Decía Javier Marías que los niños suelen creer que el mundo comenzó con su nacimiento. Y he traído aquí esta fotografía publicada en El País porque parece tirar por tierra su aseveración.
Este chaval, envuelto en la bandera rojinegra de Falange e izando la española preconstitucional, parece tener un sólido conocimiento del mundo anterior inducido por el fervor educador de un patriótico y perseverante padre, presumiblemente el señor situado a su izquierda que con tanto ímpetu ejecuta el saludo fascista.
Desconozco las ideas que este padre hacendoso habrá inculcado en la mente absorbente de su hijo, pero dudo mucho que un chaval de su edad sea capaz de comprender y mucho menos asimilar lo que los símbolos que porta representan en la historia reciente de este país. Tampoco soy capaz de descifrar esa mirada perdida en no se sabe qué pasaje oscuro de esa historia nuestra que le habrán contado y que justifica su presencia allí.
Es la mejor manera de asegurarse de la inculcación del odio, la inoculación de la semilla que lo alimenta y lo hace crecer; la desinformación y el adoctrinamiento temprano. La formación y desarrollo de cachorros cuya última necesidad sea la de pensar por sí mismos. No me gustan las ideologías que son capaces de llevar a cabo este tipo de prácticas, por eso nunca he sido partidario de llevar a mis hijos a manifestaciones, ni si quiera a las más justas.
Ésa es la causa de que no quieran que ni Garzón ni nadie investigue y aclare los crímenes del franquismo, para impedir que el saber nos haga mejores y propiciar que la tierra del odio se conserve siempre convenientemente abonada y que pueda florecer cuando ellos decreten la llegada de su nueva primavera.
Y no les importa en absoluto que en el camino se pierda para siempre la inocencia de la mirada de un niño. En eso consiste el olvido.