Ser mujer en las sociedades orientales es complicado. Se tienen que enfrentar a la misma estructura discriminatoria y sexista, y al vapuleo continuo y sistemático de sus derechos. La única diferencia entre nosotras, vosotras y ellas, es la distancia recorrida dentro del camino hacia la igualdad. Además, todas compartimos un riesgo común, que no es otro que la justificación de la opresión y discriminación a través de premisas de respeto cultural. Si bien es cierto que el concepto de cultura es muy amplio, diferenciar lo que es cultura de lo que no lo es dentro del concepto de la igualdad de género, resulta simple: no es cultura y por ende no debería ser considerado como tal, cuando viola mis derechos. Así de simple. Y de la misma forma en la que se están violando mis derechos en Arabia Saudí cuando no se me permite conducir, también se están violando mis derechos en Brasil cuando se me impone tener un cuerpo perfecto para recibir un mínimo de valoración social.
En mi opinión, el problema estriba en la confusión en la que nos sumimos las mujeres occidentales al creernos frecuentemente superiores a las orientales por el simple hecho de haber dado un paso más en la carrera hacia la igualdad de género. Esta ficticia superioridad nos sitúa en posiciones sexistas e intolerantes con la situación de las demás mujeres, fragmenta nuestra lucha y nos hace más débiles. Que en occidente se lleven las manos a la cabeza cuando ven a una mujer con velo, mientras que aceptan con normalidad el rostro plastificado y sin expresión de su vecina de al lado -forzada a no envejecer por una sociedad donde reina la tiranía estética- resulta sintomático de que algo falla en nuestra aproximación a la realidad. Y es que estamos mezclando temas, y nos estamos dejando arrastrar por la estructura patriarcal, androcéntrica y opresiva que hemos interiorizado desde nuestro nacimiento.
Propongo en este punto dar un paso hacía atrás e intentar aproximarnos a la realidad desde una nueva perspectiva, que no es otra que la perspectiva de género. Porque en definitiva, ser mujer, es complicado. Y todas estamos en el mismo barco, por lo que debemos estar muy atentas a la hora de definir el camino que queremos tomar hacia la igualdad de género, ya que no todo vale. Este camino debe estar regido por criterios de equidad, esto es, aplicar las medidas necesarias para transformar situaciones injustas en justas. Así que vamos a intentar no despistarnos con excusas culturales o con mal entendidas libertades personales.