Revista Opinión
En el post anterior publiqué la totalidad del libro del padre Peña, pero como sé que mucha gente no quiere leer textos extensos, lo he desglozado tema por tema para facilitar su lectura.
autor: p. Angel Peña O.A.R - Luces y Sombras de la Iglesia
1.- LA INQUISICIÓN
El tema de la Inquisición es un tema recurrente, cuando se quiere manchar el prestigio de la Iglesia. Se habla de que la Iglesia católica ha sido intolerante y sanguinaria, matando a miles de personas por el único pecado de no tener la misma fe. Se habla de las torturas y de las hogueras de la Inquisición y se inflan los datos y se inventan tormentos, que sólo existieron en la imaginación de sus enemigos. Hay, ciertamente, una leyenda negra que trata de presentarnos a la Iglesia como una institución despiadada, donde los sacerdotes mataban sin compasión a los herejes y a las brujas. Pero nada más lejos de la verdad.
Por eso, vamos a estudiar la historia en su verdadera dimensión para que la verdad hable por sí misma. Para ello nos serviremos de los últimos estudios sobre la Inquisición, dados a conocer a través de las Actas del Simposio internacional sobre la Inquisición, tenido en el Vaticano del 29 al 31 de octubre de 1998. Estas Actas presentan los estudios de treinta especialistas de todo el mundo, de distintas creencias, con investigaciones sacadas de los archivos vaticanos de la Congregación del Santo Oficio (antigua Inquisición) y de los archivos inquisitoriales españoles y portugueses o de otros países. Estas Actas han sido publicadas para conocimiento de todo el mundo el año 2003 por la Editorial Vaticana. El profesor Agostino Borromeo, profesor de historia en varias universidades, ha sido el encargado de editar esta obra, que fue comenzada por iniciativa del Papa, que quería separar los mitos y leyendas de la realidad. Ahora ya se conoce la historia, nadie podrá decir, a partir de ahora, que no sabía, a no ser que acepte ser un ignorante de la historia.
INQUISICIÓN MEDIEVAL
Los herejes cátaros o albigenses eran considerados enemigos del Estado y de la Iglesia, como si fueran criminales públicos o terroristas, que se oponían al orden establecido. Decían que los espíritus eran creados directamente por Dios, mientras que el mundo y todo lo material había sido creado por el diablo. Cristo, según ellos, no había podido ser hombre ni nacer de la Virgen María, pues eso hubiera significado nacer pecador, pues la carne era creada por el demonio. Los creyentes, para salvarse, debían ser puros ( cátaro significa puro) y debían vivir pobremente y renunciar al mundo y a las relaciones sexuales que eran malas. Por eso, rechazaban el matrimonio, pues el procrear era colaborar con Satanás. Para ellos, era preferible fornicar, que tener relaciones con la misma esposa. Además, invitaban al suicidio individual, dejándose morir de hambre o asfixiarse, después de haber recibido de los jefes de la secta lo que ellos llamaban consolamentum, o dispensa de todos los pecados, para ir directamente al cielo. Según ellos, no valía la pena vivir en esta tierra pecadora, obra del diablo. Y ridiculizaban a los ricos y a los eclesiásticos, que vivían con lujos y comodidades.
Pero el problema no quedaba en tener ideas diferentes. Apoyados por algunos nobles, que se oponían a la Iglesia y al rey, empezaron a destruir iglesias, matar sacerdotes y profanar objetos religiosos. Incluso, mataron al delegado papal, Pedro de Castelnau en 1203. La predicación pacífica para convertirlos, llevada a cabo por el obispo español Diego de Osma y de santo Domingo de Guzmán con predicadores dominicos y cistercienses, que llevaban una vida pobre y ejemplar, no dio muchos resultados. Por eso, el Papa Inocencio III, en 1209, decretó una Cruzada contra ellos, que se habían hecho fuertes en algunas ciudades del Languedoc (Francia) como Narbonne, Toulouse, Carcassonne, Beziers y otras. Todos ellos fueron vencidos por las armas, aunque los cruzados actuaron, en muchas ocasiones, con crueldad.
Sin embargo, no desaparecieron y permanecieron muchos focos organizados en diferentes lugares. Y, no solamente de cátaros, sino también de valdenses, josefinos, patarinos, arnaldistas y otros herejes. Los reyes eran despiadados con ellos, les confiscaban los bienes, los metían en prisión, los privaban de cargos públicos e, incluso, muchas veces, los llevaban a la hoguera.
Para evitar abusos y errores, en 1231, el Papa Gregorio IX organizó la Inquisición. Nombró delegados papales como inquisidores que visitaran los distintos lugares del sur de Francia para que, en unión con los obispos locales, pudieran determinar con imparcialidad quiénes eran realmente herejes y entregarlos a la justicia civil. Primero, se les concedía un tiempo de gracia de unos 30 ó 40 días para que pudieran presentarse espontáneamente. Después, se pedía la colaboración de los ciudadanos para denunciarlos y se les sometía a juicio. En 1252, el Papa Inocencio IV, de acuerdo con las costumbres de la época, publicó la bula Ad extirpanda, con la que aceptaba que se pudiera usar la tortura para sacar la información a los reos como hacían los tribunales civiles.
Al principio, no había normas claras y, para evitar abusos, el Papa, en 1262, ordenó que, cuando había tortura, debían asistir los inquisidores para controlar a los empleados civiles que la ejecutaban. La tortura era solamente un medio para conseguir información, no un castigo. De modo que, si el asunto era claro, no había lugar para realizarla. No obstante, todas las informaciones, conseguidas bajo el tormento, no podían ser tenidas por válidas hasta que no se confirmaran por otros medios.
