Estoy convencida de que la integración o incorporación a la escuela no tiene que llevar aparejada resignación. Y lo digo convencida: desde un enfoque teórico y desde la práctica personal. Creo en ello y creo que es nuestro deber como padres luchar y conseguir que esto sea posible.
Es cierto, que muchos niños que van por primera vez al colegio, entran contentos y se quedan allí sin mayores contratiempos, disfrutando de los juegos con los compañeros, de las canciones que cantan, sintiéndose tranquilos y distendidos. Pues entonces, perfecto, maravilloso, a continuar y a pasárselo genial. Este artículo, afortunadamente, no versa sobre ellos.
LOS LLANTOS Y LA NORMALIDAD
También es cierto que hay muchos otros niños que el/los primer/os días de asistencia al colegio, no quieren separarse de sus madres en el momento de entrar, que lloran en las puertas de la clase o incluso ya en el camino de ida hacia ella, que se aferran a los pantalones del adulto intentando evitar la separación, que sufren las consecuencias de una "adaptación" mal diseñada en la que acaba pasándolo mal el pequeño (y los padres seguramente también).
¿Y qué hacemos con esto? ¿Qué es lo más frecuente? ¿Qué es lo que suele pasar con esos niños que muestran su descontento y malestar por ir al colegio? Lo que se suele escuchar es: "Es normal, se le pasará en unos días, se acostumbrará".
Y yo entonces pienso: ¿es normal que un niño sufra ante la incorporación a la escuela?, ¿es normal que el llanto desconsolado se vea como algo a ignorar?, ¿es normal que para pasarlo bien con sus compañeros, con sus amiguitos, tenga antes que pasarlo mal?; ¿es normal que tengamos que realizar una brecha tan grande en el vínculo de esa forma?
Remitiéndome a una de las frases que he escuchado varias veces a Yolanda González:¨"lo normal es aquello que entra dentro de la norma" (y por ende, todas esas situaciones serían consideradas normales por ser lo frecuente, lo habitual, lo que suele suceder), pero por muy normales que sean, no se pueden considerar "sanas". Ni sanas para el pequeño, ni sanas para los padres, ni sanas para ninguno de los entes involucrados.
LAS PROTESTAS Y LAS RESISTENCIAS
Y los llantos y las resistencias de los primeros días, se pasan. O no. Pero transcurridos unos días o semanas, cuando los llantos son escasos o inexistentes, es el momento en que llegan los comentarios: "Ves, ya te lo decía yo, que eran unos días de llorar y ya está", "ves, a todos les pasa, les cuesta pero ahora ya está".
Señores, pues sí, algunos llantos del inicio serían por temor a lo desconocido y ahora se haya solucionado porque se encuentren en su ambiente con el paso de los días, algunas lágrimas serían por no querer quedarse con un/a desconocid@ y ahora ya conozcan a su profesor/a, algunos llantos serían por ver a tanto niñ@ junt@s y ahora ya se sientan más cómod@s.
Pero también es verdad que muchas lágrimas se habrán acallado por la resignación, por el tener que sobrevivir, por tener que realizar una adaptación nada sana y que nada tiene que ver con una verdadera integración.
El pequeño expone entonces el “síndrome de inhibición a la acción”, descrito por Laborit, puesto que no puede hacer valer su protesta. Cada uno buscará su estrategia para adaptarse a la situación, para sobrevivir, pues a pesar de que hayan resistencias iniciales y que puedan durar más o menos, el niñ@ aceptará que tiene que sobrevivir y que no puede mantener esa situación durante un tiempo demasiado prolongado.
Muy interesante la reflexión de Yolanda González a este respecto: " El niño pequeño, que se siente sólo y desprotegido para afrontar su primera escolarización, agotará todas sus posibilidades de protesta, antes de que comience el lenguaje corporal a través de síntomas diversos : rechazo comida, vómitos, regresiones, etc., que en la mayoría de las ocasiones tendrán una interpretación vírica ó bacteriana desde el exterior, sin encontrar la demanda imperiosa de atención que encubren dichos síntomas".
Y sólo un apunte más: tan alerta se debería estar con el niño que exterioriza su sufrimiento en estos primeros días, como en aquel que se aisla, que se retrae, que no participa, que no se involucra, pues también está sufriendo pero en soledad y ni siquiera es capaz de exteriorizarlo.
