PIERRE REVERDY: Creo que la intención profunda del poeta es ser, y ser según las exigencias que le impone su naturaleza y de las que nadie, ni siquiera él mismo, podría darse cuenta si no lograra expresarse. Es allí donde comienza ese deseo de conmover de que suele hablarse. Primero está la imperiosa necesidad de expresarse, para probarse a sí mismo su existencia, encontrar su identidad, la única valiosa para él. El deseo de conmover sólo llega en segundo lugar. Si es solitario, lo es por fatalidad, maldición o enfermedad, en absoluto vergonzosa por otra parte, pero de la cual aun así debe liberarse, y es para salir de esa soledad de todas maneras bastante difícil de soportar que ambiciona conmover. A través de la emoción que su obra se mostrará capaz de provocar en otras almas, por así decir, hallará la prueba de la autenticidad de ese valor pesado que siente y carga más o menos penosamente sobre sí mismo, y podrá unirse a los otros hombres en el único punto de contacto en que podía encontrarlos. Una obra es el lugar de cita que el poeta les ofrece a los demás hombres, el único donde verdaderamente vale la pena ir a buscarlo.
ANDRÉ BRETON: Es cierto, con tal que su comportamiento por otra parte no sea la negación demasiado respaldada como ocurre con los pintores más célebres de hoy.
FRANCIS PONGE: Sin duda debemos decirlo aquí: hemos elegido la miseria, a fin de vivir en la única sociedad que nos conviene. También porque es el único lugar, no diré del imperio de la palabra, sino de su ejército enérgico, en el fondo del pozo. Además, porque al empezar de abajo se tiene alguna posibilidad de subir. Por último, porque el oro se hace con plomo, no con la plata o el platino.
ANDRÉ BRETON: Más que conmover, creo en efecto que el papel del poeta es exaltar lo que nombra. Musset o Heine o Laforgue tuvieron la intención de conmover: emocionaron a muy gran escala, pero ya no nos conmueven. Lo que me parece secreto de la poesía es la facultad —muy poco repartida— de transmutar una realidad sensible llevándola primero a esa suerte de incandescencia que permite hacerla virar hacia una categoría superior. Creo que para eso basta con grandes reservas de amor. Tal vez justamente el rechazo de la “realidad” tomada en su conjunto, tal como se aliena ante nosotros, requiera poner de nuevo en el crisol algunos de los elementos que la componen, aquellos que al pasar parecen tener algo que decir, ya sea que apacigüen, ya sea que desvíen nuestra mirada. Es lo que lo fija a usted, Pierre Reverdy, en la calle oscura; aquello que lo retiene, Francis Ponge, en el bosque de los pinos.
FRANCIS PONGE: Justamente, creo que pude decirlo acerca del bosque de pinos: si me dedico a un tema así, es porque me hace actuar íntegramente, porque me desafía, me provoca, me parece apropiado para modificar mi noria mental, me fuerza a cambiar de armas y de maneras, me rejuvenece en fin como un nuevo amor. Por eso acudo a esperarlo cuando me da cita, espero que muestre júbilo por sí mismo, y con ello me regocijo también. Por las expresiones que acabo de emplear (muy conscientemente) podrán juzgar que al hacerlo no experimento ningún sentimiento de deber, de tarea: se trata de una partida mano a mano, a efectos de perder el control de la mano. Me daría risa que me hablaran de mensaje o de misión…
PIERRE REVERDY: No hay, no debe haber una idea de misión en la mente del poeta. El resultado misionero de una obra depende más de quien la lee que de quien la crea. El poeta no debe preocuparse por la intencionalidad del papel que podrá desempeñar la obra —no podría prejuzgarlo más que si conociera exactamente el efecto que producirá en aquellos que la aborden. Es el caso de aquellos que escriben para un público determinado. Por el contrario, si la obra debe ser reveladora para su mismo autor y ésa es su primordial razón de ser, es evidente que no puede dudarse de ninguna manera sobre el género de emoción que provocará en otros.
Conversación con André Breton, Francis Ponge y Pierre Reverdy
“Encuentro y testimonios” dirigidas por André Parinaud
Métodos
Editorial: Adriana Hidalgo
Traducción: Silvio Mattoni
Foto: André Breton, Pierre Reverdy y Francis Ponge en 1954
Créditos: Agence photographique Keystone