El miedo es una de las sensaciones humanas más primitivas que nos ha permitido la supervivencia en entornos hostiles, que son de todos los tiempos, al protegernos de peligros externos que pudieran amenazar nuestra vida. Sin miedo nos moriríamos nada más poner un pie en la calle atropellados por un conductor también sin miedo. El miedo es automático, preconsciente, alimentado por situaciones similares vividas en la evolución del hombre y trasmitidas entre generaciones. Hay algunos miedos generales para todas las sociedades y culturas, como el miedo a la oscuridad o a las serpientes, y otros más específicos relacionados con determinados ambientes, como al castigo divino en comunidades muy religiosas. El miedo prepara para la lucha o para la huida, según convenga, y aparece incluso en los animales superiores del lado del instinto.
Lo que no es protector es la angustia, que es miedo a nada, o a no se sabe qué, como ya he comentado en otro post. La angustia es del orden de lo inconsciente, aunque se le quiera hacer alguna atribución tranquilizadora a modo de excusa, porque el miedo sin objeto resulta realmente angustiante. Por ejemplo, tener miedo a quedarse en paro con un contrato fijo en una empresa próspera, o a que se muera alguien querido que ni siquiera está enfermo. Son miedos irracionales que tienen que ver con otra cosa que habría que investigar.
Desde aquí, algunos autores como Chomsky, proponen la cultura del miedo promovida por los medios de comunicación masiva como una estrategia de manipulación de las estructuras del poder político-económico con el fin de controlar a la población; para otros se trataría de un simple devenir natural de la sociedad solo modificable desde la educación. Sea como fuera, y sin tener que recurrir a la Historia, lo cierto es que cualquiera de nosotros que tenga cierta edad podrá revisar los miedos que han atemorizado al mundo en los últimos tiempos: desde la guerra fría a las crisis del petróleo, de la pandemia de SIDA a la de gripe A o a la reciente del Ébola, desde el terrorismo local al multinacional, del paro a la reconversión personal. Crisis que hemos ido superando con mayor o menor coste personal, pero que no dejan inmunidad para no temer a la siguiente.
Estrategia deliberada o evolución natural, no debemos dejar de ver los árboles entre el bosque: no hay que dejarse distraer con desgracias puntuales o tragedias particulares como si estuvieran a punto de generalizarse haciendo brotar una emotividad que anula el entendimiento crítico. Ya saben, dedicarles un segundo pensamiento, una vuelta reflexiva que evite la alienación. Ni dejarse atemorizar por previsiones apocalípticas, por aquello tan sabio de que si no podemos hacer nada para evitarlo, para qué preocuparse, y si podemos hacer algo, ¿qué hacemos preocupándonos en vez de trabajar?
Trabajar, esa es la cuestión, ocuparnos de nuestros asuntos particulares, aquellos que corresponden a nuestra área de influencia, es la mejor manera de mejorar el mundo. Si nos dedicamos profesionalmente a ayudar a los demás, pues ahí es donde tenemos que ejercer nuestra influencia. Si nos dedicamos a otra cosa, pues mejorémonos a nosotros mismos que eso se contagia.
Pongo un ejemplo muy extendido en las redes, por no entrar en asuntos de actualidad más trascendentales y complejos. Me refiero a esas cadenas que circulan enredadas mediante las que con un solo click supuestamente se colabora con alguna causa benéfica. A mí me dejan un regusto algo hipócrita, como para acallar conciencias. Si uno es activista, pues adelante, a trabajar en ello con implicación y dedicación, pero si uno no lo es, pues a trabajar en sus actividades sin complejos, colaborando en lo que pueda para ayudar a los que tiene cerca, que es la forma del activismo local.
Y ¿cómo evitar este miedo generalizado y contagioso? Miedo a todo, miedo a moverse, miedo a vivir para no morir. Pues mediante la cultura y la educación: leyendo, conversando, en el cine, el teatro, la música, las artes plásticas, el conocimiento científico y todas las manifestaciones culturales que tantos grandes hombres han creado a lo largo de la Historia. De hecho es una responsabilidad de cada generación no solo trasmitir este conocimiento, sino hacer nuevas aportaciones que lo enriquezcan.
Y con todo esto, criticar, criticar y criticar sin parar, así le crecen los hijos a los padres.