La guerra civil española tuvo una gran repercusión en todo el mundo, pues en ella se enfrentaban las tres grandes propuestas ideológicas que entonces existían: la democracia, el fascismo y el comunismo.
En 1936, y a propuesta francesa, en Londres se formó un Comité de no intervención que teóricamente debía conseguir que la guerra civil se convirtiera en un asunto puramente español sin intervención extranjera y de esta manera evitar que acabara provocando una guerra europea: todas las naciones firmantes se comprometieron a no enviar ni soldados ni armas.
En la práctica, esta política de no intervención nunca se cumplió por parte de todos los firmantes del acuerdo y acabó perjudicando a la República. Mientras que los gobiernos democráticos francés y británico no intervinieron en la guerra, temerosos de que la República derivase en un régimen revolucionario, Alemania e Italia violaron constantemente el acuerdo sin ningún pudor:
La guerra adquirió una dimensión internacional desde sus primeros momentos. El ejército de Franco contó con el apoyo sólido de los gobiernos fascistas de Italia y Alemania desde el mismo mes de julio de 1936, con soldados, armamento y créditos. Franco consiguió que el propio Hitler se interesara por el destino del golpe antirrepublicano. Además, debido a la persecución religiosa que estalló en verano de 1936 en la zona republicana, Franco contó con el apoyo de buena parte de la opinión católica internacional.
En cambio la República sólo pudo conseguir el apoyo real de la Unión Soviética y de las Brigadas Internacionales (organizadas por la Tercera Internacional, aunque muchos de sus componentes no eran comunistas). El gobierno de los Estados Unidos mantuvo la neutralidad, aunque la compañía Texaco suministró al ejército franquista la mayoría del petróleo que consumió.
En consecuencia, la desigualdad en los apoyos recibidos desde el extranjero favoreció al ejército sublevado y tuvo repercusiones difíciles de exagerar. Puesto que la ayuda que se podía recibir de Francia fue siempre intermitente y muy ligada a las coyunturas políticas de aquel país, la República pasó a depender de los soviéticos, que enviaron material pero a cambio exigían pagos inmediatos. El gobierno republicano se vio en la obligación de enviar a la Unión Soviética parte de las reservas de oro del Banco de España para garantizar dichos pagos.
La ayuda de Francia hubiera supuesto la salvación, al menos en la primera etapa, pero la respuesta fue muy vacilante. Aconsejó la no intervención y se convirtió en una propuesta formal franco-británica, a la que se fueron uniendo bastantes países.
La actitud de Alemania e Italia con Franco fue mucho más generosa y permitieron aplazar los pagos. La aportación más importante fue la italiana, que incluyó a más de setenta mil soldados.
La presencia continua de las potencias del Eje en los campos españoles y la timidez de las democracias tuvieron serias consecuencias: intensificó la división ideológica de Europa, conformó la inutilidad de la Sociedad de Naciones y contribuyó a crear un clima prebélico.