Revista Cine
Ay. Lo que tiene jugar en casa: tu público, tu vestuario de todos los partidos, tu rincón del banco en el que te cambias, ése en el que algún idiota ha escrito algún otro día la frase tonta pero que te hace pensar. El banco que ya sabes por dónde cojea, el banco que si un día les da por arreglar dirás que qué mierda. El cojín de Sheldon Cooper. Sí, justo éso.Va: los que vuelven de ver quién es Sheldon Cooper:os estábamos esperando.Pues resulta que reseño este libro en ése otro sitio en el que escribo. Y sí, no es que haya dejado de sentirme cómodo allí: todo lo contrario. Pero es que hay cosas que no pueden hacerse en otro sitio más cómodamente que en la casa de uno. Hablo, claro, de vísceras. Vísceras llenándose y vaciándose.Y el librito (librito por pequeño, por corto, por nimio, por insignificante, por todos los diminutivos sarcásticos que se resumen en una de mis trescientas mil frases favoritas: "tan inofensivo que ofende") de McEwan, escritor al que seguramente una relectura de Sábado sacaría del infierno en que le meto cada vez que mis ojos se paran en este libro en la estantería de mi casa, es una novela a la que no puedo dejar solamente con el severo estirón de orejas que le doy en Unlibroaldía: mi mentalidad insaciable no se contenta con eso: alguien había de pagar el pato de la frustración de apretar las sienes hasta que sangran y duelen (y me pregunta la gente por la calle si tengo estigmas y soy el nuevo mesías, y yo me hago el despistado y silbo algo de Radiohead), de ver ahí, uno, dos, tres días sin publicar pero no porque esté en el extranjero y el programa de datos de Movistar en el roaming te pueda hundir en la miseria, sino porque nada sale que no sea política y política. Hasta Messi me putea, empeñado en que el Barça y él mismo arrasen con todo y no dejen un resquicio más que a polémicas menores (quién es el segundo mejor, Xavi o Iniesta, o CR7 o Falcao, quién será subcampeón de la liga). De esa apestosa miseria que es el restregar día a día, como en una cacerola con el fondo quemado, los días que pasaron desde el 11-S (92, y hemos ido para atrás) y las provocaciones de un ministro de, esperad, Cultura, Educación y Deporte, que dice ésto, y otras muchas porquerías. De esto, lo siento, Ian, vas a pagar tú el pato.Pues Chesil Beach es un coñazo. Ya, Francesc, tú es que eres muy fan de esos libros de Houellebecq que llevan, mínimo, media docena de páginas de porno hardcore. Y la sutileza, Francesc, y la delicadeza a la hora de las descripciones. Uh. Qué rencor voy a tenerle a un libro que hace que hasta me desdoble torpemente. Mira Ian, si querías venir a decir que todo el conservadurismo y toda la mojigatería de la sociedad inglesa de los 50 son el caldo de cultivo para la gran eclosión de la cultura pop, si tenías que usar símiles sonrojantes para narrar actos sexuales reales o proyectados, onanistas o en pareja, si tenías de alguna manera que acabar abogando porque la pasión por el arte, por su interpretación o por sus manifestaciones, puede actuar como sustituto o como efecto placebo del sexo y de la carnalidad, pues no te hacían falta tantas páginas. Si querías que los lectores nos pertrechásemos ese retrato en tonos pastel de los ingleses cultos y refinados que prefieren el té a echar un polvo en la hora de la siesta, igual que dirías de muchos que prefieren un Barça-Madrid a una mamada o un plato de huevos fritos con chorizo a un revolcón urgente y precipitado, pues haberlo puesto de otra manera: Chesil Beach te hace parecer crítico solo en la puntita, te hace parecer un viejales consumido por el desprecio a los jóvenes diciéndoles yo sí hubiese disfrutado y te acaba retratando como un nostálgico remilgado, como uno de esos fotógrafos que no salva al tipo que se ahoga con tal de tomar la foto.Vamos ya, Ian.