Además, había normas claras para que no hubiera derramamiento de sangre ni mutilación como en los tribunales civiles. Y el tiempo era limitado a una hora; mientras que en los tribunales civiles el tiempo era ilimitado. En cuanto a este punto, digamos también que los tribunales de la Inquisición no inventaron ningún tormento ni instrumento nuevo. Asistía un médico para vigilar la salud del reo y en todo eran mucho más benignos que los tribunales civiles.
Los inquisidores tenían como misión detectar a los herejes y conseguir su reconciliación con la Iglesia y, sólo en caso de contumacia, entregarlos a las autoridades civiles. Si los hubieran entregado directamente a los tribunales civiles, hubieran estado sujetos a muchos errores y abusos, y quizás a venganzas políticas, sin tener la posibilidad de eximirse de los castigos con el arrepentimiento.
Por otra parte, como dicen los especialistas: Hay que recalcar que el empleo de la tortura, en esta época, es más bien rara y el principal medio de coerción es la prisión[1]. Y esto, porque el Papa Clemente V había determinado en 1311 que los inquisidores no podían imponer la tortura sin el consentimiento del obispo del lugar, lo que la hacía más difícil. De ahí que es digno de resaltar que en los fragmentos del proceso inquisitorial, que han llegado hasta nosotros, las alusiones a la tortura sean raras[2].
Hubo abusos, pero, en general, se puede decir que se actuó con honradez y ecuanimidad, pues los inquisidores eran personas honestas. Según los especialistas: De los procesos que se van publicando y también de biografías de inquisidores que van apareciendo, se puede constatar que éstos eran, en general, personas con una formación jurídica elevada y que sus actuaciones fueron muy mayoritariamente conformes a derecho, aunque hubiese sin duda abusos. Muchos de estos inquisidores escribieron tratados de derecho inquisitorial de primer orden[3].
El derecho inquisitorial es un derecho privilegiado, como bien ha escrito el profesor Enrique Gacto, ya que contiene sanciones más benignas que las del derecho penal ordinario o secular, en el que el delito de herejía es reprimido inapelablemente con la pena de muerte. En cambio, el reo de herejía, rescatado por la jurisdicción inquisitorial, tiene abierta una vía que le permite escapar a esta sanción máxima y, en efecto, la evita, siempre que confiese y manifieste su arrepentimiento de forma suficiente[4].
Y ¿cuántos murieron por la Inquisición medieval en el sur de Francia? Según el registro del inquisidor Bernard Gui, la Inquisición de Toulouse entre 1308 y 1323 envió a la muerte a 41 personas (de ellos 30 cátaros). No son, pues, miles y miles como algunos alegremente hacen creer sin fundamento histórico[5].
En Inglaterra, donde nunca hubo Inquisición, en el siglo XIII, los cátaros eran arrestados y marcados con fuego al rojo vivo y sus casas destruidas y confiscados todos sus bienes como primera medida. Y desaparecieron en pocos años.
Desde mediados del siglo XIV y durante el siglo XV, fueron muy raras las condenas a muerte, pues el período álgido de la Inquisición medieval fue el siglo XIII. Y, prácticamente, sólo permaneció como Inquisición episcopal, dependiente de los obispos, en Aragón y algunos puntos del sur de Francia.
¿Qué podemos decir de la Inquisición medieval? El gran historiador peruano Rubén Vargas Ugarte dice: La Inquisición, como todas las instituciones que han perdurado a través del tiempo, nació de una necesidad social que hoy, tal vez, no somos capaces de sentir, pero en los siglos XII y XIII no pudo menos de conmover a las multitudes y atraer la atención del poder civil. La herejía... incitó a las masas a rebelarse contra los poderes constituidos y, especialmente, contra la Iglesia. La inquisición fue el fruto de la reacción producida en los ánimos por el ataque lanzado contra la fe y las costumbres tradicionales [6] .
INQUISICIÓN MODERNA
La Inquisición medieval estaba prácticamente desaparecida, cuando en el siglo XVI, con el problema de los judaizantes y moriscos, falsos convertidos del judaísmo y del islam, comienzan a presentarse nuevos problemas, acentuados con la propagación de luteranismo en toda Europa. Por eso, se establecen las Inquisiciones portuguesa, romana y española con el fin de controlar el desborde de estos herejes o apóstatas, que ponen en peligro la unidad nacional.
a) INQUISICIÓN PORTUGUESA
La Inquisición portuguesa fue creada en 1536. El Papa nombraba al inquisidor general, presentado por el rey, y el inquisidor general con su Consejo, nombraba a los demás inquisidores. En Portugal había cuatro tribunales principales: Evora, Coimbra, Goa para la India, y Lisboa para el sur del país y para Brasil. No se conocen cifras exactas de sentenciados a muerte, aunque la mayoría fueron falsos judíos convertidos. Prácticamente, esta Inquisición, al igual que la española, actuaba con total independencia. Por eso, no faltaron, de vez en cuando, algunos conflictos con el Papa. Fue suprimida en 1822.
b) INQUISICIÓN ROMANA
En cuanto a la Inquisición romana, instituida en los Estados Pontificios y otros lugares de Italia, comenzó oficialmente el 21 de julio de 1542 con la bula Licet ab initio del Papa Pablo III, con la finalidad de atajar el avance del protestantismo en Italia. Se constituyó un tribunal central de seis cardenales como inquisidores generales, con la facultad de degradar a los clérigos herejes y con la facultad de pedir la ayuda de las autoridades civiles para imponer las sentencias. Al principio, se llamaba Santa, Romana y Universal Inquisición. El 29 de junio de 1908 se le cambió el nombre por Congregación del Santo Oficio hasta 1965, en que se le dio el nombre actual de Congregación para la Doctrina de la fe.
