Una ciencia, la medicina que surgía luminosamente buscando nuevos caminos tras las brumas del medioevo.
El mayor laboratorio de destilación del mundo
Debió ser impresionante. Al menos las fuentes nos hablan de lo fabuloso y fantástico que resultaba, del enorme esfuerzo que supuso levantar todo aquello en El Escorial.
El laboratorio de «destilación» anejo a la botica del Escorial estaba dotado de un magnífico equipo que esperaban aquellas plantas.
En su Historia de la Orden de San Jerónimo, allá por 1605, José de Sigüenza expone como aquello fue construido por iniciativa personal de Felipe II y habla con admiración de los aparatos instalados en sus once habitaciones; «con que se hacen mil pruebas de la naturaleza y que con la fuerza del arte del fuego y otros medios e instrumentos descubren sus entrañas y secretos”.
Su testimonio es el de un profano que ve «pruebas de cosas maravillosas», que resultaba claro que allí se obtenían «quintaesencias y aceites», se preparaban y destilaban de muy diferentes vegetales y minerales, así como preparados alquímicos, entre ellos, el llamado «oro potable».
Todo aquello suponía una auténtica revolución biológica, medica y farmacéutica.
Parecida es la actitud de Jerónimo de Sepúlveda: «¿A quién no admiran aquellas máquinas tan grandes de sacar aguas por vidrios?.
Toda aquella factoría de destilación, aquellas calderas y alambiques, probetas y demás placebos alimentarían el inconsciente colectivo sobre los descubrimientos, incluso alquimistas, durante siglos. Se trataba de aquel gabinete misterioso, aquel taller y laboratorio del Escorial.
En 1587, el mismo año de la muerte de Hernández, apareció la primera edición del libro de Francisco Valles, en la que su autor se refirió en términos muy generales e imprecisos a la expedición y a la Historia de las plantas de Nueva España, en relación con los jardines reales:
«Felipe II, mi señor, ha gastado mucho dinero para que se traigan remedios medicamentosos de América y del resto del mundo y para que se cultiven en jardines plantas medicinales, así como para que se realicen estudios sobre la historia natural americana».
El rey del mundo necesita encontrar nuevos remedios, nuevas medicinas.
La auténtica impaciencia del rey por ver los resultados de la labor de Hernández en su importante misión, hizo que en agosto enviara dos órdenes casi consecutivas a su oficiales en Sevilla para que «enviáseles a esta corte las cajas en que vienen los libros que envía el Dr. Francisco Hernández … y las cajas vengan a muy buen recaudo y de manera que allá no se abran en manera alguna ni que en el camino se puedan desclavar».
Como si se tratase de una película de aventuras, el rey manda a unos expedicionarios a tierras lejanas y está impaciente por ver los resultados.
La imagen, en el puerto americano, estibando decenas y decenas de cajas provistas de aquella colosal expedición científica debió ser proverbial.
Hernández tenia que soportar las prisas y premisas del monarca, no debía ser poca la cosa.
Por esas fechas Felipe II no podía firmar con facilidad ya que sufría una fuerte artritis que le paralizaba la mano derecha. El gran monarca del mundo entraba la década de los setenta con un aspecto envejecido por las responsabilidades, por el trabajo diario y algunas de sus múltiples enfermedades que lo minaban. El futuro y la ciencia formaba parte de la solución al problema.
Eran unos 70, los médicos de cámara que estaban pendientes diariamente del Emperador. Catedráticos de Alcalá o de Valladolid, con personajes como el famoso licenciado Mochales, médico del hospital real de Santiago o Francisco de Cocarrubias a su continua sombra.
Una medicina aún antigua, que funcionaba bajo el influjo de Dioscórides, a base de remedios preparados en botica en forma de jarabes, píldoras, ungüentos y emplastes.
Y por supuesto, las famosas y dolorosas sangrías.
De ahí, pasábamos al aceite de Láudano o la tritura de perlas o el aceite de vitriolo, todas estas extraídas de plantas naturales.
De ahí que por allí pululasen Luis de León, Francisco Holleue o Juan Vicencio, maestros en destilación obtenían plantas para experimentar, germinar, sembrar y estudiar en los alrededores de los palacios de El Escorial, Aranjuez o Segovia.
Es en este contexto donde se entiende perfectamente el secreto e importante misión que tenía Francisco Hernández en América. Y junto a él, muy cerca un personaje muy curioso llamado Fragoso. Personaje que bebe del manantial de Paracelso y que confesó haber leído su cirugía.
