Revista En Femenino
Llevo rumiando este post por lo menos un año... Reflexionando en lo que significa el fin de la infancia y tratando de tapar el sol con un dedo.
Mi piojilla cumplirá pronto once. Despierta su cuerpo de niña hacia la mujer que será. Aparecen dos botones en su pecho y su figura se alarga, como un cisne. La miro desde lejos y lo sé: La infancia dura diez años.
Ya sus juegos no son los mismos y se aburre con aquellas cosas que antes tanto le gustaban. Sus juguetes van poco a poco siendo relegados. Su carta a los Reyes ya no pone las mismas cosas...
La infancia dura diez años y no vuelve. El bebé se hace niño enseguida y sin darte cuenta, has dejado de dar teta, de llevar en brazos. No recuerdo cuándo fue la última vez que la llevé en mi amada bandolera verde ni cuando aprendió a bañarse sola.
De repente los días se han juntado, uno detrás de otro y han dado paso a una niña grande. Cada instante me aleja más de la pequeña que aún me escribe cartas llenas de corazones, "mamá eres la mejor del mundo", que juega a las profesoras y sueña con ser bailarina. Cada momento me aleja más de mi bebé chiquita...
Y no sé cómo me parecían tan eternos sus dos años. Sus miles de rabietas encendidas. No sé qué pasó ni en qué día resolvió no tirarse más al suelo para pedir las cosas. No apunté qué día fue el que aprendió a pedir las cosas por favor ni el instante en el que se convirtió en la niña discreta, tranquila y cariñosa que es.
Y miro el futuro a conciencia. Sabiendo ya lo que me espera en la siguiente década. El dolor de que crezca junto a esa mezcla de orgullo y felicidad. Saber que es cuestión de días para no estar más dentro de sus planes, para parecer caduca con mis formas y mi música. Para dejar de ir de la mano a su lado. Dejar de ser su heroína y pasarme de un día al otro al bando de las brujas de los cuentos que antes leíamos.
Me inunda de preguntas que a veces no sé responder. Le sorprende y llena de ilusión cada cambio de su cuerpo. Hablando sin tapujos como hemos hecho siempre. Y su extrema sensibilidad y amor a la justicia la hacen vulnerable y fuerte a la vez. Se empieza a dar cuenta de lo difícil que es ser mujer en un mundo en el que empezando por sus propios amigos y terminando en la televisión y otros medios, se ríen de lo femenino. Y el miedo... la pérdida de la inocencia que supone entender el significado de las "malas palabras" que antes no eran nada.
Quisiera no tener que ver cómo explota su burbuja de juegos y fantasía. No tener que ser testigo de esa metamorfosis que inevitablemente ocurrirá. Esconderme bajo una armadura para que no me duelan en el futuro sus reproches de adolescente.
La infancia dura diez años. Me lo dicen sus zapatos que ya no se compran en la zona "niños"... su altura que se acerca cada día más a la mía, sin piedad y sin pausa. (Y no te he acunado suficiente hija. Tan poco, que el otro día me dijiste que te faltaban abrazos). Hace un tiempo una madre me preguntaba qué festejar... si Navidad o Reyes. Festéjalo todo, le dije. Hazle mil fiestas de cumpleaños. Porque en breve ya no tendrá la misma ilusión por aquel juguete que tanto pedía y escribirá diarios en los que tú ya no aparezcas.
Tanto que nos preocupa que no se vaya nunca de nuestra cama. Que quiera ser llevado por siempre en brazos. Que las rabietas duren para siempre... Qué ilusos somos. Que nos creemos que la crianza está hecha de dogmas y que los hijos nos pertenecen.
Y así, el tic tac inexorable suena en mi alma de madre y me hace un pequeño agujero en el corazón. Cuenta atrás para que su útero abra las alas, inunde de rojo su día y tenga que abrazar a mi niña por última vez....