Juan B. L. de Membiela
La incertidumbre es algo propiamente humano desde siempre. Hemos evolucionado bajo un caos impuesto por la impredecibilidad de la naturaleza y el tiempo que nos es imposible explorar, sea por el teorema de Gödel que demuestra matemáticamente que nuestro conocimiento está limitado por principio (principio de incompletud) ; sea por el «principio de indeterminación» de Heisenberg, que prueba la existencia de límites absolutos a la precisión de la medida.
Ante ello, desarrollamos estrategias para sobrevivir, entre algunas, las emociones y, dentro de ellas, las llamadas «básicas»: el miedo y el temor.
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Las compartimos con otros animales, su constitución está genéticamente estructurada desplegando mecanismos de alarma o de protección en caso de peligro inminente y ante su mera posibilidad (Vass, 2002:56).Es Jakob Burckhardten su lección «Suerte y desgracia en la historia mundial», quien declara «que la historia natural presenta (…) una lucha angustiosa por la existencia; (…) desde el origen de los pueblos y de la historia humana».Pero no solamente es algo antiguo, está vigente porque obliga a adaptarse al ritmo de las cosas y a situarse en el escenario social de cada tiempo (Capdequí, 2012:217). Es decir, impide que el hombre no responda a nuevos desafíos que pueden comprometer su supervivencia.Al miedo y a la cobardíase debe que el hombre mantenga esa añagaza para crear sociedades y dentro de ellas, instituciones, como el Estado, para protegerse de todo lo que desconoce porque lo que no se conoce, habitualmente, es perjudicial.Para Hobbes, en su «Leviatán», el Estado procura defensa, concretamente, frente a otros hombres. De ello se deduce que el miedo hacia el hombre no conocido es semejante al temor hacia lo desconocido natural. Y surge una pregunta: ¿quién puede suponer que lo ignorado es siempre perjudicial si no quien haya vivido en un medio que le ha sido siempre hostil?
Individualismo. Fuente: Pixabay. Licencia CC0
Y en este caso, el grupo es el primer refugio en donde se apaciguan temores aunque el precio a pagar sea siempre la pérdida de lo individual, de lo diferente y personal asumiendo la jerarquía de la manada.Mantenerse distinto supone un desafío a los hombres temerosos agrupados colectivamente que han claudicado en su singularidad.Ponderemos que la importancia de lo individual implica detrimento de lo colectivo y ello genera que los conceptos «interés general», «justicia social» o «bien común» entren en crisis.Para Hayek constituyen abstracciones vacías de sentido porque «¿hay algo más abstracto que los individuos a los que aluden, desprovistos de toda dimensión histórica como de filiación social?»(Teodorov, 2012:104).
Puede ser que detrás de este concepto de desconocido común no hay otra pretensión que los intereses de unos pocos para imponer sus apetitos a muchos.
Pero lo que cabe deducir es que la teoría de la incompletud ratifica al individuo y a lo individual frente a lo común generalizado y total.