Revista Historia

La inesperada ventaja evolutiva de los hombres calvos

Por Ireneu @ireneuc

Para los hombres, el hecho de admitir que se nos está cayendo el pelo es lo más parecido que hay a admitir que fuimos los asesinos de Canalejas: un drama, vamos. Es en el momento en que las entradas van creciendo a pasos agigantados y en que la coronilla se hace ella misma una perfecta tonsura, cuando tomamos conciencia de que tenemos una edad, por no decir que somos más viejos que las palmeras de la Plaza Real. Es justamente por este sentimiento de pérdida de la juventud que el hecho de perder el cabello, se nos vuelve irritante cuando no en una auténtica obsesión. Obsesión que aprovechan las empresas y clínicas que prometen la recuperación de cabello para hacer un increíble negocio que mueve miles de millones de euros al año. No obstante... ¿a razón de qué padecemos la caída del cabello? Pues, aunque pueda parecerle mentira, si no existiera la alopecia, es posible que usted no estuviera leyendo estas letras. Como lo oye.

La alopecia androgénica o calvicie común, por más que a la industria capilar le interese venderla como si fuera peor que el ébola para hurgar en su complejo y se rasque el bolsillo, en realidad no puede ser considerada una enfermedad. De hecho, el 95% de los casos de calvicie se circunscriben a este tipo de alopecia. Alopecia en que es el juego entre hormonas y genética, y no el factor externo, el que dicta los tempos de caída o no de los cabellos. O dicho de otra forma, que como sea de que se le caiga, ya puede hacer malabares, que se le va a caer igual porque, además, los folículos están predeterminados para ello.

Ahora bien, se sabe que la falta de pelo expone al cuerpo tanto a las temperaturas extremas como a la insolación solar, por lo que el hecho de no tener podría llevarnos a pensar que este tipo de calvicie es una disfunción... pero sin embargo, el 80% de las personas tiene alguna pérdida de cabello antes de los 70. Algo no cuadra.

Sea como sea, sabemos que, aunque parezca lo contrario, el cuerpo no da puntada sin hilo ( ver El no tan inútil apéndice humano ) y el hecho de que el cuerpo "programe" una alopecia, tendría que tener una explicación funcional. Y los investigadores creen haberla encontrado: prevenir enfermedades.

Efectivamente, en el año 2003, el profesor Mark Pagel (Profesor del Grupo de Biología Evolutiva de la Universidad de Reading (Inglaterra)) y el profesor Walter Bodmer (del Instituto Weatherall de Medicina Molecular, Oxford) publicaron un artículo al alimón en la revista científica "The Proceedings of the Royal Society", en la que daban explicación al porqué los seres humanos no tenemos pelo en el cuerpo y encima, el de la cabeza, tiende a caerse con una facilidad pasmosa a partir de una cierta edad.

Según estos investigadores, si bien es sabido que la capa de pelo de los mamíferos sirve para proteger la piel de la intemperie, el pelo, por el contrario, es un hábitat perfecto para que todo tipo de parásitos (pulgas, piojos, ladillas, garrapatas...) se encuentren como en su casa. El inconveniente es que, tantos más parásitos, tantas más probabilidades hay de que estos bichos transmitan enfermedades que acaben con la vida de su hospedador. Y es que, en una situación normal, un cuerpo humano puede soportar una cierta cantidad de parásitos sin muchos problemas, pero cuando éstos se multiplican en exceso, la cosa empieza a ponerse fea.

Fue en el proceso evolutivo de salir del bosque para pasar a vivir en la sabana que los primeros hombres se dieron cuenta de dos cosas: que de pie se veía más y más lejos y que en la sabana habían muchísimos más bichos que picaban que entre los árboles del bosque. Así, de esta manera, la fauna de la sabana se adaptó como pudo a los enjambres de mosquitos, moscas picadoras, pulgas y demás parásitos... unos desarrollando colas y orejas móviles, susceptibles de ser usadas como espantamoscas, otros pieles duras como el cuero... y el ser humano se despojó de su pelo.

Así las cosas, el ser humano fue eliminando progresivamente el pelo del cuerpo, habida cuenta que es mucho más fácil quitarse los parásitos de una piel sin pelo que de una con pelo, circunstancia que daba una ventaja evolutiva (menos enfermedades, por tanto, más posibilidades de reproducirse) a quien era más pelón respecto de quien era más velludo.

Simultáneamente, el proceso de culturización hizo que los humanos aprendiéramos a crear nuestras propias ropas, por lo que, encima, éramos capaces de suplir artificialmente la falta de pelo que nos protegía de los agentes externos. La gracia del asunto es que la ropa, si bien también puede llevar parásitos, es lavable y más fácil de quitarle las pulgas, piojos y otros "chupópteros" que en la propia piel pilosa. Todo ventajas.

Dada la situación, Pagel y Bodmer sostienen que las hembras humanas fueron escogiendo sexualmente a los machos que menos vello tenían, ya que, a sus ojos, cuanto menos pelo corporal tuviera su pareja, más saludable sería. De este modo, la selección natural habría fijado la apariencia física de un mono pelón como el estándar de la especie, a pesar de que algunas veces los genes nos devuelven al origen ( ver Hipertricosis, la mutación que convierte el hombre en lobo ). Sin embargo, aún mantenemos pelo en la cabeza y en el pubis. ¿A qué vendría mantener estos reductos de pelo?

Los investigadores especulan con la posibilidad de que, dada la cantidad de glándulas sudoríparas que hay en la zona púbica, estas zonas actuasen como verdaderos " faros sexuales" al emitir feromonas que atrajesen a las respectivas parejas. En este caso, el hecho de ser de una extensión de pelo reducida, los beneficios derivados del atractivo sexual, compensarían los inconvenientes derivados de mantener una colonia de parásitos de forma más o menos permanente.

Con la cabeza, por su parte, pasaría más o menos lo mismo. Ellas se seguirían fijando en la falta de pelo y ellos seguirían fijándose en... las "personalidades" (ejem), con la salvedad de que, los hombres, si bien se mantendrían con toda su cabellera durante los primeros años de vida (los momentos de mayor vigor físico), en la etapa adulta acabarían por perderla. Pérdida que sería una hábil forma del cuerpo para compensar la inevitable y progresiva falta de vitalidad con una menor posibilidad de enfermar por causa de los parásitos que se pudieran alojar en el pelo. Y, evidentemente, cuanta más larga sea la vida, más posibilidades hay de reproducirse y transmitir sus genes...

Así las cosas, la obsesión de las mujeres por el depilado corporal desde la más lejana antigüedad (y de cada vez más hombres), más que a una simple moda, en el fondo atendería a este ancestral e inconsciente vínculo entre poco pelo y salud. No en vano, la obsesión por la depilación está poniendo en evidencia la validez de la teoría de Pagel y Bodmer, al llegar a poner en un verdadero brete la supervivencia de las ladillas en el vello púbico humano ( ver El insólito peligro de extinción de las ladillas y el vello púbico ).

En conclusión, que sea como sea, si es de los que tienen tendencia a que el pelo se le caiga como las hojas en otoño, que sepa que, aparte de un incordio meramente estético (magnificado hasta la nausea por los que viven de prometer reparárselo) la calvicie común no tiene la más mínima importancia. Y no solo eso, sino que, genéticamente, el hecho de ser calvo -o tendente a- le hace más proclive a tener mejor salud y a gustar más a las mujeres. Téngalo en cuenta.

O si no, pregunte a Celia Villalobos lo que piensa sobre las rastas...


Volver a la Portada de Logo Paperblog