Revista Coaching

La insoportable levedad de ser el “Pequeño Nicolás”

Por Antonio J. Alonso Sampedro @AntonioJAlonso

El Pequeño Nicolás

Que en España alguien consiga medrar desde la levedad de un meritoriaje de celofán hasta convertirse en una figura nacional habla mal tanto de nuestro país como del propio “Pequeño Nicolás”. Tan culpable es esta moderna versión de pícaro embaucador como lo es una sociedad tentada siempre de dejarse engañar con tal de oler a beneficio oculto y a prosperidad.

Tal y como lo conocemos, el “Pequeño Nicolás” es un producto de su tiempo y su lugar que antes o después tenía que llegar. Que nadie le culpe más allá de lo que condenaría a un chaval que se cuela en el metro sin pagar porque las puertas estaban abiertas de par en par invitándole a entrar. Está mal, muy mal, pero su mal se ampara y confunde con otros muchos cometidos por quienes escondidamente le han facilitado esa maldad.

Aun con toda esta supuesta facilidad, algo tendrá el “Pequeño Nicolás” para adelantar a tantos otros que, de haber sabido cómo, con seguridad hubieran hecho algo similar. ¿Será algún tipo de inteligencia especial?. Yo creo que no y que precisamente es todo lo contrario lo que le ha llevado a supuestamente triunfar. Su discutido éxito está en su levedad. Pero levedad entendida como la definen sus sinónimos: delicadeza, ligereza, trivialidad, frivolidad, nimiedad, suavidad o venialidad. En fin, todo lo que representa no aparentar supuestamente un peligro a primera vista para quien le trata y en conjunto para la sociedad.

Es por ello que nadie ha sospechado al ver y conocer al “Pequeño Nicolás”, un trasunto veinteañero de querubín atemporal que semeja encontrarse en todo momento acabado de despertar, momento en el que parece no haber maldad. En fin, que todo en él se reduce a no demostrar nada que pueda hacer recelar, un antiguo antídoto para bajar la guardia de cuantos incautos juzgan a las personas solo por las apariencias y nada más.

Particularmente confieso que siempre me han generado dudas quienes, de incognito y disfrazados de una supuesta falta de interés personal, parece que siempre actúan en favor de causas nobles que benefician a los demás. Con ello no pretenderé ignorar el altruismo que evidentemente existe, es necesario y es de elogiar, pero considero que su manifestación real en las personas es puntual y no se extiende a todo su actuar. Hay momentos que miramos por nosotros mismos y otros que atendemos a los demás, aunque cierto es que no todos lo hacemos en una proporción igual.

Actualmente, yo mismo podría ser ejemplo de todo ello al abordar mi proyecto Marathon-15% caracterizado por esa dualidad, pues pretendo conseguir un récord para mi satisfacción personal además de la publicación de un libro de superación personal, parte de cuyos ingresos donaré a la Fundación Novaterra como deseo y compromiso de solidaridad.

Para finalizar este breve paseo por los caminos de la dignidad, podríamos decir que no hay nada más viejo, insoportable y falaz en la definición de una personalidad que la combinación impostada entre altruismo y levedad, dos de las características naturales de la hoy extinta santidad. Ahora que se acerca la Navidad parece propio recordar a Santa Claus en la figura de nuestro inefable protagonista, a quien mal podríamos llamar el “Pequeño San Nicolás”…

Saludos de Antonio J. Alonso


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