No hay duda de que el aumento de enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes o la obesidad están relacionadas con determinados hábitos alimenticios insanos. La ingesta de azúcar es capital. Ahora sabemos que la industria azucarera “compró” científicos para exculpar al azúcar de esos problemas de salud.
El libro Adictos a la comida basura. Cómo la industria alimentaria manipula los alimentos para que nos convirtamos en adictos a sus productos, del ganador del Premio Pulitzer, Michael Moss, se divide en tres partes: sal, azúcar y grasa.
En ellas, el periodista documenta la imparable carrera de las compañías alimentarias por añadir a sus productos cantidades ingentes de esos elementos con el fin de que nos gusten tanto tanto que no podamos parar de comerlos.
También narra la ultracompetencia entre esas empresas hasta el punto que han llegado a desvirtuar sus alimentos con tal de que las compañías competidoras no vendan más que ellos.
Sabemos que multinacionales como Coca-Cola han desarrollado campañas para desviar la atención sobre los daños a la salud que provoca el excesivo consumo de azúcar.
Dicha asociación nadie la discute hoy pero el mayor productor de bebidas azucaradas está moldeando la ciencia a su gusto para desinformar a la población en interés propio.
Se generan dudas de manera calculada para que los consumidores no reaccionen de manera crítica.
Ahora sabemos que la industria azucarera pagó durante años a científicos para que le echaran la culpa al colesterol y la grasa de las enfermedades del corazón. Lo ha publicado JAMA, la revista de la Asociación Americana de Medicina.
Los autores han trabajado con documentos internos de la industria alimentaria de los años sesenta del siglo pasado. En ellos figura la Sugar Research Foundation (SRF, Fundación para la Investigación sobre el Azúcar) que pagó a tres nutricionistas de Harvard alrededor de 50.000 dólares actuales para publicar una investigación que dejase en buen lugar al azúcar y señalase a las grasas saturadas como la principal causa de las enfermedades cardíacas.
Ese estudio fue publicado en una de las revistas médicas más influyentes del mundo, el New England Journal of Medicine y durante décadas lo que expuso el citado lobby industrial influyó mucho en las recomendaciones nutricionales de las décadas siguientes.
Las enfermedades del corazón son la principal causa de muerte en el mundo occidental. ¿Qué parte de responsabilidad tienen quienes confundieron de manera premeditada a la sociedad con funestas consecuencias?
Pero esa desconfianza fabricada tiene un precio. Como concluye el trabajo publicado en JAMA:
Los comités de formulación de políticas deberían considerar dar menos peso a los estudios financiados por la industria de alimentos”.
Los trabajos corruptos de la industria llegaron, como suele ocurrir en tantos casos similares, en el momento justo. Al comienzo de la década de 1960 los primeros análisis científicos ya responsabilizaban tanto a los azúcares añadidos como a las grasas saturadas de las elevadas tasas de infartos y otras enfermedades cardíacas. El estudio que incrustaba la mentira en la comunidad científica se publicó en 1965.
Pero la mayor parte de las guías dietéticas se han centrado solo en la limitación de las grasas y el colesterol, restando importancia al elevado consumo de hidratos de carbono y azúcares añadidos, que puede haber contribuido a la epidemia de obesidad y diabetes que se vive en varios países occidentales.
Todo esto me recuerda a cuando los científicos negacionistas del lobby de Coca-Cola dicen que no hay “evidencia científica” sobre la relación entre comer mucho, alimentarse de comida “rápida” y bebidas azucaradas y la obesidad o la diabetes tipo 2.
La autora principal del trabajo crítico que ahora conocemos, Cristin E. Kearns, examinó los archivos secretos citados entre los que figuraban varias cartas de la SRF, el profesor del Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard, Marcos Hegsted y el presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, Roger Adams, ya fallecidos.
Al parecer, Hegsted había publicado con anterioridad varios estudios que señalaban que el nivel de glucosa en sangre era mejor indicador de aterosclerosis que el de colesterol y que, por tanto, relacionaban de manera directa el azúcar con las enfermedades del corazón.
Curiosa manera de entender el “avance de la ciencia” que tenía el presi: si me pagas publico lo que me digas aunque sea contrario a lo que ya he documentado con mi trabajo. Los documentos que se han publicado no dejan lugar a las dudas, los científicos contratados sabían a la perfección lo que hacían y así se lo comunicaron a sus pagadores.
Para saber más, como siempre, os recomiendo leer los enlaces que aporto en este post. ¿Mis conclusiones?:
-La ciencia sufre el acoso de las industrias. Las primeras que desarrollaron estas estrategias de cooptación del ámbito académico fueron las tabacaleras y luego la maestra es la farmacéutica sin desdeñar, claro, a petroleras y eléctricas, operadoras de telecomunicaciones, de productos químicos y en general cualquier sector que quiera mantenerse en posiciones de privilegio en el actual modelo económico.
-Las publicaciones médicas son el canal por el que los lobbies cuelan sus falacias. En los últimos años han reforzado los mecanismos de control pero hay que potenciarlos.
-Esto nos ha de llevar a exigir que la ciencia sea independiente; más y mejor Ciencia (con mayúsculas) y menos marketing vestido de ciencia.
-Que los conflictos de interés de los investigadores y quienes publican sean declarados con exhaustividad.
-Que, como dicen en JAMA, los políticos que han de hacer normas tengan en cuenta todo esto y no sobreestimen los riesgos sociales de “creer” (pues tratamos de creencias más que de Ciencia) en un conocimiento manipulado.
La salud pública está en juego.
-Y la ciudadanía ¿qué puede hacer? Pues estar mejor informada y ser más crítica. Analizar mejor lo que compramos; la cesta de la compra también es una “herramienta política”.