Uno de los puntos importantes de esta Inquisición fue la censura de libros, que se había establecido poco después de la implantación de la imprenta. Ya en 1544 la universidad de París había establecido el primer Índice de libros prohibidos. La universidad de Lovaina lo hizo en 1546. Después, las Inquisiciones de España y Portugal establecieron sus propios Índices. En ellos, generalmente, se establecía la prohibición de imprimir, vender y difundir libros prohibidos bajo penas pecuniarias y pérdida de privilegios. Normalmente, se prohibieron los libros de herejes y de otros que incluían citas heréticas. Se prohibió la impresión de libros espirituales de dudosa espiritualidad e, incluso, de Biblias que no tuvieran buena traducción. No se prohibieron los libros científicos.
El primer Índice de la Inquisición romana es de 1548. El concilio de Trento preparó un nuevo Índice parecido al anterior. Pío V instituyó expresamente una Congregación romana que se encargara del Índice en 1571. Esta Congregación fue suprimida por Benedicto XV, al publicarse el código canónico de 1917, y sus atribuciones pasaron a la Congregación del Santo Oficio. La última edición de libros prohibidos fue en 1948 y estuvo en vigor hasta 1966.
La Inquisición romana tenía jurisdicción en los tribunales de los Estados Pontificios, en la República de Génova, República de Venecia, reino de Nápoles y en los ducados de Mantova, Módena, Parma, Saboya y Toscana; en el Estado de Milán y en las ciudades de Besançon, Carcassonne, y Toulouse en el sur de Francia; uno en Malta y otro en Colonia, en Alemania.
Los archivos del Santo Oficio, que recogen toda la documentación relativa a estos tribunales, comprenden actualmente unos 4.500 documentos hasta 1903, aunque algunos se han perdido. En ellos, hay procesos a falsos místicos y a seguidores del molinismo y quietismo, que eran desviaciones de la fe católica. También hay referencias a cuestiones de magia, brujería y, por supuesto, a herejes protestantes. El único caso en que se trató de un científico es el caso de Galileo.
No se tienen cifras exactas de las sentencias de muerte en todas las sedes que dependían de Roma. Según el especialista Andrea de Col, en las tres sedes de las que hay datos fidedignos, que son Roma, Venecia y Aquileia-Concordia, el total de los ejecutados fueron 128. De ningún modo, miles y miles de que habla la leyenda negra[7].
Según el especialista Adriano Garuti: La pena capital era reservada al herético pertinaz, al reincidente. Contrariamente a lo que se piensa frecuentemente, sólo un pequeño porcentaje de procedimientos inquisitoriales se concluia con la condena a muerte[8] .
El profesor Tedeshi afirma: Tengo la convicción de que las futuras investigaciones demostrarán que la pena de muerte fue usada con menor frecuencia y con más respeto por la dignidad humana en los tribunales del santo Oficio (Inquisición) que en los civiles[9].
Decía el cardenal Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI: Hace muy poco, un profesor italiano liberal, estuvo investigando en unos cuantos procesos (en los archivos de la Inquisición), durante algún tiempo, y él mismo declaró que le había defraudado bastante. En vez de encontrar grandes luchas entre la conciencia (de los reos) y el poder (de la Iglesia), que era lo que él buscaba, lo que allí había eran procesos criminales ordinarios. Eso se debe a que el tribunal de la Inquisición romana era bastante moderado. Los mismos procesados por algún delito civil, añadían cualquier factor religioso como brujería, profecía, etc., a su delito, para que les enviaran ante el tribunal de la Inquisición[10].
Veamos ahora los tres casos más sonados y lamentables de la Inquisición romana por ser personajes importantes.
1. Jerónimo Savonarola (1452-1498)
Era sacerdote dominico, prior del convento de san Marcos de Florencia. Era muy rígido en moral y pedía que quemaran en la hoguera a todos los que llevaban una vida libertina y eran gente de malas costumbres. El 7 de febrero de 1497 organizó en la Plaza de la Signoria una hoguera de las vanidades, en la que ardieron objetos que simbolizaban los vicios: instrumentos musicales, imágenes, joyas, naipes e, incluso, los libros de Boccacio y Petrarca por su contenido impúdico. Savonarola era considerado como profeta por los florentinos y ejerció una enorme influencia en la población con sus ideales de pobreza y con prédicas contra la corrupción, el lujo, el derroche y el afán de placeres de ricos y eclesiásticos de su tiempo.
Pero fue muy imprudente en sus denuncias de los abusos que se cometían. Profetizaba que Dios iba a mandar un salvador para arreglar la situación de corrupción reinante y buscó la intervención del rey de Francia, Carlos VIII, para invadir la república de Florencia y reformar la Iglesia y las costumbres, pero fue rechazado y se creó muchas antipatías ante la gente, que antes lo seguía como a un profeta.
El Papa Alejandro VI tomó cartas en el asunto y el 7 de noviembre de 1496 le ordenó incorporarse a la nueva provincia dominica toscano-romana, pero desobedeció. Por eso, el 13 de mayo de 1497, le llegó el decreto de excomunión, al que respondió, reanudando sus prédicas y negando la validez del decreto de excomunión. Pero en la misma Florencia, sus opositores asaltaron el convento de san Marcos, donde se encontraba, y lo hicieron prisionero. Fue condenado al patíbulo. Su cadáver quemado, y sus cenizas echadas al río Arno. Murió con otros dos frailes, seguidores suyos, el 23 de mayo de 1498. Sus libros fueron puestos en el Índice, pero fueron rehabilitados por el Papa León XIII en el siglo XIX.
Actualmente, ya no se le acusa de cismático o hereje por sus escritos e, incluso, hay quienes dudan de que la bula de excomunión fuera válida. No fue un santo ni un hereje, fue un imprudente y desobediente, que, incluso, proyectaba un concilio que juzgase y depusiese al Papa. Sin embargo, como en otros casos, se usó la violencia para imponer la verdad y la obediencia, lo que realmente es de lamentar.
