Revista Salud y Bienestar
Se calcula que unos tres millones de fumadores intentarán dejarlo a partir del 2 de enero. No es fácil y para algunos la única solución será un fármaco que anule la satisfacción que reciben del humo... Si es que llega
Diseñar una vacuna contra el tabaco está siendo muy complicado. Los resultados de los distintos ensayos sobre la eficacia de estos fármacos, aún en desarrollo, muestran que son seguros, aunque las tasas de eficacia son todavía demasiado bajas. Carlos Jiménez Ruiz, coordinador del área de tabaquismo de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), no cree que lleguen antes de unos 10 años.
El tabaquismo es una enfermedad que afecta al 30% de los españoles, pero se puede evitar (y tratar), recuerda el presidente de la Separ, Juan Ruiz Manzano. De ahí las grandes expectativas que levanta la vacuna, no solo entre el sector sanitario o los fumadores, sino también en las farmacéuticas.
El esquema que han seguido las compañías se basa en la siguiente estrategia: bloquear la nicotina (el principal agente adictivo del tabaco) en el torrente sanguíneo para impedir que llegue al cerebro y combatir así la dependencia y el efecto placentero del cigarrillo.
La molécula de nicotina es demasiado pequeña para ser detectada por el sistema inmunitario. Por eso, se cuela a través de la barrera que separa el sistema circulatorio del cerebro. Esta tiene entre sus funciones evitar que las sustancias tóxicas accedan al sistema nervioso central. Allí, la nicotina activa los receptores que desencadenan los procesos de recompensa, adicción y placer típicos del tabaco.
Para evitarlo, las vacunas se fabrican uniendo moléculas de nicotina con un antígeno. Este último puede ser una bacteria, una toxina o proteínas de virus. El propósito es despertar una reacción en el cuerpo para que al detectar este agente extraño estimule la producción de anticuerpos que capturen las pequeñas moléculas de nicotina cuando la persona inmunizada fume. Los anticuerpos unidos a la nicotina forman un ovillo de elevado peso molecular que se queda atrapado en la barrera hematoencefálica y no llega al cerebro.
Esta es la teoría. La práctica indica que aún falta camino por recorrer. Existen distintos trabajos en diferentes etapas de prueba de las vacunas. Los hay en fase III, en la que se compara poblaciones a las que se administra el medicamento con otras que reciben placebo. Uno de los últimos resultados publicados son los referidos a la vacuna en cuyo diseño participa el Instituto Karolinska sueco. Apenas han provocado una respuesta inmunitaria del 20% de los casos. "Los resultados han sido decepcionantes. Se desconoce por qué en algunos casos ha funcionado y en otros no", apunta Carlos Jiménez.
Cuando funciona, el tratamiento previene durante 12 semanas y requiere de dos dosis. Y como buena parte de las vacunas, presenta efectos secundarios. Un 45% de las personas tratadas sintieron en los dos o tres días siguientes procesos similares a los gripales (fiebre, molestias musculares y en las articulaciones). Su utilidad no solo se dirige hacia los fumadores. También tendría eficacia preventiva, de forma que se podría administrar a jóvenes para que no se iniciaran en el hábito o a embarazadas, a quienes además de ayudar a dejar de fumar, protegería al feto al impedir les afectara la nicotina, como destaca Carlos Jiménez.
Pero mientras llega la vacuna, existen otros procedimientos para dejar la adicción. El primero en eficacia es la vareniclina, un fármaco que está disponible en España desde 2007. Este producto tiene una tasa de abandono de entre el 55% y el 60%, según Juan Ruiz Manzano, presidente de la Separ. Como bloquea los receptores cerebrales de la nicotina, impide la sensación placentera del tabaco, y evita las recaídas porque el fumador se queda sin la recompensa que espera con el cigarrillo. Esta sustancia, además, tiene un efecto estimulante, de gran ayuda para combatir la irritabilidad y la ansiedad del síndrome de abstinencia. Es el más caro y un tratamiento rondaría los 200 o 240 euros, "un gasto similar al que destinaría a tabaco el paciente", comenta Jiménez. Un estudio de la Biblioteca Cochrane de 2008 (que revisa los ensayos publicados) concluye que la vareniclina multiplica por tres la probabilidad de dejar de fumar respecto a los placebos.
Otro producto, con porcentajes del 50% de éxito, es el bupropión. Se trata de un antidepresivo del que se advirtió que ayudaba a dejar de fumar al provocar en el sistema nervioso central efectos similares a los de la nicotina.
Junto a ellos, están los tratamientos basados en los sustitutivos de la nicotina: parches, chicles, inhaladores o caramelos con los que progresivamente y de forma controlada, el paciente reduce el consumo de tabaco como paso previo al abandono. Estas terapias, apunta Ruiz Manzano, tienen un 30% de éxito. En el caso de los comprimidos para chupar, hay estudios que demuestran que los fumadores que usan pastillas con nicotina tienen el doble de posibilidades de dejar el tabaco que quienes usan placebo. Los periodos de medicación suelen durar entre ocho y 12 semanas, el tiempo que se tarda en acabar con la dependencia física y dejar al cuerpo limpio de nicotina.
Cuestión distinta es la dependencia psíquica, mucho más variable. "La clave está en el primer año, aunque hay a quien le acompaña toda la vida", apunta Ruiz Manzano. Por ello, de forma paralela, los especialistas apoyan los fármacos con refuerzo psicológico. Estas terapias conductuales resultan esenciales para el éxito del proceso, aunque no bastan por sí solas. "Solo un 5% consigue dejarlo con tratamiento exclusivamente psicológico, una tasa similar a la de los que lo intentan sin ningún tipo de apoyo", comenta el presidente de la Separ. ¿Y las terapias alternativas? "No hay evidencia científica que la hipnosis, acupuntura o los cigarrillos electrónicos funcionen", comenta.
**Publicado en "El Pais"
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