Revista Literatura

La Iniciación (y II)

Por Martindealva

La Iniciación (y II)Id con ella, es más joven, y aún puede serviros en vuestros juegos, espero sepáis aprovechar este último regalo que os hago, doncella, pura, de una belleza incomparable, deseosa de descubrir el arte del amor con cualquiera antes que verse obligada a entregar su cuerpo a quien aún no conoce. Disfrutadla, pero os lo ruego,… no me obliguéis a vivir la experiencia de desgarrar mi pecho viéndoos una vez más entre las piernas de otra. ¡¿Estremecerme mientras observo cómo ensuciáis la pureza de su alma?! ¡No!, ¡¡no me hagáis más cómplice de vuestros actos!!, no deseo veros más con otra mujer, pues si en verdad es una mujer a quien amáis, ¿tan ciego estáis que no me veis? Y si tan seguro estáis que es por la simple necesidad de complacer vuestro instinto más primario, ¿acaso no muere la carne? El amor que tanto me juráis está por encima de este mundo terrenal, ¡¡podréis poseer su cuerpo pero jamás su alma!!… Es la mía la que os necesita, la que busca vuestra comprensión, vuestra atención, vuestro amor… ¡¡Y me desterráis al olvido con la excusa de llorar por mi!!. Id, no tardéis, el tiempo se impacienta y yo muero a cada segundo.

Mis ojos se inundan de dolor, abandono la realidad para sumirme en un sueño que pronto acabará, sus lágrimas han empañado mi alma.

Ya en mis aposentos, su rostro ha desbocado mis instintos, el olor de su tersa piel penetra en mis venas recorriendo cada uno de los rincones de mi cuerpo, mi conciencia se enajena por momentos deseando probar tan delicioso bocado. Acercaos, oled en mi piel cómo emana el sudor de la excitación, escuchad cómo late mi corazón, sentid cómo crezco en mi ego para penetraros una y otra vez contra el lecho que aún comparto con quien una vez juré amor. Engarzo mis ojos en su nuca, rodeo sus brazos para contemplar la pieza que con tanta amargura me entregaron.


Asedio su cuerpo desde el desierto de su espalda, me adentro en los tallos de su erguido cuello para saborear el suave latir de su corazón, quien golpea incesante trotando a lo largo de sus venas. Mis manos se aventuran por el lienzo de su piel arrastrando las torpes yemas hacia las dunas de sus senos, sutil, casi imperceptible. Su garganta exhala un gemido de deseo por ser poseída, de los anhelos de ese placer que le han negado desde su niñez, sus dedos acompañan a los míos en un vaivén de caricias y sonidos que escapan al entendimiento de ese único instante que hicimos nuestro. Su cuerpo se estremece mientras sus manos se deslizan a las puertas del jardín de su secreto, frotando con firmeza sus nalgas ante el vástago de mi hombría. Agarro firmemente sus cabellos con mi mano, mientras la despojo de sus vestiduras. Mis labios se posan sobre el vaso de su cerviz dejando libre la frescura de su vello, para recorrer lentamente con mi lengua la región donde acaban sus cabellos, hasta el precipicio de su cintura. Desvanece por un instante entre mis brazos, que la depositan sobre el mullido camastro de plumón. Los cantos de mi boca perfilan el pilar de su rostro, y beso a beso la sueldo con rubor al resto de su cuerpo.

La Iniciación (y II)

Vuestras mejillas se sonrojan ante el conocimiento del placer, os retozáis entre mis brazos con pudor y ansias de pasión, ávida de mis besos y caricias, enemiga de la castidad, vuestros anhelos luchan por salir, abríos, entregaos, confiad en mi, pero ante todo, confiad en vos, en vuestro apetito, no miréis atrás, abandonad todos los prejuicios que habéis adquirido en vuestro entorno, y disfrutad del delicioso cuerpo que os dieron al nacer, explotad las posibilidades del amor… respirad hondo, despacio… miradme a los ojos, así… shhhh… silencio… no digáis nada,… tan sólo relajaos… sentidme a las puertas de vuestro averno, ardiente de sentirme. No temáis, permitidme entrar, no sufriréis, sólo deseo que me entreguéis vuestra sangre para saciar mi sed de vos. Dejadme que os susurre que hoy tan sólo morirá vuestro cuerpo en la tierra, para ofeceros el poder que da el tacto con la codicia del placer, elevando así vuestra alma a los límites desconocidos de la carne. Esparzo vuestras piernas sobre las sábanas que tornan a bermellón en el mismo instante en que embisto vuestras caderas.

La Iniciación (y II)
Desgarrad vuestra garganta ante el sumo placer del dolor, gemid con vuestro cuerpo y sembrad sobre esta almohada las perlas que deslizan por vuestras mejillas. Anclo vuestro cuerpo al tálamo para ayudar en cada embate a discernir que hoy os habéis entregado a mi, sumisa a mis placeres, esclava de mis deseos, dócil a mi mando… Sentidme dentro de vos, sentid cómo se aleja vuestra alma inmácula para regresar manchada desde el mundo de las pasiones. Nunca olvidaréis este día, esta noche, en que decidisteis volar entre mis brazos para ser arrojada al vacío que ha llevado a la humanidad a excusar las más terribles guerras a lo largo de nuestra efímera historia.

 


La Iniciación (y II)

Recuerdo aquel día que me tomasteis entre vuestros brazos para abrirme los ojos a un mundo nuevo, vacío de juicios y mentiras. Como una semilla preparada para germinar, abierta a las posibilidades que este renacer me ofrecía… me diste un mendrugo de pan y un vaso de agua… Pasé un desierto de confusiones, sentimientos encontrados, pero os tenía a vos, seguro, fiel, siempre a mi lado. Hoy al fin comprendí el sentido de todo esto.

 

Hoy he muerto ahogada en mi soberba y orgullo, cubierta en la gloria de vuestros actos, y he regresado a la vida con una nueva conciencia.

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