2. Giordano Bruno (1548-1600)
Fue un hombre genial, pero contradictorio. Rechazaba todo principio de autoridad. Irreverente hasta el punto de considerar a los monjes como santos burros. Para él las religiones no eran más que supersticiones útiles. A Jesús lo veía como una especie de mago y la Eucaristía como una blasfemia. Creía en la reencarnación y su filosofía personal era casi panteísta, pues confundía a Dios con la naturaleza.
Viajó por toda Europa: Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Y fue excomulgado por calvinistas y luteranos. A los luteranos los consideraba la peste del mundo y deseaba su represión violenta y su exterminio por parte de los Estados. Expulsado de todas partes, regresó a Italia, donde fue arrestado en Venecia y llevado a Roma. Tras ocho años de prisión, fue condenado por la Inquisición como hereje contumaz, que no quería abjurar de sus errores. Murió en la hoguera el 17 de febrero de 1600 a los 52 años de edad.
Con motivo del jubileo del año 2000, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, en una carta enviada al Congreso que, sobre este pensador, se celebró en la Facultad de Teología de Italia meridional, en Nápoles, manifestaba su profundo pesar por la condenación de Giordano Bruno..., que fue un triste episodio de la historia cristiana moderna..., pues la verdad debe ser testimoniada en el respeto absoluto de la conciencia y de la dignidad de cada persona.
3. Galileo (1564-1642)
Con relación al famoso caso Galileo, la mayor parte de la gente sólo conoce las cosas de oídas y, por falta de información, muchos creen que fue condenado a la hoguera o poco menos. Pero veamos cómo sucedieron las cosas en la realidad.
Copérnico (1473-1543) era un sacerdote polaco que tenía un rudimentario observatorio en una torre de la catedral de Frauenburg. Él fue el primero que afirmó que la tierra daba vueltas en torno al sol (sistema copernicano) y no, como hasta entonces se afirmaba, que era el sol el que daba vueltas alrededor de la tierra. Su obra fundamental, Las revoluciones de los mundos celestes, publicada en 1543, estaba dedicada al Papa Pablo III y su obra tenía el imprimatur (puede imprimirse) de un cardenal dominico. Hasta la llegada de Galileo, se sucederán once Papas, que no sólo no desaprobaron esta teoría heliocéntrica de Copérnico, sino que la alentaron como una hipótesis.
La teoría de Copérnico se enseñaba en las universidades de la Iglesia, al igual que la teoría de Tolomeo. Pero Galileo, que seguía la opinión de Copérnico, la afirmaba con total seguridad, como verdad absoluta. Y tenía expresiones de desprecio para quienes no compartían su teoría. En sus cartas hay expresiones como imbécil, con la cabeza llena de pájaros, apenas digno de ser llamado hombre, alguien que se ha quedado en la niñez, una mancha en el honor del género humano, etc. Por eso, cuando le pidieron pruebas objetivas, sólo dio una, que era totalmente equivocada y lo es todavía, la prueba de las mareas oceánicas. Decía que las mareas eran provocadas por la sacudida de las aguas a causa del movimiento de la tierra. Ahora sabemos que el flujo y reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la Luna. Al no dar pruebas convincentes de su teoría y, según algunos de sus jueces, ir en contra del texto bíblico de Josué 10, 12: Detente, sol en Gabón, según el cual parece ser que el sol era el que daba vueltas alrededor de la tierra, como siempre se había creído, fue condenado el 22 de junio de 1633. ¿A qué fue condenado?
No fue condenado a muerte ni a prisión ni a ser torturado. Fue obligado a no presentar su teoría como verdad absoluta sino como hipótesis. El texto de la sentencia decía que era temporal donec corrigatur, es decir, mientras no sea corregida la doctrina propuesta como absoluta y se presente como hipótesis, pero él no estuvo ni un día en prisión ni le pusieron un dedo encima. Sólo tuvo arresto domiciliario y, muy pronto, se le levantó la prohibición de alejarse de su villa. Sólo le quedó la obligación de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales, que sólo duró tres años. Según algunos, esta obligación la cumplió por él su hija religiosa.
No perdió la estima y amistad de obispos y científicos, que venían a su casa a visitarlo y siguió trabajando. Su principal obra Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, la escribió después del proceso. Y murió a los 78 años en su casa, siendo miembro de la Academia Pontificia de Ciencias. Al final de sus días, pudo escribir: En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia a la santa Iglesia[11]. La famosa frase que, según algunos, dijo al ser sentenciado: Eppur si muove (Y, sin embargo, se mueve), es una de tantas fábulas inventadas por los anticatólicos. Esta frase fue inventada en Londres en 1757 por Giussepe Baretti[12].
Sobre el caso Galileo, debemos decir, en primer lugar, que es un caso único en la historia de la Iglesia, en que se haya condenado a un científico. Por eso, hacer un mito del caso Galileo está fuera de contexto. También hay que tener en cuenta que nunca fue condenado por el Papa, sino por un tribunal eclesiástico (siete jueces contra tres). No hubo, ni podía haber, una sentencia infalible, porque el Papa sólo es infalible, cuando habla ex cáthedra, es decir, con toda solemnidad para imponer una verdad de fe y costumbres. El Papa no tiene autoridad sobre temas científicos.
El error de los jueces del tribunal estuvo en interpretar literalmente la Biblia y creer que el texto de Josué defendía el sistema de Tolomeo. El error grave de Galileo fue querer imponer como verdad absoluta algo que no podía probar. Por eso, la misma sentencia le impone que enseñe su opinión como hipótesis, lo que no era un error para aquellos tiempos. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, un siglo después. Y, desde 1741, la teoría heliocéntrica había sido reconocida oficialmente por el Santo Oficio.
Algunos científicos del siglo XXI podrían decir que Galileo tampoco tenía razón, porque el sol también se mueve y no está fijo como creía Galileo. El sol se mueve en torno al centro de la galaxia y la galaxia en torno al centro de un conjunto de galaxias. Todo el Universo se mueve.