Con continuas alusiones a Falopio o a Gesner, Fragoso por aquel entonces ya era un gran conocedor de las drogas asiáticas y su relación con las plantas que los Españoles extraían y traían por las rutas marítimas de las Indias Orientales.
Su estela influiría notablemente en la botánica del momento. Un manual, “Emfermedades contagiosas y la preservación de ellas”, de 1569, crucial para que Felipe II mandase encontrar plantas medicinales a toda costa. ¿Y si en América se encontrase las soluciones a todos esos males?.
Y a toda costa se convirtió en una gran aventura, una de esas que se torna irrepetible en la vida. A ello se empeñó Francisco en cuerpo y alma.
Sin lugar a dudas hizo «el estudio de su vida». Hoy en día sería una de esas grandes expediciones publicadas a lo largo y ancho del planeta.
En su momento, la ardua labor del Toledano, supuso una epopeya épica.
Su saber y entender le dejó bien claro que la fauna y la flora debía ir unida en su estudio del descubrimiento de aquel nuevo continente.
Junto a su impresionante herbolario, viajarían en las bodegas de los galeones las descripciones de 400 animales incluyendo mamíferos, ovíparos, insectos, reptiles y 35 minerales usados en medicina.
En algunos casos viajaban por mar incluso las propias pruebas vivas.
Al mejor estilo Darwin en el “Beagle”, con la única diferencia que paradójicamente la del británico fue la que pasaría a la historia y esta se produciría casi tres siglos después.
Nada más y nada menos que siglos después como luego veremos.
Los resultados son impresionantes, a priori se le debe a Francisco Hernández, el descubrimiento occidental de la piña, el maíz, el cacao, las granadinas, el achiote, ají o chili, la datura estramonium, el maracuyá, tabaco y el peyote. Hernández identificó las aves en su nombre Náhualt a partir de los cuales es posible clasificarlas.
Su obra, que comenzó siendo una expedición para buscar nuevos remedios «medicinales», terminó siendo la enciclopedia de historia natural más importante del mundo sobre América.
Todo un legado, que hoy en día, definiríamos, como único. Y tuvo unas consecuencias singulares.
El empeño de Hernandez por la gran obra naturalista
Hemández reiteró su promesa, indicando que eran dieciséis los volúmenes que iba a remitir y que se enviarían prontamente.
El envío se hizo finalmente en la última semana de marzo de 1576, hecho sobre el que informaron al monarca casi simultáneamente el virrey Henríquez de Almansa, los oficiales reales de México y el propio expedicionario.
“Entregados tengo a los oficiales reales, para que envien a V.M. con el armada que al presente está para partir, diez y seis cuerpos de libros grandes de la Historia Natural de esta tierra», decía éste en su carta.
Y volvía, posiblemente tras terminar o al menos dejar medio terminada aquella impresionante obra de arte;
«No he respondido a la carta de V.S. esperando se acabase primero la del Libro de los animales de las Indias, el cual no he dexado de las manos un solo día hasta acabarle».
Tras elliber unus, relativo a los cuadrúpedos, se transcriben los de las aves, reptiles, insectos y animales acuáticos y, por último, el de los minerales.
«No van tan limpios, ni tan limados, o tan por orden (ni ha sido posible) que no deban esperar la última mano antes que se impriman, en especial que van mezcladas muchas figuras que se pintaban como se ofrecían». la fechada el 31 de marzo de 1574 decía, por ejemplo:
«Yo he andado casi un año cuarenta leguas a la redonda de México por diversos temples de tierras … en la cual peregrinación acabé y mejoré casi siete volúmenes de plantas pinctadas y otro de muchos linajes de animales peregeinoa, sin [contar] otros dos volúmenes que vinieron en esquizos o pinturas pequeñas».
Un apasionado por hacer correctisimamente su trabajo. Su obsesión por el detalle, le lleva hasta a elegir las cajas de colores, el color exacto de las vayas, los plumajes carmesís y cobaltos de las aves.
Publicado por Javier Noriega el Jun 7, 2016http://abcblogs.abc.es/espejo-de-navegantes/2016/06/07/la-increible-historia-de-francisco-hernandez-1571-la-primera-expedicion-cientifica-de-la-historia-moderna/&version;
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Revista Cultura y Ocio
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