Esta mañana mi vecina me comentaba el caso de una compañera de clase de su Hijamayor. La niña en cuestión tiene una deficiencia psíquica severa y algunos padres de la clase están extrañados de que esta alumna esté en un centro público y no en uno especializado, más acorde con las capacidades y necesidades de esta niña.
Y le descubría a mi vecina algunos de los misterios de la sabia Administración educativa, siempre pendiente por velar por la mejor educación y valores de nuestros hijos: nada mejor que fomentar la integración, en aras del desarrollo de verdaderos ciudadanos. Aunque sea a costa de impedir que una persona con deficiencia psíquica severa no aprenda acorde con sus capacidades. La profesora de Hijamayor, oídos los comentarios de las familias, comentó que a los alumnos de ese grupo les venía muy bien estar con esta niña con dificultades y que en ningún momento afectaría al ritmo de la clase ni a su proceso de aprendizaje.
Por supuesto que a los niños, adolescentes y demás seres hormonados que nos rodean les viene muy bien estar en contacto con personas con discapacidades; es una realidad que se esconde -¿por miedo?, ¿por desconocimiento?, ¿por...?- y que debe salir a la luz. Pero le recordaba a mi vecina la realidad de la sacrosanta Inspección, Sabia Educadora de familias y veladora de nuestros jóvenes: la inspectora que obliga a aprobar todas las asignaturas de un deficiente psíquico profundo (mientras que sus hermanos mayores estaban escolarizados en un buen colegio privado bilingüe), las recomendaciones de adaptar el nivel de aprendizaje de toda la clase al ritmo y conocimientos del niño que se encuentra en el límite o las sabias indicaciones sobre cómo hacer que un alumno con serias dificultades de aprendizaje se integre en su aula.
Mire usté, vecina. Vecinos todos. La integración en este caso no existe. La integración en las escuelas se pulsa en el momento del recreo, en el patio, con la pelota, con el escondite, con los paseos de los alumnos por todo el recinto y en los comentarios de pasillo. Y la realidad es que, aunque la Inspección se empeñe en engañar a las familias -progresa adecuadamente, adaptación curricular muy significativa-, los niños y jóvenes con deficiencias psíquicas severas -sin control de esfínteres y afasias, como el caso que me contaban- no se integran en los centros que no están especializados para ellos, con materiales preparados, profesionales cualificados -es decir, profesores y técnicos que han estudiado y trabajado para esto- y un entorno adecuado.
Pero bueno, sigan engañándonos, que el año que viene hay elecciones y la masa tiene que ser anestesiada...