Ahora bien, decir que la Iglesia, por este caso, va en contra de la ciencia es ir demasiado lejos. De hecho, el primer gran observatorio astronómico, el más antiguo del mundo, y que funciona desde 1579, es el del Vaticano. Y las primeras universidades europeas y americanas fueron fundadas por la Iglesia.
¿Qué hubiera pasado, si Galileo hubiera estado en territorio protestante? El astrónomo protestante Kepler, por seguir su misma opinión, fue expulsado del colegio teológico de Tubinga por sus compañeros protestantes y tuvo que abandonar Alemania y refugiarse en Praga. De allí recibió una invitación para enseñar en territorio pontificio en la universidad de Bolonia.
Si hubiera vivido en Ginebra, probablemente, hubiera sido decapitado; simplemente por ser concubino y no estar casado con su esposa, como hacía Calvino con los concubinos.
Lutero mismo decía sobre el sistema copernicano: La gente le presta oído a un astrólogo improvisado, que trata de demostrar en cualquier modo que no gira el cielo, sino la tierra. Para ostentar inteligencia, basta con inventar algo y darlo por cierto. Este Copérnico, en su locura, quiere desmontar todos los principios de la astronomía[13].
En resumen, podemos decir que hay que diferenciar bien los campos de la fe y de la ciencia. Ambas se complementan y nos llevan a Dios. No puede haber contradicción entre ellas. Si apareciera alguna contradicción, algo anda mal en alguna de las dos partes. O no es verdadera fe lo que se propone como tal, o no es verdadera ciencia. La verdadera ciencia nos lleva a la fe, y la fe nos ayuda a investigar las maravillas de Dios dentro de los límites de respeto a los derechos humanos.
La lección que debemos aprender es que hay que evitar los fundamentalismos al interpretar la Escritura de un modo literal, pues, como decía el cardenal Baronio: La Biblia nos enseña cómo se va al cielo y no cómo van los cielos, es decir, nos habla de Dios y de cómo ser buenos para ir al cielo, pero no habla de verdades matemáticas o científicas. Y la Iglesia sólo tiene autoridad en cuestiones de fe y costumbres.
De todos modos, el Papa Juan Pablo II en 1981 nombró una comisión de expertos para estudiar el tema de Galileo y sus conclusiones se dieron a conocer el 31 de octubre de 1992. Galileo no fue rehabilitado, porque no había nada de qué rehabilitarlo. Simplemente, después de estudiar exhaustivamente el tema con los documentos que se conservan en los archivos vaticanos, el Papa Juan Pablo II reconoció el error de algunas autoridades de la Iglesia en este caso.
c) INQUISICIÓN ESPAÑOLA
La Inquisición española fue fundada por el Papa Sixto IV en 1478, y dos años más tarde ya estaba definitivamente establecida. En la bula de fundación se establecía, entre otras cosas, la obligación de los reyes, de luchar contra los musulmanes, que amenazaban Europa y estaban dentro de las fronteras españolas. También era preocupante el problema de los falsos conversos judíos o judaizantes, que seguían viviendo su fe y predicándola a otros. Todo lo cual iba en contra de la unidad nacional. La Inquisición nunca se entrometió con los judíos y musulmanes que vivían su fe, sino con los que se habían convertido a la fe católica para obtener ventajas sociales y no la practicaban. Además, hay que tener en cuenta que los judíos eran mal vistos por la población, debido a los altos intereses que imponían en sus préstamos. En varias oportunidades, había habido linchamientos de judíos por parte del pueblo. En cuanto a los moriscos o convertidos del islam, que no vivían su nueva fe, eran un peligro constante, porque se podían aliar con los piratas musulmanes, que asolaban las costas españolas. Incluso, se rebelaron contra el Estado y hubo que reprimirlos con las armas hasta que fueron expulsados.
Los judíos fueron expulsados en 1492; pero, mucho antes, habían sido expulsados de otros países. En Inglaterra en 1290, en Alemania en 1375, en Francia en 1394, en Portugal lo fueron en 1496 y así en otros países. Muchos de estos judíos expulsados fueron recibidos en los Estados pontificios, país que nunca los expulsó.
El tribunal de la Inquisición española era mitad civil y mitad eclesiástico. El rey proponía al inquisidor general, que era aprobado por el Papa, y el inquisidor general con su Consejo (llamado la Suprema), nombraba a los demás inquisidores.
El primer inquisidor general de España, nombrado por el rey y aprobado por el Papa, fue el famoso Torquemada, del que tanto se ha hablado maliciosamente, en contra de la verdad. Según las investigaciones actuales, era un hombre bueno, humano y austero. Hizo más suaves los procedimientos. Se esforzó en todo lo posible en evitar los errores y abusos cometidos por los primeros inquisidores... Y no pueden ser tachadas de hipocresía las actas de Torquemada en las que recomendaba justicia y misericordia, pues estos documentos, destinados a ser estrictamente confidenciales, permanecieron ignorados durante siglos[14].
No existe ningún documento fidedigno, donde pueda sustentarse que fuera inhumano y cruel. El colaborador de los Reyes Católicos era un observante fraile dominico. No era un fanático ni un intransigente. Era un hombre recio y sano, exponente de una edad eminentemente cristiana, donde todo el mundo creía y, por consiguiente, donde no tenía vigencia la heterodoxia condenada por todas las leyes civiles de aquella sociedad[15].
Sus detractores, que desean convertirlo en el símbolo del fanatismo católico, lo han considerado como a un hombre piadoso y tenebroso, de una piedad tenebrosa. Fue sin duda un hombre riguroso, pero no un perseguidor implacable; un hombre ferviente, pero no inhumano. Esto es lo que podemos deducir a través del solo examen de sus instrucciones, que él mismo hizo publicar[16].
