Revista Sociedad

La incultura

Publicado el 12 mayo 2013 por Gonzalo

  Hay un consenso bastante generalizado entre los analistas sobre que, en la actualidad, es constatable la creciente incapacidad de muchos ciudadanos para ejercer con rigor su voto y tutela democráticos. Gran parte de la ciudadanía se desentiende de lo público común y se retira a lo privado, ya sea a un ocio banalmente reducido a mera diversión, ya sea profesionalmente a un trabajo superespecializado y fragmentario.

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La evolución de la sociedad moderna ha tendido a magnificar la vida privada en detrimento de la pública, de la política colectiva y de la buena salud de la democracia. Puede parecer una paradoja, pero la misma modernidad
que edificó la democracia, la está banalizando o debilitando su salud a medida que desvía los esfuerzos e intereses de los ciudadanos hacia lo privado.

Por una parte, la vida profesional “privada” concentra y exige cada vez más los esfuerzos continuados de la población. Además, otra amplísima parte del tiempo y disponibilidades restantes se dedican a una vida aún más “privada” de ocio, consumo y diversión.

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El ciudadano moderno siente una indudablemente fuerte presión para que mantenga y acreciente su capacitación productiva, profesional, especializada y experta. Sin ninguna duda siente una muy similar presión para consumir los más variados productos y llenar satisfactoriamente su tiempo de ocio y esparcimiento.

Nada que objetar a todo ello pues son claramente las dos dimensiones clave de la actual sociedad avanzada: conocimiento y alta productividad tecnológica, pero también consumo y espectáculo.

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No obstante muchas veces se obvia el precio pagado por ello, el costo subyacente de relegar la vida política “pública” a un segundo plano. Por ello languidece y se debilita la exigencia ciudadana de atender colectiva y democráticamente a las dificultades globales crecientemente complejas de las sociedades actuales.

Evidentemente no olvidamos que, desde hace décadas, las posibilidades de la representación democrática minimizan el creciente interés y obsolescencia cognitiva de los ciudadanos frente a los complejos problemas públicos.

Se considera y se tiende –a nuestro parecer excesivamente- a desplazar muchas cuestiones del debate ciudadano, remitiéndolas a la decisión (o al menos mediación) de “comités expertos”, de “informes técnicos” o de los foros políticos “profesionales” dentro y fuera de los partidos.

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La ministra de trabajo de España presidiendo una reunión del “comité de expertos” encargado de reformar las pensiones públicas.

La poca preparación o disponibilidad de los ciudadanos para hacerse cargo de todos los complejos entresijos de lo público y de lo político es la causa de la actual incultura política y debilidad democrática. Ahora bien, suele ser una razón muchas veces esgrimida pero pocas veces analizada a fondo y, aún menos, con decidida voluntad de enmendarla.

El resultado es claro: cada vez más importantes asuntos que atañen a todos y afectan al común se deciden en canales para-democráticos alejados de la ciudadanía, del ejercicio más directo de la democracia y limitados a expertos y políticos profesionales.

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El ministro de educación español con los “expertos” encargados de elaborar el informe de la reforma educativa.

No es extraño, en contrapartida, que gran parte de la política democrática (a veces simplemente “demoscópica”) pase a centrarse en la lucha para influir emotivamente en el cuerpo electoral a
través de los grandes medios de comunicación.

El actual dominio de la propaganda epidérmica, dirigida a las pasiones de las masas, casi sin argumentos ni datos fiables, y que busca sobre todo la movilización o manipulación demoscópica, aumenta la obsolescencia cognitiva creciente por parte del ciudadano de a pie.

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Evolución de la intención de voto en España.

La razón es simple: éste no tan sólo debe dedicar sus esfuerzos para hacerse una opinión fundamentada de los problemas colectivos y su posible solución política, sino que además debe dedicar un importante esfuerzo adicional para mirar de encarar los problemas democráticos con una mínima ecuanimidad.

A pesar de ser muy conscientes y críticos con la actual deriva propagandista de la democracia, y que sin duda aumentan los efectos del proceso malthusiano en el conocimiento, no profundizaremos en ello para seguir más puramente nuestro hilo argumentativo.

Las cuestiones económicas y políticas básicas son hoy de una complejidad que, ¡superando a los especialistas, cómo no va superar a los ciudadanos medios! Baste recordar la sorpresa unánime y no prevista a corto plazo por ningún analista -en 1989- ante hechos tan importantes como la caída del muro de Berlín, del “telón de acero” y de la URSS; o la sorpresa de los cracs en la bolsa de “las empresas.com”, luego de las “hipotecas” y –finalmente- de la profunda crisis económica que hoy padecemos.

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El sociólogo Ulrich Beck avisó sobre el enorme incremento del riesgo en las sociedades avanzadas simplemente por su aumento de complejidad, la integración global y la velocidad con que todo circula.

En otro orden de cosas, las posibilidades actuales en bioingeniería, genética, trasplantes o simplemente de intervenir científicamente en la gestión de la vida han provocado un comprensible y a veces virulento debate ciudadano.

Muchas veces éste se lleva a cabo con prejuicios y posiciones emotivas muy infundadas; ello no debe extrañar pues cualquier ciudadano que haya querido hacerse una opinión fundamentada sobre los grandes debates
bioéticos actuales, claramente queda superado por su creciente complejidad y sus múltiples implicaciones.

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En los ejemplos mencionados vemos que, ciertamente, el conocimiento experto y especializado continúa con relativa buena salud (teniendo en cuenta los límites apuntados por Innerarity), pero no es así en cambio por lo que respecta a la capacitación de los ciudadanos de a pie para hacerse cargo racional y democráticamente de los problemas humanos actuales.

Tiene razón por ello, Antoni Brey al denunciar el advenimiento de una sociedad de la “ignorancia”; aunque nosotros preferimos hablar de “sociedad de la incultura” en la medida que sobre todo amenaza al saber y la cultura gene rales sin los cuales el individuo está inerme, desconcertado e incapacitado para toda reflexión o decisión política que vaya más allá de “intuir” los problemas y “reaccionar emotivamente” a ellos.

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Fuente: La sociedad de la ignorancía y otros ensayos  (Antoni Brey; Daniel Inneraty; Gonçal Mayos)


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