LA RESIGNACIÓN
Centrémonos ahora en la resignación y la integración en la escuela. La resignación, por definición, es la capacidad de aceptar las adversidades. Y la adversidad, también por definición, es una cualidad no favorable.
Como explica la psicóloga Yolanda González en este enlace "La resignación, el “para qué… si es igual”, es consecuencia de la frustración reiterada de las necesidades vitales experimentadas en la primera etapa de la vida. Hay muchos adultos que han tirado la toalla en su vida, aunque no recuerden ya nada de su infancia y por tanto ignoren parte del sentido de su resignación. La resignación no es innata, se aprende".
Si aceptamos que durante la integración en el colegio, la resignación ha de estar presente (en el caso de los niñ@s que muestran su rechazo a asistir), hemos de defender que nuestros hijos aceptan la adversidad (que en este caso sería el colegio) ante una situación no favorable (la separación adulto-niño). O incluso al revés, que se resignan ante la adversidad (la separación adulto- niño) ante una situación no favorable (el colegio). Y que aún me parece más dramático, pues incluye el aceptar el colegio como algo desfavorable.
Y yo, me niego a defender esto. Creo que es posible hacerlo de tal manera que no tenga que haber resignación, sino integración.
UNA VERDADERA INTEGRACIÓN
Llegados a este punto, nos podemos plantear: entonces, ¿por qué les hacemos pasar por ese proceso que no es sano a estos niñ@s que muestran su sufrimiento?, ¿por qué les estamos forzando a involucrarse en un ambiente que no desean?. ¿son sus necesidades o las nuestras las que se anteponen?, ¿atendemos a una petición real de socialización o a las presiones de la sociedad que marca el momento?, ¿nos atenemos a mantener una plaza en un colegio por encima de los sentimientos de los pequeños?, ¿estamos respetando el proceso madurativo de cada niño a nivel individual también en este aspecto o estamos ignorando las lágrimas y peticiones que nos realizan?
Cada uno tendrá sus respuestas, pero si somos sinceros, si escuchamos realmente a los pequeños, quedará clara cuál es su necesidad y su apuesta.
Y creo, que much@s de los niñ@s que lloran esos primeros días, realmente sí desean relacionarse con sus compañeros, sí desean compartir juegos, y por eso en unos días o semanas salen felices y contentos contando sus historias (después de haber pasado por una situación dolorosa y haberse resignado). Pero lo que debe fallar, es el proceso. El proceso de adaptación.
En muchos de los procesos de adaptación se pretende que con unas horas el niño se adapte a un mundo nuevo desconocido, se pretende que con unas horas el niño establezca un vínculo con su profesor/a, se pretende que con unas horas el niño se sienta seguro junto a un montón más de pequeños. Y eso, lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones no es real. No lo es, porque para eso se necesita tiempo.
Tiempo para reconocer el espacio y sentirse seguro en él, tiempo para adquirir confianza con el adulto del que pasará a depender e iniciar un vínculo, y tiempo para ir estableciendo relaciones y alianzas con sus compañeros. Tiempo para poder integrarse con y en estos 3 elementos novedosos, con la presencia de un adulto de referencia que le transmita seguridad y sea el eje desde el que vertebrarse en este nuevo escenario.
Es posible que con la presencia de un adulto de confianza dentro del aula, el niño vaya estableciendo los vínculos necesarios para un día decir llegar a decir libremente: "Mamá, vete". Que puede ser costoso, que no sea sencillo, que no sea lo normal... todo lo que se quiera, todos los peros que se le quiera poner, pero es posible, real y satisfactorio. Es posible con un centro educativo abierto y dipuesto a la participación, es posible con un maestro que ame su trabajo y a sus alumnos deseando que estén lo mejor que se pueda, es posible con unos padres dispuestos a dedicar unos días o semanas a compartir unas horas con sus hijos en el colegio. Es posible. Gracias a los que lo hacen posible.
Por ello, es nuestro deber como padres, el reclamar esos procesos de integración a las entidades educativas, si es que deseamos que accedan a ellas. Es nuestro deber marcar como un punto inamovible en el acceso a la escolarización que haya un proceso respetuoso con el ritmo de cada niño. Es nuestro deber, luchar para conseguir que las necesidades de los pequeños sean lo prioritario. Es nuestro deber, poner palabras a los sentimientos de nuestros hijos. Es nuestro deber estar al lado de los pequeños atendiendo sus demandas que no tienen nada que ver con chantajes emocionales.
Toda primera experiencia marca, y no debiéramos descuidar ésta tampoco.