En esto, como en muchas otras cosas, la leyenda negra inventa y calumnia sin piedad, pero la verdadera historia aclara la verdad.
El tribunal de la Inquisición no sólo veía el caso de herejía y apostasía, también veía otras cosas para evitar el deterioro moral como blasfemias, bigamia, supersticiones o prácticas contrarias a la verdadera religión, brujería, hechicería o magia negra, bestialismo, pecados homosexuales, idolatría..., pero de este tribunal estaban exentos los indígenas americanos.
Con relación a los tribunales españoles, de España y América, hay que decir que las prisiones eran más limpias y holgadas, y con mejor trato que las civiles. A los que se condenaba a cadena perpetua, sólo estaban como máximo unos ocho años. Cuando se utilizaba la tortura, como ya hemos dicho, sin derramamiento de sangre ni mutilaciones, debía estar presente un médico para supervisar que no se pusiera en peligro la vida del reo. El tiempo máximo de tortura era de una hora. Los reos tenían un abogado defensor de oficio, para ayudarles en su defensa. Y, además, los reos podían buscar a dos testigos de abono, para que hablaran en su defensa.
Según el historiador inglés Henry Kamen: La humanidad y benignidad de la Inquisición española contrasta agudamente con las invariables ejecuciones de los acusados por los tribunales seglares[17]. Las historias espeluznantes de sadismo, imaginadas por los enemigos de la Inquisición, sólo han existido en la leyenda[18].
Los herejes, dejados en manos del poder civil, hubieran llevado muchísima peor parte, pues la intolerancia era la norma general y hubiera habido más fácilmente venganzas y manipulaciones políticas. Otra cosa importante es que la tortura de la Inquisición española quedó abolida cien años antes de que fuera abolida en los tribunales civiles de España y de otros países[19]. De este modo, la Inquisición dio los primeros pasos en este punto de respeto de los derechos humanos.
En cuanto a la prohibición de libros heréticos o prohibidos por ir en contra de las buenas costumbres, se ha satanizado también mucho a la Inquisición y se ha dicho que era intolerante y que reprimió el desarrollo cultural y científico español. Esto es una gran mentira, pues el siglo XVI, el siglo de mayor actividad del tribunal de la Inquisición, es el siglo de Oro de las letras y del adelanto español. La Inquisición no centró la censura en obras científicas, sino en obras de herejes o que contenían frases heréticas. Como diría el profesor Julián Juderías: Los tres siglos de Inquisición corresponden, precisamente, al período de mayor actividad literaria y científica que tuvo España y la época en que más influimos en el pensamiento europeo. Todo eso, que se suele decir, de que nuestra intolerancia levantó una barrera entre España y Europa, son cosas que ya no creen ni los niños de la escuela[20].
Por otra parte, en aquellos tiempos, se consideraba tan importante conservar la fe católica, para salvaguardar la unidad nacional, que, de vez en cuando, se tenían autos de fe, que eran fiestas religiosas en las que se hacía una gran manifestación de fe. En ellas, desfilaban las máximas autoridades en procesión y había una misa con sermón importante para enfervorizar al pueblo, que asistía en masa, para autoafirmar la fe. También asistían los condenados con sambenitos. La mayor parte de las veces, no había condenados a muerte. Si ocurría esto, después de la ceremonia, eran llevados a otro lugar, donde se los quemaba o se les daba muerte por los empleados civiles, por no haber querido retractarse, pues hasta el último momento tenían esta oportunidad. Según Henry Kamen: Se celebraron centenares de autos de fe sin que encendiera una gavilla[21].
Y ¿cuántos fueron muertos o quemados por la Inquisición española? En los tres siglos y medio de existencia (1478-1834), según los especialistas, aunque no hay cifras exactas, serían entre 1.500 y 2.000. En la América española existían tres tribunales de la Inquisición. En Lima (1569-1820) murieron 32; en México (1571-1820), según unos, fueron 20 o, según otros, unos 30; en Cartagena de Indias (1610-1819) solamente 5 muertos.
Supongamos que fueran un total máximo de 2.000 los muertos por la Inquisición española. De éstos, según Bernardino de Llorca, solamente fueron sentenciados a muerte 220 protestantes.
Por eso, como dice el historiador peruano Fernando Ayllón: El número de condenados a muerte por el tribunal de la Inquisición no fue tan exagerado como decían sus detractores... En todo caso, el número de condenados fue mucho menor que en los demás países europeos en que las guerras religiosas y las quemas de brujas multiplicaron por decenas, cuando no por miles de veces, esta cifra. La leyenda negra contra el tribunal, conforme lo sostienen la mayoría de los investigadores hoy en día, resulta por demás insostenible[22].
En los Estados, en donde el protestantismo había calado profundamente, no existía es verdad la Inquisición; pero, en su defecto, existía algo peor: el capricho y la voluntad omnímoda de los reyes y príncipes o de los jefes confesionales, como sucedía en los cantones suizos... El mundo protestante fue mucho más cruel e implacable en la persecución de quienes profesaban doctrinas diferentes de las profesadas por ellos. En suma, las llamadas crueldades de la Inquisición no eran ni pecado de la Inquisición ni culpa de España, sino naturales consecuencias del criterio dominante en asuntos procesales y penales. Por ello, podemos terminar este epígrafe, diciendo que la Inquisición fue en todo mejor que la fama que dejó de sí[23].
LA QUEMA DE BRUJAS
Dice Gustav Henningsen, un especialista en el tema, que muy en contra de lo que comúnmente se cree, las persecuciones de brujas no se debieron a la iniciativa de la Iglesia, sino que fueron manifestación de una creencia popular, cuya bien documentada existencia se remonta a la más temprana antigüedad... Puede comprobarse lo mucho que tienen en común las creencias brujeriles europeas, asiáticas y africanas. Las ideas, por ejemplo, de juntas secretas de brujas que, en sus aquelarres nocturnos, celebraban banquetes a base de la carne de sus propios parientes; y la de que la brujería sea un poder innato para dañar a otro, transformarse en animales y volar por los aires, las comparten los tres continentes... Para una mente teológica, la brujería, tal como la concebía el pueblo, resultaba absolutamente inaceptable. Por eso, la Iglesia desechó, desde el principio, dichas creencias como supersticiones paganas... De acuerdo con dicha postura reacia de la Iglesia, no encontramos nada sobre las brujas en los primeros manuales del Santo Oficio[24].
