Revista Historia

La inaudita lluvia de iguanas.

Por Ireneu @ireneuc

Uno de los principales problemas con el cambio climático es que especies foráneas, normalmente de zonas más cálidas, ocupan nichos ecológicos que anteriormente eran ocupados por fauna autóctona, desplazándolos o, directamente, acabando con ellos. Sin embargo, el paso de las estaciones obligan a unas subidas y bajadas de la temperatura, en las que se alterna el frío con el calor, pero aumentando constantemente las medias. Es en estas pulsaciones en que las temperaturas pueden llegar a ser más bajas de lo normal, poniendo un poco las cosas en su sitio... aunque se corra el riesgo de ser descalabrado.

En un lugar eminentemente cálido como es la península de Florida, en los Estados Unidos, la profusión de especies tropicales que se han adaptado al entorno se ha vuelto una auténtica plaga. Boas, pitones, anacondas, lagartos, pirañas, ranas venenosas, plantas extranjeras... todo un cúmulo de especies de todo el mundo, por una u otra causa se han aclimatado a aquel benigno clima, provocando un fuerte desequilibrio ecológico y molestias a sus habitantes. Pero Florida está en el hemisferio norte, lo que significa que tiene inviernos, suaves, de unos 20º de media, pero los tiene.

El problema estriba cuando el invierno se endurece más de lo acostumbrado, y eso es lo que ha pasado durante los últimos años, en que diversas entradas de aire frío provenientes del Ártico, han llevado temperaturas por debajo de cero grados incluso en el extremo sur de Florida, con todo el daño que ello produce a los cultivos, la fauna salvaje y, en especial, a la fauna importada del sur, la cual, al estar poco acostumbrada a estos embates climáticos, sufre especialmente las consecuencias.

Los reptiles, al ser de sangre fría, son los primeros que lo notan, quedando aletargados y bajando su actividad hasta entrar en hibernación, al ser totalmente dependientes de la temperatura ambiente para calentar su cuerpo. Hasta tal punto llegan a depender de la temperatura, que las boas y otras serpientes alóctonas quedan con un estado de rigidez hipotérmico que les hace parecer más bien palos que seres vivos. Pero las pitones y las boas no son las únicas en padecer el frío intenso, las iguanas, también, pero con la particularidad de que son arborícolas y su población es muchísimo más elevada. Y aquí su " peligro".

Las iguanas, como reptiles que son, quedan ateridas por el frío y quedan agarrotadas asemejándose más a un trozo de mojama que a un lagarto. Este agarrotamiento provoca que las iguanas pierdan la adherencia a las ramas en que viven y caigan a plomo, llegando a ser un problema para los ciclistas y viandantes que circulan por debajo de los árboles y a los cuales les caían encima por docenas. Una cosa es que caiga un pajarillo de 200 gm, otra muy distinta que te caiga un bicho de más de 5 kg en la cabeza.

Los santos talegazos que se daban las congeladas iguanas no siempre eran letales a pesar de caer de alturas considerables, por lo que la gente, apiadándose de ellas, las ponía al sol para que se calentaran y revivieran mínimamente. Esta actitud, muy caritativa ella pero contraproducente para eliminar la plaga, llevó a las oficinas de conservación de la naturaleza a prohibir a la gente que las reanimara. Aún así, el frío extremo -para la zona, claro- de los tres últimos inviernos han acabado con más del 50% de las poblaciones de iguanas verdes de Florida.

Sea como sea, se cree que las poblaciones continuarán su progresión, ya que, a pesar de la mortandad de estos animales, se importan a los Estados Unidos casi un millón de ejemplares de iguanas para tenerlos como mascotas. Muchos de ellos morirán pronto por las condiciones inapropiadas de su conservación, pero la gente, confundiéndolos con juguetes, cuando lleguen a un tamaño demasiado grande (cabe recordar que pueden llegar hasta los dos metros y 10 kg de peso) no tendrán ningún miramiento de dejarlos en libertad. De esta forma, las poblaciones se recuperarían a pesar de que una climatología adversa acabe con buena parte de la plaga.

En conclusión: la naturaleza tiene sus propios mecanismos para poner cada uno en su sitio, pero mientras que el hombre sea el principal vector de introducción de nuevas especies, poco se podrá hacer al respecto. Tan solo una concienciación global de los problemas ecológicos derivados de traer y llevar animales como mascotas podrán hacer que acabemos con este problema. Hasta entonces, continúe usando casco cuando vaya a Florida en invierno o mirando el retrete cada vez que vaya al lavabo, no sea que a algún "desustanciado" se le haya ocurrido tirar a su pitón reticulada por el váter... para desgracia del pobre bicho.


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