrática“. Por poner sólo otro ejemplo con Los Santos Inocentes (que habría muchísimos) ¿Acaso existe tanta diferencia en la forma de actuar y el trasfondo de la reforma educativa del Ministro Wert que prácticamente impide a los ciudadanos con menos recursos tener acceso a una educación universitaria y la escena de la película en la que el capataz, Agustín González, impide que la hija de Alfredo Landa, para la que quiere un futuro mejor fuera del cortijo, estudie porque tiene que ayudar a su mujer? Se trata de la perpetuación de un sistema que no tiene nada precisamente de democrático y en el que cualquier acción que intente el mínimo cambio es criminalizado. Se trata de radicales antisistemas que ponen en peligró la democracia. Pero ¿qué sistema? ¿qué democracia?
Este franquismo sociológico hace y deshace a su antojo, cuenta con el poder mediático que vocifera su mensaje hasta la saciedad, modifica leyes, quita derechos y prestaciones sociales, privatiza servicios públicos, precariza las relaciones laborales a momentos del SXIX… Pero nunca es suficiente, siempre quieren más y ahí puede encontrarse su error…
Podrán seguir imponiendo su poder pero hasta un límite. Siguiendo con el paralelismo de Los Santos Inocentes, en nuestra sociedad siempre habrá una Milana Bonita intocable y cualquier daño que se le haga producirá las reacciones de los miles de Azarías de turno que no estén dispuesto a consentirlo. O, según parece, igual no. Vete a saber.