No fue la Inquisición quien inició la persecución de las brujas, sino la justicia civil en los Alpes y en Croacia... Parece ser que la legalización de la caza de brujas se debió a exigencias del pueblo ante las que sucumbieron, primero los tribunales civiles y, poco a poco, tuvo la Iglesia que adaptarse a esta corriente. En realidad, la Inquisición no aparece involucrada en este tipo de persecuciones con anterioridad al siglo XV... La exagerada suposición de que el Santo Oficio (Inquisición) en el siglo XV y XVI hubiera quemado a 30.000 brujas, hace tiempo que ha dejado de tenerse en consideración por la ciencia[25].
Sin embargo, la prensa populista todavía sigue hablando de millones de brujas quemadas por la Iglesia. Con frecuencia, se saca a relucir un libro de 1486, escrito por un inquisidor alemán, Heinrich Institoris, llamado Malleus maleficarum (martillo de las brujas). Este libro se imprimió en varias lenguas y tuvo muchas ediciones, pues en él se reproducía la bula papal de Inocencio VIII, donde apoya la persecución de las brujas. Quizás este libro tuvo alguna influencia negativa, según Henningsen, en algunos lugares del sur de Alemania y del sur de Francia, pero no lo tuvo, en absoluto, en las Inquisiciones de España (1478), Portugal (1531) ni en la Romana (1542).
En España, el 14 de diciembre de 1526, el inquisidor general y el Consejo de la Suprema (supremo tribunal inquisitorial) dio unas instrucciones, que no tienen parangón en el mundo entero. Dice Henningsen: ¿Dónde, en el resto de Europa, encontramos paralelos a ordenanzas como éstas?:
- Cualquier bruja, que voluntariamente confiese y muestre señales de arrepentimiento, será reconciliada y readmitida en el seno de la Iglesia, sin confiscación de bienes, sino recibiendo penas menores.
- Nadie será arrestado en base a confesiones de otras brujas.
- Los casos referentes a esta delicada materia, deberán ser siempre remitidos al inquisidor general y a su Consejo, la Suprema (anexo, doc 4).
Con estas instrucciones se consiguió librar a España de la quema de brujas durante la mayor parte de un siglo, con la excepción de algún caso que otro, en que se procedió sin consultar la causa y su sentencia con la Suprema, como estaba ordenado… Cuando la quema de brujas volvió a introducirse en 1610 en el norte de España, el inquisidor general Alonso de Salazar recorrió todo el país vasco español, portando un edicto de gracia… La actuación de Salazar contribuyó a que se dejasen de quemar brujas en todo el imperio español[26].
Precisamente, el doctor Henningsen ha escrito un libro sobre el inquisidor Alonso de Salazar, titulado The witches advocate (el abogado de las brujas).
Podríamos preguntarnos: ¿por qué no se publican y difunden estas instrucciones de los inquisidores generales españoles, que son un ejemplo a nivel mundial y salvaron miles de brujas? En Portugal hubo muchísimos menos casos que en España. La inquisición romana, en Italia, también tomó una postura crítica frente a acusaciones de brujería y exigió la presentación de pruebas fehacientes. Estas instrucciones de la Inquisición romana son de 1624.
Veamos las cifras exactas. Según las investigaciones de Gustav Henningsen, presentadas en el Simposio Internacional sobre la Inquisición, las cifras de la quema de brujas por la Inquisición, por inesperadas, resultan asombrosas. Para Portugal es 4, para España 59 y para Italia 36[27]. Realmente, esto es asombroso, si lo comparamos con los países que no tuvieron la Inquisición. Según el mismo Henningsen, en Polonia quemaron 10.000; en Francia 4.000; en Suiza 4.000; en Inglaterra 1.500; en Dinamarca – Noruega 1.350; en Checoslovaquia 1.000; en el condado de Lichtenstein 300, sobre un total de 3.000 habitantes; y en Alemania, mayoritariamente protestante, 25.000.
En los tres países en que había Inquisición (Portugal, Italia y España) los tribunales civiles quemaron en total 1.300. Solamente unas cien, como hemos dicho, fueron debidas a sentencias de la Inquisición. Por eso, dice Henningsen: La Inquisición fue la salvación de miles de personas acusadas de un crimen imposible[28].
Por este servicio a la humanidad y a la verdad (de librar de la muerte a miles de acusados de brujería, pues hubo unos 20.000 juicios llevados a cabo en los tribunales inquisitoriales), la Inquisición española merece la gratitud de todos los hombres civilizados[29]. Y lo mismo podemos decir de la Inquisición portuguesa o romana.
Como vemos, la leyenda negra ha creado el mito de que la Iglesia quemó miles de brujas sin piedad, lo que es totalmente contrario a la verdad. Pero no faltan los incautos que lo siguen creyendo por ignorancia, y lo siguen repitiendo sin fundamento alguno, aceptando así las insinuaciones maliciosas de los enemigos de la Iglesia en contra de toda verdad histórica.
REFLEXIONES SOBRE LAS INQUISICIÓN
En primer lugar, debemos observar que los tribunales de la Inquisición introdujeron mejoras en el derecho penal, que para aquellos tiempos eran novedades. Debía haber un médico para controlar la tortura, tenían derecho los reos a un abogado de oficio y testigos de abono a su favor. El tiempo de tortura era limitado a una hora y no podía haber derramamiento de sangre ni mutilaciones, como en los tribunales civiles.
