Revista Cultura y Ocio
A tenor de las reseñas y notas que he leído sobre la novela, debo ser uno de los pocos lectores españoles a los que le ha gustado. Bien es cierto que tampoco me ha entusiasmado, pero considero que no es, ni por asomo, ese engendro de obra que algunos críticos han dibujado.
Antes de empezar a leer, era ya consciente de que Coetzee había intentado darle una vuelta de tuerca a toda su narrativa anterior. En Summertime (Verano), un joven biógrafo entrevistaba a varias personas que habían tenido relación con el escritor John Coetzee, ya fallecido. Verano era una original autobiografía, un libro de ocaso, de culminación. Pero no por eso el autor de Disgrace (Desgracia) perdía su afán por entender la composición literaria como un reto. La vida de Jesus no podía ser, por lo tanto, una vuelta atrás, una renuncia al desafío que él mismo se había impuesto, aunque quizá Coetzee no haya medido sus fuerzas y se haya excedido en su anhelo experimental, pues la obra es tan desconcertante que, creo, casi todos los que la hemos reseñado, hemos buscado, a fin de orientarnos un poco, referencias externas.
Pero hablemos del libro: Coetzee recrea un ambiente, quizá postapocaliptico, que recuerda bastante a The road (La carretera), de Cormac McCarthy. Un niño y un adulto que cuida de él luchan por empezar una nueva vida en un país desconocido donde se habla español y desde donde ambos pretenden emprender una búsqueda que sirva para encontrar a la madre biológica del muchacho. Poco a poco vamos descubriendo cómo funcionan las cosas en este extraño lugar; se trata de una sociedad nueva, muy socialista, por cierto, donde apenas hay recursos, donde se come mayormente agua y pan, y donde el estado provee a los nuevos habitantes de trabajo y vivienda, además de intentar limpiarlos de recuerdos, pues todo el que llega al “Centro de Reubicación de Novilla” comienza desde cero. Pero para entender esta suerte de alegoría, no podemos perder de vista el título, La infancia de Jesús, clara referencia bíblica en la que voy a basar mi interpretación de la obra, ya que son muchos los símbolos que hacen referencia a la Biblia, entre ellos los nombres de los personajes principales: Simón, Inés y David. Cabe recordar que David era el rey de Israel ("En español no hay una palabra que defina exactamente lo que somos, así que nos llamaremos así: la familia de David" p. 254). Y al hilo de esto, no me parece cuestión baladí el uso de referencias numéricas; los números como forma de representar los procesos del mundo, sus misterios ("-¡Así que usted es otro mísitco de los números! Debería abrir un colegio con David. Usted puede explicar las causas secretas de los números y él cómo pasar de un número a otro sin caer en un volcán"), pues para desentrañar "los misterios" del libro hay que seguir una suerte de proceso cabalístico que analice los significados recónditos de este Pentateuco de Coetzee.
Para entender el Pentateuco se necesita por tanto un decodificador cabalístico. Yo me he comprado uno ex profeso y las imágenes que me ha devuelto son las siguientes: Coetzee, que tiene setenta y tres años, es consciente de que está disfrutando de la última parte de su vida y, como reconocido believer ("-Luego me temo que no despiertas en esta vida/-¿Te mueres?/-Sí, te mueres/-Si muere pasará a la otra vida -dice Inés-: Así que no hay por qué preocuparse"), quiere creer que su existencia no se acaba aquí, que hay algo más allá. Mi opinión personal es que el juego literario que el sudafricano nos propone, algunos lo han llamado broma, no es más que una interpretación del más allá. Me recuerda mucho, de hecho, a la sexta temporada de la serie Lost (Perdidos), muy criticada también en España, en la que los guionistas nos daban su visión del Cielo, entendido éste no sólo como paraíso católico, sino como un más allá donde convergen las teorías de todas y cada una de las religiones y filosofías del mundo; lo esotérico, las respuestas de la Cábala. Puede que no fuera la temporada más brillante de la serie, de hecho no lo fue, pero los guionistas no tenían muchas más opciones para cerrar todas las puertas que habían dejado abiertas. En esos últimos capítulos de Perdidos, los personajes, que existen en el Cielo, han perdido sus recuerdos. Recuperarlos es lo que les lleva a dejar de existir por completo, algo que encaja a la perfección con un diálogo de La infancia de Jesús: "Los niños viven en el presente, no en el pasado. ¿Por qué no te fijas en