Una vez pillé a mi novio con otra mujer en la cama. Y no veas si lloré. Qué joven era.
Fue igual que en las películas. Yo llego antes de tiempo, abro la habitación y veo a aquella tía encima de mi novio gimiendo; pego un grito, ella pega otro más grande, mi novio dice todo seguido «mecagoenlaputa», yo me quedo inmóvil sujeta del pomo de la puerta, la tía sale corriendo de un lado a otro de la habitación buscando sus bragas y preguntando histérica que quién era yo. Mi novio salta de la cama tapándose sus partes con las manos y en ese momento de su boca sale una frase originalísima: «Tranquila, cariño, que te lo puedo explicar». La chica seguía sin encontrar sus bragas y yo seguía agarrada al pomo de la puerta.
Mi novio continuó igual de brillante: «Cariño, esto no es lo que tú piensas». Parece mentira, pero juro que lo dijo. Yo estaba a punto de desplomarme, las piernas se me aflojaban viendo aquella escena, cuando descubrí lo peor, la humillación más extrema que se puede vivir, eso al menos creía yo por entonces que no había vivido casi ninguna humillación. Mi novio no me estaba dando explicaciones a mí, sino a la chica sin bragas. De repente, se abraza a ella, los dos desnudos, y le dice mientras me miran que con esa chica —esa era yo— ya había terminado hace tiempo, però que seguía teniendo la llave de su casa; que era muy pesada y que no había manera de quitársela de encima. Mi juventud se notó más que nada en mi manera de contestar entre sollozos: «Malo, que eres muy malo», y salir corriendo.
La inocencia no es nada buena, porque te hace sufrir innecesariamente. Tengo la sensación de que si eso me pasa ahora, en lugar de sollozar, me entra la risa. Y no es que esté tan de vuelta para que no me importe ver cómo mi pareja me la pega con otra; es que de no haber sido tan ingenua hubiera comprendido que aquella relación con aquel tipo al que yo consideraba mi novio era exclusivamente sexual. Él quería solo sexo, mientras yo debía estar buscando al padre de mis hijos.
La inocencia se pierde en el momento que sabes descifrar a qué tipo de relación te enfrentas y a disfrutarla tal y como es. Sin aditivos, sin confundir un polvo con un romance o a estar excitada con estar enamorada. No siempre es lo mismo. Yo diría que casi nunca es lo mismo. Tengo la sensación de que las mujeres nos pasamos buena parte de nuestra vida teniendo que justificar nuestro deseo sexual mezclándolo con otras cosas como el enamoramiento, el amor, el romanticismo. Qué pesadas, cuántas cosas nos perdemos cuando somos así de jóvenes.
Yo misma, ahora recuerdo a aquel novio mentiroso y me pongo contenta. La verdad es que aquel tío se lo montaba de maravilla en la cama; además, era guapo; qué digo guapo, estaba buenísimo: qué torso, qué abdominales, qué bien acariciaba siempre el lugar exacto, de la manera perfecta y en el momento preciso, también con las manos. Además, estaba muy bien dotado, y lo que aguantaba, y lo que sabía, y ese tatuaje en el culo, y qué culo. Y yo creyendo que lo que estaba era enamorada.
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Visto en Sexualmente – Núria Roca
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