Por otra parte, si no hubiera existido la Inquisición, los tribunales civiles habrían enviado a la muerte sin compasión a miles de herejes, considerados como enemigos del Estado. No era casualidad que los corsarios y piratas, que asolaban las costas de España y América, eran protestantes, ingleses y holandeses. En ese caso, habría habido más crueldad y más errores al no distinguir bien quién era y quién no era hereje. Y, por supuesto, habrían podido entremezclarse venganzas políticas o personales.
Hemos anotado que en España, en tres siglos y medio, hubo un máximo total de 2.000 muertos. ¿Cuántos muertos habría habido, si no hubiera existido la Inquisición? En Francia, las consecuencias de las guerras religiosas, fueron terribles. El 30 de setiembre de 1566, los protestantes hicieron una masacre de católicos en la noche de san Miguel, que, por eso, se llamó Miguelada. Y los católicos hicieron otra masacre de protestantes en la noche de san Bartolomé, en París, donde mataron unos 3.000, y otros tantos en provincias.
En Inglaterra, Enrique VIII se constituyó jefe de la Iglesia y, según el historiador Raphael Holisend, hizo matar a 72.000 católicos. Su hija Isabel I, en muy pocos años y también en nombre de un cristianismo reformado y, por tanto, purificado, causó más víctimas (y con métodos más atroces) que la Inquisición (española, romana y portuguesa juntas) a lo largo de su existencia[30]. En 1649, los ingleses mataron en Irlanda, concretamente en Drogheda y Wexford, a miles de católicos; algunos dicen hasta 40.000. Y negaron los derechos civiles a los irlandeses hasta 1913. Les prohibían poseer tierras, ejercer profesiones liberales y el derecho al voto. No podían casarse con personas protestantes y tenían pena de muerte, si recibían a un sacerdote o religioso.
Con relación a Calvino, enviaba mensajes al rey de Inglaterra, desde Ginebra, donde fue dictador religioso y civil durante 23 años, para exterminar a los católicos. Y le escribía: Quien no quiera matar a los papistas es un traidor, salva al lobo y deja inermes a las ovejas[31].
El mismo Calvino, entre 1542 y 1546, en sólo cuatro años, envió a la muerte a 40 personas y 78 al destierro. Lutero mismo consideraba normal la pena de muerte y él mismo incitó a los príncipes a la matanza de los campesinos, en la llamada guerra de los campesinos, donde murieron unos 150.000.
Y podíamos seguir hablando de otros países protestantes o de lo que hacían los musulmanes con los cristianos, que los esclavizaban y los mataban, si no aceptaban su religión. Por esto y por mucho más, podemos preguntarnos seriamente: ¿Hubiera sido mejor que no hubiera existido la Inquisición? A pesar de las muertes y torturas y de todos los errores y excesos que pudo haber, ¿habría habido menos muertes sin la Inquisición? En los países que no tuvieron Inquisición como Francia, Inglaterra, Alemania…, ¿no hubo muertos por cuestiones religiosas? ¿Cuántos habrían muerto en guerras de religión en España y Portugal sin la Inquisición? ¿Y cuántas brujas habrían muerto? Por ello, sinceramente, creemos que el balance general es muchísimo más positivo que negativo y que, por consiguiente, hablar de la Inquisición como de una institución sanguinaria, cruel e inhumana, es lo menos acorde a la verdad. Sin ella, el mundo habría lamentado muchos más miles de muertos.
Pero la enseñanza que debemos sacar de todo esto, es que la tolerancia religiosa debe ser una norma de vida y que nunca debemos imponer la verdad por la fuerza de la violencia. La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad[32]. Por ello, el Papa Juan Pablo II pidió perdón el año 1982 y el 2000 por los excesos, errores e intolerancia de la Inquisición.
[1] L´Inquisizione, atti del Simposio internazionale, Ed. Vaticana, 2003, p. 70.
[2] ib. p. 239.
[3] ib. p.152.
[4] ib. p.140.
[5] ib. p. 84.
[6] Vargas Ugarte Rubén, Historia de la Iglesia en el Perú, 1953, pp. 372-373.
[7] L’Inquisizione, atti del Simposio internazionale, o.c., p. 371.
[8] ib. p. 415.
[9] ib. p. 417.
[10] Ratzinger Joseph, La sal de la tierra, Ed. Palabra, Madrid, 1998, p. 111.
[11] Messori Vittorio, Leyendas negras de la Iglesia, Ed. Planeta, Barcelona, 1996, p.120.
[12] ib. p. 117.
[13] ib. p. 126.
[14] Ayllón Fernando, El tribunal de la Inquisición. Ed. Congreso del Perú, Lima, 1997, p. 133.
[15] De la Pinta Llorente Miguel, La Inquisición española, 1948, pp. 48-49.
[16] Palacio Atard Vicente, Razón de la Inquisición, 1954, p. 31.
[17] Kamen Henry, La Inquisición Española, Madrid, 1973, pp. 214-215.
[18] ib. p. 188.
[19] Varios, Historia de la Inquisición en España y América, Ed. BAC, tomo 1, p. 1417.
[20] Juderías Julián, La Leyenda negra, 1967, p. 92.
[21] Kamen Henry, o.c., p. 204.
[22] Ayllón Fernando o.c., p. 577.
[23] Varios, Historia de la Inquisición en España o América, o.c., p. 1418.
[24] L’Inquisizione, o.c., pp. 568-569.
[25] ib. p. 576.
[26] ib. pp. 588-589.
[27] ib. p. 583.
[28] ib. p. 594.
[29] Roth Cecil, La Inquisición española, 1999, p. 163.
[30] Messori Vittorio, o.c., p. 159.
[31] ib. p. 159.
[32] Vaticano II, Dignitatis humanae, No. 1.