En muchas ocasiones sabemos cómo funciona nuestra mente gracias a los estudios que se llevan a cabo con personas que han sufrido algún tipo de daño cerebral.
Es el caso de la investigación que acaba de publicarse en la prestigiosa revista científica Neuropsychologia (2015) sobre un área del cerebro relevante en la difícil tarea de comprender a los demás seres humanos.
El estudio fue realizado por Olivier Boucher y otros profesionales de diferentes centros canadienses, y contó con la participación de 15 pacientes epilépticos a los que se realizó una intervención de neurocirugía para extirpar una zona del cerebro denominada corteza insular (un área escondida en el interior del cerebro tras el lóbulo frontal, la zona temporal y el opérculo parietal).
Además este grupo clínico fue comparado con otro grupo de pacientes que también habían sido sometidos a cirugía cerebral del lóbulo temporal anterior preservando la ínsula y con otro grupo de control compuesto por voluntarios sanos de la misma edad, sexo y nivel educativo. A todos ellos se les evaluó con una Tarea de Reconocimiento de Emociones, con el Test de Lectura de la Mente en los Ojos y con un cuestionario de empatía.
Los resultados mostraron que el grupo de pacientes a los que se reseccionó la ínsula reconoció peor las expresiones faciales de emociones y también puntuó menos en el test de empatía. Además, los problemas en el reconocimiento de emociones fueron más frecuentes en estos pacientes que en el otro grupo de participantes con lesiones cerebrales.
Sin embargo, aunque parece claro que la ínsula es un área que sería importante en el procesamiento de la información social, es cierto que un análisis más detallado mostró diferencias en cuanto a emociones concretas.
Así, según los datos, todos los pacientes intervenidos quirúrgicamente tuvieron peores puntuaciones cuando se trataba de reconocer el miedo, pero sólo los pacientes sin corteza insular mostraron fallos en el reconocimiento de la alegría y la sorpresa. De forma sorprendente y contrariamente a otras investigaciones, no se encontraron alteraciones en el reconocimiento del asco, lo que lleva a replantearse esta cuestión y sobre todo a seguir indagando en cómo nuestro cerebro nos permite relacionarnos exitosamente con nuestros congéneres.
Fuente: Marisa Fernández, Neuropsicóloga Senior, Unobrain.
C. Marco