Continúa la carrera hacia la necedad buenista, y en ella participan sin el menor complejo ni vergüenza no sólo gobiernos y partidos políticos (cosa lógica porque unos y otros giran en función de la tendencia de moda), sino también universidades, editoriales y autores. Por todas partes están las redes de la ortodoxia y la corrección política extrema. Ejemplos hay a diario: desde las universidades más famosa de Inglaterra hasta editoras de libros clásicos censuran, mutilan, reescriben
Aun se recuerda a un profesor estadounidense que declaró enfadado que Platón y Aristóteles eran machistas y heteropatriarcales y por eso deberían ser apartados de todo lo que tenga que ver con la docencia…, claro que el inquisidor filosófico-literario no tuvo en cuenta que cuando vivieron aquellos, hace más de dos mil años, no existían esos conceptos. Asimismo, el heredero de Agatha Christie tuvo la desfachatez de cambiar títulos, palabras e incluso párrafos de obras de la genial escritora. Y la cosa continúa sin que ninguno de los guardianes de la pureza de espíritu se dé cuenta de lo perverso que es adaptar al pensamiento actual obras de otros tiempos y otros pensamientos.
Realmente la cosa puede ir a más hasta el infinito, hasta que sea casi imposible escribir, opinar, cantar, hablar o contar sin que venga alguien a afear el uso de palabras y conceptos que pueden resultar insultantes para alguien, eso es lo que quiere imponer la retorcida y fanatizante mentalidad del que se cree vigilante de la bondad. En este caso se puede producir una polarización: los partidarios de censura total, por un lado, y los que se niegan a arrodillarse ante los buenistas y se rebelan contra la imposición. Pero también puede suceder que, con el tiempo, la imbecilidad termine por ceder, pase la moda de sentirse superior a los demás afeando la forma de hablar o escribir y, en fin, se mire a esta época como la que trató de restaurar una especie de inquisición y pensamiento único.
Las prestigiosas universidades inglesas de Oxford y Cambridge se han apuntado a la moda del buenismo (que no bondad) y ortodoxia política, y se han dedicado a cancelar, censurar y dictar cómo hablar y expresarse (como hace una dictadura). Así, se prohíbe usar ‘mankind’, humanidad, y se sustituye por ‘humankind’, género humano. ‘Manforce’, mano de obra, se ha convertido en pecado mortal y debe decirse ‘workforce’, fuerza de trabajo; es decir, se persigue eliminar el uso de ‘man’, hombre. Igualmente se prohíben expresiones como ‘hacer la vista gorda’, ‘punto ciego’ o ‘hacer oídos sordos’, puesto que, según los oficiales de esta gestapo lingüística, son locuciones que ofenden a mujeres entradas en carnes (¿será esto correcto?), a los que no pueden ver y a los que no pueden oír. Curiosamente, expresiones como ‘tiro al blanco’ o ‘hacerse el sueco’ no son excluidas.
La última víctima del nuevo Sanedrín es el escritor Roald Dahl, autor de títulos tan conocidos como ‘Charlie y la fábrica de chocolate’; la editorial ha decidido reescribir la obra, empezando por cambiar la descripción de los ‘umpa lumpas’, que de ‘personas pequeñas’ (como escribió su autor) ahora serán ‘hombres pequeños’; y el niño tragaldabas ya no será ‘gordo’ sino ‘enorme’. Pero lo peor es que han reescrito e incluso inventado frases y párrafos enteros; en la obra ‘The witches’ (Las brujas) el original dice que las brujas llevan pelucas porque están calvas, mientras que los ministros del pensamiento único se han inventado e incluido un párrafo en el que vienen a decir que “hay muchas razones para que las mujeres lleven peluca y eso no es malo”…, algo que jamás salió de la pluma de Dahl; y una bruja que trabaja de camarera se convierte en una gran científica gracias a los censores. En su ‘Fantastic Mr. Fox’, el protagonista tiene tres hijos, que en la nueva versión se convierten en hijas… Y se tachan de todas sus obras palabras como ‘feo’ o ‘loco’. Es demencial, inquisitorial, totalitario, necio, impropio. Y una traición a Dahl.
La pieza teatral ‘Esperando a Godot’ del irlandés Samuel Bekett ha sido también censurada en la universidad holandesa de Groningen, y la causa es que en la obra no aparecen mujeres ni personas transgénero. Y aun se recuerda cuando una serie de televisión inglesa sobre la catástrofe de Chernobil recibió todo tipo de insultos y descalificaciones porque no incluyó personajes (actores) negros…, que debían ser muchos en la Unión Soviética.
Hay que tener en cuenta que una novela, obra de teatro, película, cómic… no sólo cuenta lo que cuenta (la trama), sino que también habla y describe la época en la que se realizó; es decir, una película no sólo ofrece la narración del asunto, su planteamiento, nudo y desenlace, sino que también habla de los gustos y preferencias de la época en la que fue realizada, de sus miedos y motivaciones, de lo que importaba y lo que era intrascendente, de las modas y manera de expresarse en el momento en que se hizo…, de manera que si se altera lo que los autores escribieron no sólo se los traiciona, sino que se modifica todo el sentido e intención.
Si la cosa sigue así muchas obras de arte serán modificadas y manipuladas para adecuarlas al pensamiento de cada momento. Deberían advertir al comprador si lo que compra es original o sucedáneo adulterado.
CARLOS DEL RIEGO