ellos? En lugar de esperar una transfiguración, ¿por qué no intentas volver a ser como un niño?". La infancia de Jesús se antoja por lo tanto un estado mental, no corporal, un mundo de las ideas platónico. Sustenta este argumento una referencia que el autor hace al Cielo en la página 147, utilizando para ello un cuento que el protagonista, Simón, le narra al niño en uno de sus paseos. "Sí, el salón no es para gente de paso. Aunque estar de paso es una situación pasajera en sí misma. Quien esté de paso aquí estará en casa en su lugar de origen, igual que quien está en casa aquí estará de paso en otra parte". Por otro lado, las referencias bíblicas son constantes; tenemos una familia como la de Jesucristo; con un padre pusilánime y adoptivo, una madre virgen y un niño que tiene un talento especial, una inteligencia extraordinaria y que además es capaz de alcanzar grandes razonamientos filosóficos. Y más que eso: de desentrañar grandes misterios que "los vivos" no acertamos a ver -y no me refiero a la Santísima Trinidad- ("Para él es un misterio cómo pueden caber el carro y los dos cabellos en la pequeña habitación del hospital."). Cierto es que la novela parece una alegoría de la vida de Jesús, o un nuevo evangelio apócrifo, pero resulta una lectura muy simplista si tenemos en cuenta la complejidad de la propuesta. En resumen, La infancia de Jesús me parece un claro alegato sobre sobre la existencia del alma, aunque tratado desde el campo de la ficción, lo cual no deja de ser algo extremadamente difícil de ejecutar con éxito, incluso si te apellidas Coetzee. "Lo importante es el alma. El alma de Marciano es el verdadero marciano".
Quizá uno de los mayores desaciertos del libro sea el segundo acto, que se torna farragoso y pierde la intensidad que tienen el primero y el segundo. Contribuye a ello el hecho de que el niño sea insoportable, repelente, exasperante; repite las cosas doscientas veces, pregunta sin cesar y coge rabietas injustificadas, como haría cualquier niño de cinco años, por otro lado. Hasta ahí bien. El problema es que sus razonamientos son como los de adulto, como los de un adulto resabiado, y, dado que el libro está principalmente compuesto por diálogos, llega un punto que el desconcierto que el niño produce se vuelve tedioso. Pero mi mayor crítica estriba en que, aunque este libro pretenda ser un mito, o una fábula, o un apócrifo o una distopía, o incluso una historia cualquiera, la prosa descarnada de Coetzee, sin concesiones a la galería, sin belleza, no permite que el lector recree ese mundo utópico, pues el autor tan solo aporta retazos de información sobre el mismo. En otras palabras: la obra no posee la solidez que tienen distopías clásicas como Un mundo feliz. Por lo tanto, como producto fantástico, si es que lo es, parece algo endeble.
La infancia de Jesús, que, como ya he dicho, se compone principalmente de diálogos, está colmado de reflexiones filosóficas. Lo curioso es que las conversaciones más graves tienen lugar entre los estibadores, entre la mano de obra, entre la gente menos formada, lo que me lleva a pensar que en ese mundo paralelo, en ese Cielo que se ha inventado Coetzee, el conocimiento, y también el razonamiento, el logos, es algo inoculado a todos los ciudadanos, anulando así las clases sociales y la separación económica. Por otro lado, en este mundo, o país, que Coetzee ha creado, no parece haber gente guapa, no parece existir la belleza. Y las pasiones quedan anuladas. Existe además una preocupación constante por marcar las distintas naturalezas del hombre y la mujer; ésta aparece como un ser más racional, pero también más espiritual, el hombre sin embargo, parece más apegado a los placeres del cuerpo "No te ofendas. Es un hecho de la vida: los hombres necesitan aliviarse, todo el mundo lo sabe."
Sea como fuere, Coetzee nos presenta una obra original, de estilo sencillo que, efectivamente, tiene diálogos y pasajes desconcertantes pero que, no obstante, como “rareza”, ha suscitado mi interés desde el principio. Sin haberlo captado del todo, creo que el libro está más cerca de la genialidad que de la broma, aunque, ciertamente, el abuso de diálogos espesos que a veces parecen no tener sentido puede llegar a desanimar al lector. Si tuviera ocasión de entrevistar a Coetzee le preguntaría por qué ha elegido esta composición para volcar sus preocupaciones existenciales; ¿Por qué?, John: "La respuesta a todos tus porqués, pasados, presentes y futuros es: "porque el mundo es así".