Usted, que estará leyendo estas líneas, seguro que en algún momento de su vida se ha encontrado con ropa que, con criterio propio, han decidido negarse a acoger aquellos kilitos de más que a base de torreznos y cervecitas ha puesto en su esbelto cuerpo. Coñas a parte, la obesidad (en cualquiera de sus grados) se ha convertido en una auténtica epidemia para las sociedades avanzadas, fruto, sobre todo, de la disposición casi pornográfica de comida que ha hecho que la gente comamos muchas veces más de lo que sería recomendable para nuestra salud. No obstante, y aunque sea fácil dejar de engordar (basta con dejar de comer), la realidad es que la gente no está muy por la labor de pasar más hambre que el perro del afilador para mantener a raya la talla de los pantalones ( ver La Akkermansia, la deseada bacteria adelgazante), convirtiendo el asunto de adelgazar en un auténtico problema, sobre todo si perteneces a una orden religiosa en la que el comer más de la cuenta es un pecado capital. ¿Y cómo se controla entonces? Un monasterio encontró una solución sencilla y eficaz: La puerta de los gordos.
En Alcobaça, una pequeña ciudad portuguesa a unos 90 km al norte de Lisboa, existe el Monasterio de Santa María de Alcobaça, una auténtica maravilla de la arquitectura religiosa destacable por ser el primer edificio gótico construido en todo Portugal. El monasterio, hoy en día Patrimonio Nacional portugués, fue construido entre el 1178 y 1240 por la orden del Císter a iniciativa del rey Alfonso I, como promesa de haber reconquistado Santarém a los moros. Bueno... él pretendía hacerlo en otro lugar, pero los ángeles por la noche le movieron los hitos que tenía puestos en Chiqueda (a unos 3 km) para señalar el sitio donde se tenía que construir y los llevaron a Alcobaça. Como él no era nadie para contradecir a los traviesillos querubines (¡qué casualidad!), pues allí que lo instaló.
Sea como fuere, en 1223 el nuevo monasterio acogió a los primeros monjes, consagrándose su catedral en 1252 y convirtiéndose en el cenobio más importante del Císter en Portugal. Los avatares de la historia y de los terremotos hicieron que se fueran añadiendo estancias y restaurando edificios en diversos estilos (gótico, renacentista, barroco...) hasta la exclaustración de los monjes efectuada en 1834 como producto de la supresión de las órdenes religiosas. Convertido en museo, el monasterio es hoy en día visitable, destacando su iglesia gótica, sus claustros... y una extraña puerta en arco de medio punto, de doble hoja, de dos metros de alto y que tiene nada más que... ¡32 cm de ancho!. O lo que es lo mismo, que o se es un espárrago con patas u olvídese de entrar por esa puerta.
Efectivamente, en el muro oeste del refectorio del Monasterio de Alcobaça (el comedor de los monjes, para que nos entendamos), nos encontramos con esta peculiar obertura en los muros de la estancia que no deja de llamar la atención. Pero... ¿para qué hacer una puerta de palmo y medio de ancho pudiéndola hacer todo lo grande que quisieran? La estricta regla de San Benito que seguía la orden del Císter parece que tendría la clave ( ver El diminuto monasterio de El Palancar).
A pesar de que hoy en día esta micropuerta comunica con el pequeño claustro de Alfonso VI, se ve que en época medieval daba a la cocina del monasterio. Una cocina bastante pequeña, pero suficiente como para hacer las escuetas comidas que los monjes tomaban de cara a la pared, mientras escuchaban salmos y escrituras sagradas. El inconveniente venía en el momento de servirse, ya que eran los propios monjes los que, yendo a la cocina, tenían que llenarse ellos mismos los platos si querían comer. Comida caliente (sin carne, que la tenían prohibida) pero a libre disposición, significaba que, enviando a San Benito a hacer puñetas, más de uno se pondría hasta las botas.
Los superiores, sabiendo que la carne es muy débil, decidieron limitar el ancho de la puerta de la cocina, de tal forma que si a alguien se le ocurría ir rellenando los "michelines" a base de comer más de la cuenta, en el momento en que no cupiese por la puerta iba a comer más bien poco. De esta manera se aseguraban que el sobrepeso no dificultara el trabajo físico que hacían los monjes, a la vez que hacían cumplir a la fuerza los preceptos cistercienses de ser mesurados con la comida. Una forma sencilla y eficaz de mantener la disciplina y la dieta a toda la congregación.
Más allá de la existencia de la puerta la realidad es que esta tesis no es más que una curiosa leyenda, ya que los especialistas no tienen ni idea de para qué se construyó dicha puerta.
Si bien la primigenia cocina existió como tal, en el siglo XVII-XVIII (no se conoce la fecha concreta), coincidiendo con la bula que en 1666 dictó el papa Alejandro VII según la cual se permitía a los monjes comer carne tres veces por semana, la cocina se trasladó. Para tal efecto, se construyó al otro lado del refectorio una nueva cocina -que aún se conserva- con una chimenea espectacular capaz de cocinar un buey entero y dar de comer a 500 personas. Harto suficiente para atender a los aproximadamente 150 monjes que se tiene constancia que habitaban el monasterio a mediados del siglo XVIII. La antigua cocina medieval se derribó y se hizo un pequeño claustro con sus celdas, dejándose la estrecha puerta como acceso directo desde el refectorio. Pero... ¿cual habría sido su función real entonces?
Según los estudios, el acceso a la cocina medieval no se efectuaba por la "puerta de los gordos", sino por una mucho más ancha que hay en la misma pared y que es de la misma época. Se especula que, en el momento de su construcción el refectorio daba directamente a la calle y que la pequeña puerta no comunicaba con la cocina sino directamente al exterior. De esta forma, la estrecha puerta habría servido, no para ir a la cocina, sino para dar de comer a los pobres que desde el exterior se acercaban al monasterio de Alcobaça a buscar un plato caliente, posiblemente para laminar el flujo de acceso desde el exterior. Una función bastante más prosaica que la atribuida por la leyenda.
Sea como sea, la "Puerta de los Gordos" (" A porta pega-gordo", en portugués) se ha convertido en una de las grandes atracciones del Monasterio de Santa María de Alcobaça. Hoy, que vivimos en un mundo que ha pasado de la miseria a la opulencia en tres o cuatro generaciones y que tira la comida por toneladas, haríamos bien, en mirando la estrechísima puerta de Alcobaça, que recordásemos que, aunque nosotros tengamos problemas por el exceso de comida, hay muchísimos millones de personas a nuestro alrededor que serían capaces de pasar por esa puerta sin ningún problema.
Y no sería por estética.